|
"CINE"

"VÉRTIGO EN LÍNEA Suspiria: El maligno"

"Estamos en la última parte del filme, en medio de un delirante escenario en el que un grupo de jóvenes mujeres desnudas bailan, brincan, ululan, se retuercen y contorsionan."
18/05/2019 14:24

En el sexto y último acto de Suspiria: el maligno (Suspiria, EU-Italia, 2018), sexto largometraje de ficción del internacionalizado cineasta italiano Luca Guadagnino disponible en streaming en Amazon Prime, un personaje clave que recién aparece en la cinta, afirma, entusiasmado: “¡Esto es arte!”. Estamos en la última parte del filme, en medio de un delirante escenario en el que un grupo de jóvenes mujeres desnudas bailan, brincan, ululan, se retuercen y contorsionan. Es un hipnotizante aquelarre brujeril que terminará en una explosión gore que no desmerece si la comparamos con cualquier cinta setentera típica del género.

Es, de lejos, el mejor momento del filme. Funciona como tardío clímax de la película y, también, como una notable pieza de “performance-art”. O sea, “¡Esto es arte!”. El problema es que todo esto ha llegado demasiado tarde. Y algo más: Guadagnino no ha confiado tanto en su historia ni en el género que está explorando y ha sobrecargado el filme con demasiados diálogos, demasiados personajes, demasiadas digresiones y demasiado… pues sí, “arte”. El resultado es un filme frustrante durante las primeras dos horas y fascinante hacia el final.

El guion de David Kajganich retoma la premisa del clásico original e irrepetible de Dario Argento (Alarido, 1977) y lo atrofia no solo con exceso de información, sino con una serie de subtextos escasamente desarrollados en unos casos o abiertamente didácticos en otros. Los buenos momentos iniciales del filme –por ejemplo, la escena en la que la protagonista, la rebelde amish Susie Bannion (Dakota Johnson), danza en un salón mientras otra bailarina (Elena Fokina), en otro salón, es golpeada y desarticulada por un ente invisible, al ritmo de los pasos de Susie- se van diluyendo ante una acumulación de hechos que no van a ningún lado y que pueden terminar exasperando al más entusiasta.

La historia es, en líneas generales, la misma del filme original de Argento: una ingenua bailarina gringa llega al Berlín dividido de los años 70 para matricularse en una exclusiva academia de baile dirigida por la legendaria coreógrafa Madame Blanc (Tilda Swinton), poco después de que una de las alumnas, Patricia (Chloë Grace-Moretz), ha desaparecido. El misterio que rodea a la academia es claro desde el principio en los dos filmes: las mujeres que llevan la dirección de ese sitio son brujas y quieren apoderarse de todas esas jovencitas. 

Guadagnino y su guionista Kajganich agregan no solo todos los subtextos habidos y por haber –ideológicos, políticos, históricos- sino que, al convertir la academia de baile en un escenario exclusivamente femenino y al hacer que el único personaje masculino importante sea el psicólogo que atendía a Patricia, el Dr. Josef Klemperer (otra vez Tilda Swinton, disfrazada de anciano alemán), el filme permite el choque de lecturas contrastantes. Por un lado, he aquí el crecimiento, desarrollo e independencia de una ingenua muchacha que, a través del arte (¿la brujería?, ¿la solidaridad femenina?), se ha convertido en otra persona, segura de sí misma, poderosa, independiente; por otro lado, he aquí el estereotipo misógino de siempre: un grupo de mujeres empoderadas no pueden ser más que brujas a las que hay que temer. 

La ambigüedad de la propuesta argumental de Suspiria: el maligno era suficiente para sostener el filme, pero Guadagnino y su guionista seguramente pensaron que había que desarrollar otros elementos, al grado de agregar subtramas digresivas, como la del Dr. Klemperer y su esposa Anke (Jessica Harper, la Susie original de Alarido) que, paradójicamente, termina siendo lo más importante del filme, pues la última imagen tiene que ver con ellos. 

Miento: si usted se queda viendo el final-final de la película, luego de la secuencia de créditos, Guadagnino y su protagonista nos tiene reservada otra imagen. Podría decir que es muy pertinente después de haber visto el filme, pero no, en realidad tampoco lo es: de cualquier manera, yo no quiero olvidar esta nueva versión de Alarido. Por lo menos no los 30 minutos finales.