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"VÉRTIGO: 'Perdidos' y 'Catfight'"

"Estas dos películas, disponibles en Netflix, sin ser obras mayores ofrecen al cinéfilo algunos elementos interesantes en el manejo respectivos de sus géneros y fórmulas"
17/06/2017 14:27

Ante la pobreza de la cartelera culichi, he aquí dos películas disponibles en Netflix desde hace unos días que, sin ser obras mayores, sí ofrecen al cinéfilo algunos elementos interesantes en el manejo respectivos de sus géneros y fórmulas.

La primera película es Perdidos (México, 2014), segundo largometraje de Diego Cohen, quien luego dirigiría la excesiva torture-porn movie Luna de Miel (2015), estrenada comercialmente hace unos meses en la Ciudad de México, pero aún inédita en Culiacán.

Cuatro jóvenes, uno de ellos estudiante de cine, se meten una noche a unos baños públicos abandonados en la ciudad de México para grabar, mediante 10 cámaras, fijas y móviles, ciertas apariciones tenebrosas que supuestamente suceden en ese lugar.

Lo que estamos viendo, ya lo habrá adivinado, se trata del pietaje que supuestamente grabaron esos muchachos que, se nos informa desde el inicio, desaparecieron de la faz de la tierra luego de entrar a esos baños de marras.

Cohen sigue fielmente la estructura del cine de horror con pietaje recuperado, impuesto por el canónico Holocausto caníbal (Deodato, 1980) o, más recientemente, por El proyecto de la Bruja Blair (Myrick y Sánchez, 1999).

Perdidos presume una puesta en imágenes calculadoramente sucia –valga el oxímoron- como si fuera un auténtico documental de bajo presupuesto, efectos especiales más bien discretos, diseño sonoro efectivo y un horror que aparece/desaparece de la nada, de improviso, en la oscuridad, en la orilla del encuadre.

Al final de cuentas, estamos ante un eficaz ejercicio genérico y nada más. Si acaso, el cineasta/guionista Cohen ofrece la novedad que el demonio que enfrentan los muchachos proviene no de un exorcismo católico sino de uno judío.

La otra cinta, Catfigh (EU, 2017), es una dispareja, desagradable, pero al final de cuentas interesante y provocadora sátira slapstick dirigida por el cineasta indie especializado en la comedia y el horror Onur Tukel.

Dos viejas compañeras de la universidad se encuentran en una fiesta –una como invitada, la otra como mesera- y sus antiguos rencores y sus renacidos resabios explotan, por lo que inician una brutal pelea a golpes, patadas, piquetes de ojos y demás linduras hasta que una de ellas queda en estado de coma.

Cuando la comatosa despierta, dos años después, su vida ha cambiado por completo –y, de pasada, la de Estados Unidos, pues el nuevo Presidente ha iniciado oooootra absurda guerra en Medio Oriente. Tratando de recuperar su vida perdida, la mujer encuentra por casualidad a su antigua rival y las dos continúan la pelea que dejaron pendiente hace dos años. Es decir, vuelven las patadas voladoras, los golpes bajos, el uso de un martillo como arma letal, los puñetazos...

Las actrices son Sandra Oh y Anne Heche que, dirigidas por el cineasta/guionista Tukel, se muestran como un par de seres francamente deplorables: egocéntricas, abusivas, neuróticas, violentas, resentidas... Se trata de un retrato inclemente de dos mujeres radicalmente distintas (una de ellas financiera, cínica, conservadora; la otra artista plástica, narcisista, liberal) que, al final de cuentas, no lo son tanto.

La película no funciona tan bien todo el tiempo, pero no se puede negar la audacia del director Tukel y de sus dos actrices protagónicas para entregarnos este inquietante nivel de nihilismo y misantropía que no es muy común en el cine estadounidense contemporáneo.

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