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"COLUMNA"

"VÉRTIGO. Florence: La mejor peor de todas"

"La estadounidense Florence Foster Jenkins fue una excéntrica mecenas de la música, convencida de que era una maravillosa soprano."

No tiene nada de raro que, con unos cuantos meses de diferencia, se hayan estrenado mundialmente dos biopics de la cantante –es un decir- Florence Foster Jenkins. De hecho, lo extraño es que no se hayan hecho más películas sobre la santa señora: la historia original es realmente irresistible.
    Me refiero a la cinta francesa Marguerite (Giannoli, 2015) –ya reseñada en este mismo espacio hace algunos meses- y a Florence: la mejor peor de todas (Florence Foster Jenkins, GB, 2016), que se ha estrenado finalmente en esta ciudad con algunas semanas de retraso de su exhibición en la Ciudad de México, a inicios de este año.
    Aunque la versión francesa se toma muchas libertades con la historia –cambió el nombre de la mujer, su nacionalidad y hasta la época en la que ocurren los acontecimientos-, los dos filmes tienen en su centro a la misma protagonista, la llamada “peor cantante de la historia”.
    En efecto, la estadounidense Florence Foster Jenkins (1868-1944) fue una excéntrica mecenas de la música que estaba convencida de que era una maravillosa soprano. En realidad, la mujer emitía unos sonidos horrendos que ninguna persona con mínima sensibilidad artística podía confundir como canto. Sin embargo, como Florence era una millonaria muy dadivosa, todo mundo volteaba para otra parte, se tapaba los oídos y contaba el dinero de sus donaciones.
    Al inicio del filme pasamos de la carcajada a la pena ajena por los desfiguros de esta risible doñita, interpretada sin tache alguno por la “sobrevalorada” –diría Trump- Meryl Streep, pero luego el director, el siempre confiable veterano Stephen Frears, manejando un eficiente y experimentado reparto, logra neutralizar buena parte de nuestro cinismo con una generosidad contagiosa, algo que ya hizo antes en la notable –y mejor película- Philomena (2013).
    Cierto, hay algo de oportunismo entre quienes rodean a esta mujer, pero también hay, entre su devoto esposo platónico (Hugh Grant, que debió haber estado nominado al Óscar 2017) y su joven pianista/asistente (Simon Helberg, robándose cada escena en la que aparece), un genuino amor por ella y por su arte. O, si usted quiere, por sus fallidos intentos de hacer arte.

    Total, la vida hay que disfrutarla. Lo bailado –o lo mal cantado, como Florence Foster Jenkins- quién nos lo quita.

Comentarios: en el blog cinevertigo.blogspot.mx, en la cuenta de twitter @Diezmartinez y en el correo electrónico ernesto.diezmartinez@gmail.com

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