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"COLUMNA"

"VÉRTIGO 'El Jeremías'"

"El Jeremías del título (el niño Martín Castro, ganador del Ariel 2016 a Mejor Revelación) es un precoz plebillo que tiene a todo mundo barcino con sus neuróticas preguntas dignas del infantil Woody Allen en Dos Extraños Amantes (Allen, 1977), inquiriendo por todo."
02/11/2016 08:49

 

He escrito antes que uno de los peores vicios del cine mexicano ambientado fuera de la Ciudad de México es colocarse en dos extremos aberrantes: por un lado, está la idealización de una provincia vista con ojos de turista gringo/europeo; y por el otro, está el horror por la decadencia fronteriza y/o el terror paranoico por la violencia que acecha en cualquier playa, en cualquier campo, en cualquier camino.  

Por supuesto, hay excepciones, y una de ellas es El Jeremías (México, 2015), opera prima del publicista y cineasta Anwar Safa. Filmada en Sonora, El Jeremías tiene varias virtudes. Por principio de cuentas, el Hermosillo de esta cinta dista de ser un paraíso turístico pero, tampoco, es el infierno sobre la tierra: es una ciudad mexicana como cualquier otra. 

Luego, están los actores centrales que, más allá de los cameos de Jesús Ochoa y Gabriela Roel, la muda presencia de Isela Vega y la aparición de Daniel Giménez Cacho en la segunda parte del filme, son caras nuevas y, además, todos hablan en perfecto "sonorense" tanto en su acento como en sus expresiones ("A la bestia", "Chintegüas", "Te saliste", el título mismo de la cinta que usa el artículo "El"). Y, finalmente, el guión de Ana Sofía Clerici, abreva con inteligencia de ciertos recursos del viejo cine familiar de la Época de Oro, sin caer en excesos melodramáticos.

Estamos, pues, en Hermosillo. El Jeremías del título (el niño Martín Castro, ganador del Ariel 2016 a Mejor Revelación) es un precoz plebillo que tiene a todo mundo barcino con sus neuróticas preguntas dignas del infantil Woody Allen en Dos Extraños Amantes (Allen, 1977), inquiriendo ya sea sobre el calentamiento global ("Ya vamos a arreglar el cooler", le dice su mamá), sobre la inevitabilidad de la muerte (le aconsejan que deje de pensar en eso porque es pecado) o por qué demontres Plutón dejó de ser un planeta ("Deja de hacerle caso a lo que dicen en la tele", le regaña su bronco papá que trabaja atendiendo un expendio). 

Hasta que el plebe se encuentra con el anciano dueño de una librería (Eduardo McGregor) es cuando comprende por qué es distinto: él nació con un IQ similar al de Einstein. O sea, es un niño genio. Situación extraña, como lo subrayan los distintos arreglos de "People Are Strange" -¡uno de ellos con banda!- que se escuchan a lo largo del filme. Pero, ¿qué puede hacer un niño genio en Hermosillo, nacido en una familia de precaria clase media que no hace otra cosa que ver telenovelas? El chamaco, vía correo electrónico, contactará al psicólogo Federico Forni (Giménez Cacho), quien le promete el oro y el moro y, más aún, llevárselo a vivir Del Rancho a la Capital (De Anda, 1942).

Ya apunté antes que la cinta tiene sus modestas virtudes, pero también tiene inocultables deficiencias -un trabajo actoral muy disparejo entre los secundarios- e insuficiencias -un lenguaje narrativo que no pasa de la mera funcionalidad-. 

Y, además, algo peor: como dice en el final la bisabuela Isela Vega, muda por decisión propia y que vuelve a hablar nomás porque sí: "esto es interminable". Es decir, con todo y sus muy decentes 93 minutos, la película se vuelve repetitiva hacia la mitad: el Jeremías pasa de admirar a Einstein a Jim Morrison a Bobby Fisher a Marie Curie a Alan Turing y en cada etapa los episodios son muy similares, con todo y la incomprensión/explotación de la familia. La comedia, pues, termina diluyéndose.

Hacia la última parte, el filme se desliza hacia el melodrama familiar edificante, con moraleja conservadora incluida: el Jeremías tendrá que aprender -como la legión de hijos ingratos del cine de la Época de Oro- que la familia es el último reducto de amor y comprensión, incluso para alguien como él, que es tan distinto a los demás. 

Aunque, la verdad sea dicha, el conservadurismo se atempera perspicazmente: al final de cuentas no se trata de regresar con los papás para ser como ellos quieren, sino de terminar aceptándose a sí mismo y aceptar, de paso, a los demás. Antes que ser un "niño genio", el Jeremías aprende que tiene que ser, simplemente, un niño. ¿Para qué preocuparse tanto?: después de todo "el que madruga... encuentra todo cerrado".  

Comentarios: en el blog cinevertigo.blogspot.mx, en la cuenta de twitter @Diezmartinez y en el correo electrónico ernesto.diezmartinez@gmail.com