Ernesto Diezmartínez
Vicio propio (Inherent Vice, EU, 2014), el más reciente largometraje de Paul Thomas Anderson, pasó sin pena ni gloria por Culiacán y, la verdad sea dicha, no escribí de ella en el momento del estreno. Mala cosa: con todo y sus inconsistencias, la cinta no merecía ese ninguneo. Con esta crítica, limpio esa afrenta e informo que la película se puede encontrar en el sitio de Cinepolis Klic (www.cinepolisklic.com).
El séptimo largometraje de Anderson le hizo ganar, en algunos círculos críticos, otra etiqueta al cineasta californiano: ya no es "el nuevo Scorsese", como solían describirlo hace algún tiempo, sino "el nuevo Altman". En todo caso, desde la atalaya personal, yo agregaría que es "el nuevo -y más autoindulgente- Altman".
Sobre una divertidísima novela homónima de Thomas Pynchon, que se va como agua -si puede, léala-, Anderson comete un delito de lesa adaptación cinematográfica: no usar el texto de Pynchon para convertirlo en cine sino para trasladar beatamente la novela a la pantalla grande, que no es lo mismo. La fidelidad al texto original lastra enormidades la película, plagada de diálogos que no van a ninguna parte, de anécdotas que a veces son graciosas y a veces no tanto, de escenas repetitivas e inútiles, de cameos que distraen porque no agregan mucho al filme.
La novela original de Pynchon es una suerte de reelaboración de El largo adiós (1953) de Raymond Chandler, solo que ubicada en la hippiosa y mariguana California de 1970. Es, al mismo tiempo, una paranoica novela hard-boiled y su capciosa e hilarante parodia, acompañada de una banda sonora ad-hoc -en el libro, el protagonista "Doc" Sportello se lleva escuchando hits musicales de la época a lo largo de la historia.
Sin embargo, lo que funciona en la página no sobrevive en el filme, por más que un dedicado Joaquin Phoenix encarne con toda propiedad al mariguano de Sportello. Mi reproche no es tanto que la historia sea confusa y que abunden los cabos sueltos -después de todo, estamos ante una novela detectivesca pseudo y postchandleriana-, sino que lo que vemos en pantalla no me parece suficientemente cinematográfico. Los diálogos son interminables, el humor físico -visual, vaya- no es siempre logrado y el ritmo de las actuaciones muy disparejo.
He leído por aquí y por allá, medio broma y medio en serio, que acaso la única forma de apreciar la grandeza de este filme es verla fumando mota. En una de esas, la vuelvo a ver en otras condiciones y resulta que es una obra maestra. Luego les aviso.
Comentarios: en el blog cinevertigo.blogspot.mx, en la cuenta de twitter @Diezmartinez y en el correo electrónico ernesto.diezmartinez@gmail.com
Foto: Tomada de filmaffinity.com