En una escena clave de La mula (The Mule, EU, 2018), trigésimo-sexto largometraje del clásico viviente Clint Eastwood, el anciano octogenario Earl Stone (el propio Eastwood, fragilísimo), maneja su camionetón negro rumbo a Chicago mientras escucha y tararea la irrepetible Ain’t that a Kick in the Head, interpretada por Dean Martin. Atrás, lo sigue de cerca un par de narcos mexicanos, que tienen la tarea de vigilar que “el Tata” cumpla con su tarea sin distracción alguna. O sea, que lleve a su destino y sin contratiempo de ninguna especie, sin desvíos en el camino y sin pero que valga, el centenar de kilogramos de cocaína que tiene ocultos –es un decir- en la caja de la camioneta.
Los dos narcos mexicanos, muy agresivos y mandones, no han podido asustar al anciano veterano de la Guerra de Corea. Si el viejito se detiene para ayudar a un matrimonio joven cuyo automóvil tiene la llanta ponchada, pues se detiene. Si se para a comer el mejor sándwich de puerco del medio oeste americano, pues se para al comer el suculento sándwich. Y si al correoso anciano “sin filtro” le gusta escuchar a Dino, los dos niñeros que le siguen atrás –y que lo escuchan, vía un micrófono oculto en la camioneta- no pueden evitar empezar a cantar la inolvidable tonada compuesta por Van Heusen y Cahn. Nadie, ni dos peligrosos narcos del Cártel de Sinaloa, puede resistir la voz de Dino en su mejor momento. Ni, por añadidura, la presencia de Clint Eastwood.
Es inevitable que en el momento en el que el director de Los imperdonables (Eastwood, 1992) vuelve a estar frente a la cámara como actor, en un papel lleno de guiños a sus personajes anteriores, a su vida familiar (no tan) privada, y a su propia imagen pública, la lectura intertextual se imponga: he aquí, como en Gran Torino (Eastwood, 2008), una película en la que el viejo republicano/libertario Eastwood se presenta ante los espectadores para confrontarlos, provocarlos y, al mismo tiempo, reflexionar sobre sí mismo, su figura y lo que él, su cine y sus ideas representan para el cine hollwyoodense de hoy.
Basada libremente en un reportaje publicado en 2014 por Sam Dolnick en el The New York Times Magazine, La mula está centrada en un anciano casi nonagenario que, cuando su negocio de floricultura tronó, se convirtió en “la mula” del título, distribuyendo en su camioneta y para el Cártel de Sinaloa, algunos centenares de kilos de cocaína por valor de varios millones de dólares, sin que nadie sospechara nada, pues ¿quién se va a fijar en un venerable viejito –“un Tata”, como le llamaban los narcos sinaloenses- que va por las carreteras gringas sin molestar a nadie?
El Eastwood director se mueve entre una eficaz comedia del pez-fuera-del-agua y el aleccionador melodrama familiar, no siempre con los mejores resultados –hay momentos en los que la película tropieza entre tanto sentimentalismo- pero, en contraparte, ofrece una fascinante meditación sobre los Estados Unidos contemporáneos, a través de su propia figura como icono/actor.
El Earl Stone de Clint Eastwood es un anciano imprudente que nunca ha tenido “filtros” para hablar: los mexicanos son “beaners”, los afroamericanos son “negros”, las lesbianas son “tortilleras”, pero eso no evita que a cierto narco mexicano al que le toma cariño le dé consejos de vida, que se detenga en el camino para ayudar a un matrimonio afroamericano o que le aconseje a una motociclista lesbiana qué debe hacer para arreglar su nave. No es que no importen las palabras, lo que pasa es que hay otras cosas que son más importantes: aprender a arreglar una llanta, dejar de ver el teléfono aunque sea por un momento, estar presente cuando te necesite la familia y, llegado el momento, aceptar toda la responsabilidad que se tenga, sin escurrir el bulto ni escudarse en justificaciones de ninguna especie.
Se trata, por supuesto, de un discurso orgullosamente conservador, pero nunca sectario ni intolerante. La responsabilidad individual, para Eastwood, está por encima de todo y, por lo mismo, la tranquila aceptación de los errores cometidos. Ahora que lo pienso, ¿Es esto conservador o, simplemente, sentido común, nobleza, sabiduría?