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"Mazatlán"

"Evangelización, Educación y Cultura: Jaime Nunó Roca"

"Columna religiosa"
29/09/2019 15:53

Padre Amador Campos Serrano

En la tierra de Cataluña, entre carencias y privaciones, transcurrió la infancia de Jaime Nunó Roca, en una lucha que fue una analogía grafica de su existencia, alcanzando momentos de sublimidad, pero en continua alternancia con dramáticos momentos de adversidades, enfrentándolos en continua lucha.

En el amanecer de su vida, a la temprana, siendo aún niño, en un accidente sufrió la pérdida de su progenitor, lo cual fue el inicio de un recorrido lleno de nostalgias y adversidades, orillando a su madre a emigrar a Barcelona, donde estaban sus familiares, sin embargo, sus penalidades apenas empezaban porque cuando cumplía los 9 años de edad, su madre también dejo este mundo.

Su tío, de nombre Bernardo, un comerciante de telas, lo tomó bajo su protección y ahí mismo, en Barcelona, le fue descubierto un notable talento musical y fue presentado en la Catedral de esa ciudad, admitiéndolo en el coro, en el que además participó tocando el órgano.

La vida del joven Jaime dio inicio hacia un acenso y dado su talento musical, recibió una beca para estudiar en Italia, donde fue conducido por el maestro Severiano Mercadante, así, al regresar a la ciudad de Barcelona, inició una producción de obras musicales.

Contando con el reconocimiento del gobierno español, en 1851 fue nombrado director de la Banda del Regimiento de la Reina, empezando una etapa muy activa, viajando continuamente, esto lo llevo a llegar a Cuba, entonces todavía perteneciente a la Corona Española.

Fue precisamente en la Isla de Cuba donde entabló relación con Antonio López de Santa Anna, en esa época todavía un carismático general mexicano, que había llegado ya algunas veces a la presidencia de su país y al regresar Santa Anna a México, para ocupar nuevamente la presidencia, lo invitó a venir para hacerse cargo de la parte musical de las bandas de guerra.

Ya en nuestra Patria, el gobierno de Santa Anna decidió convocar, por medio del Oficial Mayor Manuel Lerdo de Tejada, a los poetas y músicos a componer un himno nacional, siendo el poeta Francisco González Bocanegra, el ganador de la parte literaria, y en la parte musical fue elegida la obra presentada por Jaime Nunó, dando a conocer el Himno Nacional, el 12 de agosto de 1854.

Fue el 15 de septiembre de ese mismo año, cuando fue interpretado el naciente himno en el Teatro Santa Anna, donde después se construiría el Palacio de Bella Artes, interviniendo en su ejecución la soprano Claudina Florentina y el tenor Lorenzo Salvi, dirigidos por el maestro Vitessiri. El público quedo extasiado ante la vigorosa y vibrante fuerza expresada en el texto y la melodía del texto del nuevo Himno Nacional.

Los cambios políticos ocurridos en el territorio nacional finalmente orillaron al compositor a abandonar el País, dirigiéndose primero a Cuba y posteriormente a Estados Unidos, donde continuaría su carrera musical en la ciudad de Nueva York.

Mientras tanto, el Himno Nacional era suprimido en su ejecución en el territorio nacional por los liberales, iniciando Juan N. Álvarez e Ignacio Comonfort y con la llegada del Segundo Imperio, se tocaba la Marsellesa y más tarde, con la caída de este imperio, se siguió tocando este himno de Francia. Luego, en el gobierno de Benito Juárez, se interpretaba la llamada Marcha de Zaragoza.

Fue hasta el gobierno de Porfirio Díaz cuando se retomó, en 1901, la interpretación del Himno Nacional, el 21 de noviembre, siendo dirigido por el mismo Jaime Nunó, quien fue recibido con una apoteótica ovación.

Finalmente, el compositor murió el 18 de julio de 1908, en Búfalo, Nueva York, a la edad de 83 años. En 1942, sus restos fueron traídos para colocarlos en la Rotonda de los Hombres Ilustres, en la Ciudad de México, recibiendo un póstumo homenaje el hombre que, nacido en España, se convirtió en un prócer de nuestra Patria.