"El espíritu libre de Lyn May"

"La estrella del llamado cine de ficheras ofrece su espectáculo en un bar mazatleco"
09/04/2017 18:59

Félix Rodríguez

Shack, shack, schak. Es el sonido de los miles de canutillos morados que apenas cubren las partes íntimas de la vedette Lyn May. Ese cadencioso ruido brota cuando se sacuden las caderas y el pecho de la estrella del desaparecido cine de ficheras.

La mujer que Wikipedia afirma que tiene 64 años se presentó la madrugada de este domingo en las celebraciones de la inauguración del Lolly Pop Club, un nuevo centro de diversión en el puerto.

El lugar fue abarrotado por un público, en su mayoría joven (todo, casi). El personaje que es Lyn May lo convocó.

Tal vez estos jóvenes ni siquiera han visto las películas en las que participó la mujer de rasgos orientales en los años 70 y 80, pero sí el documental "Bellas de Noche", la ópera prima de la cineasta María José Cuevas, que les ha “revivido” sus glorias a vedettes como Olga Breeskin, Lyn May, Rossy Mendoza, Wanda Seux y Princesa Yamal.

Al escenario, en el que previamente estuvieron “gogo dancers” hombres, Lyn May llegó a las 1:28 horas del domingo.

Esta vedette es un espíritu libre, dice y hace lo que quiere. Es deshinibida. Se le ve feliz. No da muestra de prejuicios.

La que afirma haber seducido a políticos que le hicieron costosos obsequios, subió vacilante al espacio circular con un grueso pilar en medio.

“Buenas noches, los amo. Gracias por acompañarme. Qué bonito es Mazatlán, casi todo el día estuve en el mar y ando como enferma”, dijo.

De inmediato cantó a capela el coro del tema norteño "El carrito", sobre todo la parte en la que “manda al cuerno” a la mujer que no supo amar, y le siguió con "Fue en un cabaret".

Sin un espectáculo como tal, Lyn May echó mano de la improvisación. “Pídanme lo que quieran. Ustedes mandan”, invitó al público y este pidió que le bailara.

El sonido del bongo ejecutado por un joven músico provocó las caderas de la vedette. Su baile, a ratos hipnótico, a ratos sorprendente, y a ratos provocador, hizo que ella conectara con el público.

Las luces de neón del lugar le devolvieron aquellas vivencias en los cabarets en los que se presentó, y a Lyn le vino a la cabeza que de esas épocas ya pocos quedan vivos.

"Ya se están muriendo. Soy la única que queda. Hasta ‘Juanga’”, dijo en un pequeño descanso.

La contundencia de sus movimientos se volvieron suaves, cadenciosos, sin embargo, su exquisita figura sigue robando miradas, abriendo bocas. Su cuerpo se presentó a través de un traje de red con canutillos exhibicionistas. Ese traje, al igual que su peluca morada, disimuló las marcas de varias cirugías.

El rostro de Lyn dejó de ser terso, tratamientos estéticos mal aplicados y el paso de los años le cobraron factura, pero su boca lució alegre, iba vestida de un rojo, al que llaman “rojo pasión”.

Lo que no ha abandonado a la vedette es esa increíble e envidiable flexibilidad. Sentada en un banco alto, la mujer levantó hasta arriba su pierna izquierda y le siguió la derecha hasta formar una uvé perfecta. Luego se tiró al suelo, y con la tibia de la pierna izquierda tocó su hombro. Aún se dobla perfectamente hasta bajar su torso y pegarlo con sus piernas.

El show de Lyn May apenas duró 26 minutos, en los que bailó alrededor de 18. En ese tiempo, invitó a Cassandra, su sobrina, a quien le “dejará su lugar” cuando ella parta del mundo terrenal. Cassandra bailó, sin embargo, su tía fue la estrella de la noche que terminó con las tradicionales selfies con la artista.