"La fórmula de la felicidad"
Les recuerdo que a pesar de todas mis circunstancias y dejar a un lado los invitados no deseados, llegué en tiempo y forma al aeropuerto. La vida me regala de compañero “sorpresa”, un sudoroso viajero ensimismado en sus miedos que me pregunta literal: “¿no se irá caer esta cosa como pasó en Durango? ¿Y si me voy en camión? ¿Será más seguro?” Aquí inicia la historia de un reto la siguiente hora y media aproximada de vuelo. Llegó el momento de aplicar lo aprendido.
Me queda claro que a mi inquieto compañero no le interesan todas las teorías que he estudiado y que no acabaría en muchas horas de vuelo; tengo la seguridad que mi intervención debe enfocarse más a regalarle un poco de tranquilidad. Fueron, no sé si segundos o minutos de una propia reflexión de lo que a mí me funciona.
Recuerdo mi clase del máster referente al optimismo y esperanza, impartida por el doctor Óscar Sánchez, de la Universidad de Murcia, donde afirmaba que: “todas las emociones son válidas y tenemos el derecho a experimentarlas. No existen las emociones buenas y malas, o correctas e incorrectas”. Comparaba las emociones como los carteros, que solo llegan y nos informan que algo está pasando en nuestra vida y cómo las interpretamos con nuestros pensamientos. Mi intervención debe enfocarse en cambiar su mirada de viajar en avión y que este es el medio de transporte más seguro del mundo mundial, como diría mi hijo en su propio trabajo de certeza emocional al viajar.
Afirma el padre de la Psicología Positiva, Martin Seligman: “no te creas lo primero que pasa por tu cabeza”. Tenemos una gran oportunidad para buscar evidencias de nuestros juicios o creencias profundas que nos regalen afirmaciones, es decir, hechos reales comprobados. Por ejemplo, le tengo que explicar a mi compañero de vuelo que, de aproximadamente 36.8 millones de vuelos, solo 10 de ellos terminaron en un accidente fatal, según cifras que proporciona el portal Aviation Safety Network. En total, 44 personas fallecieron el año pasado como consecuencia de estos accidentes aéreos, lo que convirtió al 2017 en el año más seguro de la historia de la aviación. Pero sigo rumiando el ¿por dónde empezar?
Interrumpe la aeromoza y nos invita un vasito de agua antes de despegar, claro que él no acepta, no puede ni hablar, lo hace a través de movimientos con su cabeza. Aquí hago mi primera intervención desde mi propio yo: “por favor, a mí regáleme dos vasitos. Hace unos años que estaba muy nervioso, un doctor me sugirió que beber agua despacio me calmaría la ansiedad, y desde entonces no me falla el remedio”. Los ojos de mi compañero de viaje se desorbitaron (logré el primer efecto), pero no alcanzó a balbucear y decir “yo quiero”. Me entregan mis dos vasitos. Ya que se retira la azafata, le ofrezco uno y le pasé mi “receta”: nos lo vamos a tomar muy despacio, cerrando los ojos y respirando casi como si fueran gotitas que pasan por la garganta despacio y se van a todo el cuerpo, regalando paz por donde va pasando. Mis inhalaciones, creo, las escuchaba gran parte de avión, pero mi intención era que él pudiera unirse a las mismas.
Mientras seguía mi propia respiración, recordé algunas recomendaciones más que podría utilizar para buscar mi propia tranquilidad en el vuelo, porque también he entendido que nadie puede dar lo que no tiene y desde mi propia paz interior, soy más útil para la persona que tengo a un lado.
Contar, como recurso, con una regulación emocional equilibrada es importante, sugerir de manera fuerte e iniciar la práctica de la atención plena en nuestra vida diaria nos permitirá entrenar nuestra mente para responder a los imprevistos que la vida nos regala. La realidad es que acudimos a estas técnicas cuando estamos con “el agua hasta el cuello”, lo que es lo mismo, queremos aprender a nadar cuando estamos en pleno naufragio.
Para mi sorpresa, el efecto del “agua por goteo” le regaló mejor color a su rostro, disminuyó la conductancia (sudoración) y recuperó su voz; podíamos iniciar un dialogo, pero el reto crece; llega el anuncio de preparados para despegar, ¡en la torre! avisan de posibles turbulencias. No puedo permitir que regrese,, es momento de traer su mente solo al presente.
Así es, atender al presente como punto de partida nos permite eliminar cualquier pensamiento o fantasía que no esté ubicada en el aquí y ahora, reducimos el ruido mental (rumiación) y las típicas respuestas inmediatas a estímulos internos. Toma velocidad el avión y despega con los efectos propios de la turbulencia.
Es momento de sacar el recurso más útil cuando viajo con Óscar, mi hijo, contar historias. ¿Cuál historia creen que le conté? ¡Claro! Cómo superé yo mi miedo a volar. Debo confesar que en el trayecto existieron momentos donde sentía que lo perdí, así pasó el tiempo de forma excesivamente rápida para mí, cuando el anuncio de 10 mil pies previo al aterrizaje, me saca una leve sonrisa. No lo puede evitar, tenía que hacer la pregunta de rigor. ¿Qué aprendimos durante el vuelo? Él, de manera muy sincera, me dice: “me gusta controlar todo y como no le entiendo cómo funciona esta cosa, me da mucha desconfianza. Imagínese tan alto y tener que confianza en el piloto, ¿y si viene crudo?” Algunos estudios hablan de que un 25 por ciento de la población tiene un miedo a volar, que se puede calificar de moderado a severo. Si hablamos de vehículos a motor, coches; el porcentaje desciende al 5 por ciento. Uno de los factores que al investigar arrojan este porcentaje es que el carro va en el piso y el avión vuela muy alto, y pues pasan cosas diferentes si falla el motor.
Nos despedimos, él toma rumbo a su conexión a Nueva York, yo continúo a Monterrey. Un día después, recibo desde mi página de Oscar García Coach, un mensaje de mi nuevo amigo, que dice: “mi vuelo a NY todo un éxito, me tomé como cinco litros de agua”.
Seguimos conectados a través de mi página Oscar Garcia Coach y no olvides compartir que hay un 25 por ciento de personas que necesitan interpretar y encontrar su fórmula para soltar el control y vivir en bienestar.