"VÉRTIGO 'Todos queremos a alguien'"
Hacia la parte final de Todos queremos a alguien (México, 2017), Abby (Tiaré Scanda) llega al departamento de su despechada hermana ginecóloga Clara (Karla Souza), la ve acostada y deprimida, y la trata de levantar diciéndole: “Estas son autocomplacencias de película”.
Curiosamente, esta misma crítica se puede esgrimir ante el segundo largometraje de Catalina Aguilar Mastretta (notable ópera prima Las horas contigo/2014, galardonada en Guadalajara 2014 con el premio del Jurado FIPRESCI, del que fui parte). Es decir, de vez en cuando, a lo largo de esta película, el guión escrito por la talentosa cineasta cae en ese tipo de autocomplacencias.
Sin embargo, su fluida dirección, sus ingeniosos diálogos tan citables, el reparto sin tacha alguna y la impecable vis cómica de ese cheque en blanco taquillero llamado Karla Souza -esta vez bien usada en una cinta no misógina, como la exitosa pero impresentable ¿Qué culpa tiene el niño? (Loza, 2016)- hace que uno acepte sin chistar los convencionalismos genéricos obligados.
La Clara de la señorita Souza es una exitosa ginecóloga viviendo en Los Ángeles que, para celebrar la boda religiosa de sus papás hippiosos (Alejandro Camacho y Patricia Bernal) que han vivido juntos durante 40 años sin casarse, viaja a Ensenada acompañado de un compañero médico, el buenazo australiano “koala” Ash (simpático Ben O’Toole).
En la boda, Clara se encuentra con quien le rompió el corazón hace ocho años, el médico-sin-fronteras (y también sin compromisos) Daniel (José María Yazpik), lo que provocará el derrumbe emocional de la muchacha.
El escenario está puesto para una comedia romántica tradicional, sin duda alguna, pero como está escrita por Aguilar Mastretta -que, insisto, ha mostrado tener un talento especial para los diálogos inteligentes-, se trata de una película especialmente generosa.
Así pues, aunque Clara es la protagonista indiscutida de Todos queremos alguien, la cinta voltea a ver a otros personajes del filme y todos ellos -la hermana, el antiguo novio, el “koala”, la madre y hasta el cuñado ninguneado (K. C. Clyde)- tienen su propia voz. Y lo mejor: todos tienen sus razones, como si Aguilar Mastretta estuviera rescatando el famoso dictum de Jean Renoir.
No es un logro menor: después de todo, estamos ante una mera comedia romántica. Pero, parafraseando lo que alguien dice en la película, el cine comercial puede ser sencillo, pero no necesariamente simple.
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