Una piedra en el zapato llamada Venezuela
CARACAS, VENEZUELA.- Este país es una de las escalas más importantes de mi viaje. Lo supe apenas llevaba 24 horas en él. La complejidad de sus historia, las verdades a medias que conocemos de su presente, sus enormes contrastes, son un reto que por momentos me parece irremontable. ¿Cómo diablos contar esto?
4 de marzo 2023 - Día 201
Consulté con contactos dentro del gobierno de Venezuela y otros conocidos sobre llegar al país en autobús y las respuestas fueron del espanto a la cortés advertencia. Decidí volar de Bogotá a Caracas y ahora siento culpa. En realidad, ninguna frontera que he cruzado durante el viaje ha sido segura. Y hoy pienso que cedí al miedo, al relato del país invivible, peligroso, una ruina.
El avión es eficaz, pero también evade las realidades de forma monumental. Si uno es un pasajero que no busca enredos, por aire es la manera.
Llego a Caracas como eyectado a otra realidad. El aeropuerto Simón Bolívar es grande pero apenas tiene aviones. Una trabajadora me cuenta que actualmente llegan 11 vuelos al día, antes llegaban unos 200. “Así está el país”. El taxi que me lleva al centro de Caracas se sobrecalienta y quedamos unos minutos a la orilla de la carretera. Esta será la primera de una decena de descomposturas que viviré en mi estancia en Venezuela, el país donde no hay gasolina, ni refacciones.
“En este país no vivimos, sobrevivimos”, dice el taxista, a modo de disculpa. Después me cuenta que quisiera irse a otro lugar mejor. México, por ejemplo. “¿Cómo están las cosas allá, ¿cómo les va con el comunista de López Obrador?”. Quedo perplejo. ¿De dónde habrá sacado este hombre que López Obrador es comunista? Intento una explicación que no le convence y luego me pregunta si yo soy comunista. Entiendo que en este país el comunismo es una discusión compleja y ya mejor no intento sacar a nadie del atolladero.
Caracas es una ciudad donde los rascacielos parecen vestigios del pasado. Cuando recorro las calles me da la sensación de que Caracas es la ciudad de Latinoamérica con menos grafitis, ¿Esto significa algo? Me llama la atención porque vengo de Colombia donde el arte urbano es referencia, un retrato de inconformidad, de apropiación, de libertad.
Lo que también abundan son los edificios de viviendas populares construidas durante el chavismo. Estas pequeñas ciudades verticales son uno de los pilares del régimen: la “Misión Vivienda”, con la que casi cinco millones de personas sin recursos pudieron tener un hogar.
Sobre las fachadas de las construcciones está el rostro de Chávez, también su firma, como el autor de un cuadro que firma su obra.
En Venezuela encuentro un fanatismo radical. Muchas personas llevan la firma de Chávez tatuada. Su rostro aparece en afiches y artesanías. Es una paradoja: pocos líderes latinoamericanos pueden presumir tanto amor, y pocos, también, provocan tanto odio.
5 de marzo - Día 202
Hugo Chávez cumple 10 años de muerto. Asisto a algunos de los eventos oficiales y descubro que aquí le rehúyen a la idea de que el caudillo murió. Sus seguidores prefieren decir a 10 años de la siembra del comandante. ¿Qué sembró? Intento entender.
Ayer hubo una serie de foros sobre la “vigencia del pensamiento bolivariano”. A las conferencias llegaron Atilio Borón, Fernando Buen Abad, Ignacio Ramonet, Abel Prieto, Omar Valiño, Germán Sánchez Otero, Ramón Grosfoguel, entre otros intelectuales de izquierda que dan su espaldarazo al régimen de Nicolás Maduro.
«En la vida y la lucha trazada por Hugo Chávez están todas las gestas emancipadoras de Latinoamérica», dijo el sociólogo Borón.
Luego Ramonet: “A través de ese discurso, Chávez se inscribe en la contemporaneidad, logrando generar alianzas que tienen lógicas de funcionamiento distintas a las de las dinámicas de globalización, a los proyectos de dominación vertical de norte a sur”.
Chávez, dijeron, abrió las puertas al socialismo latinoamericano del siglo XXI y de algún modo, inauguró una nueva oportunidad para cambiar el destino de la región). Pero este país es el escenario de una guerra novísima, donde las narrativas mediáticas juegan un papel estelar.
En las discusiones también hablaron del poder popular, de las comunas, la descolonización, los medios de comunicación, las nuevas tecnologías, la integración de América Latina, la construcción de la multipolaridad. Los foros fueron una fiesta de ideas.
Pero al salir un momento al baño me topé con la realidad: no había papel.
En Caracas, el papel sanitario se ha vuelto tan caro que la gente lo considera un lujo y en los días que vienen adquiriré el mal hábito de robarlo.
Mientras pienso en las contradicciones de la revolución bolivariana, recuerdo una frase que dijo en un panel el sociólogo Ramón Grosfoguel: “cuando no tienes soberanía económica, no puedes tener soberanía política”.
Y aquí no soberanía económica. Las sanciones impuestas por el Gobierno de Estados Unidos desde agosto de 2017, agudizadas en enero de 2019 por sucesivas órdenes ejecutivas, y el reconocimiento de un gobierno paralelo, han tenido impacto muy duro sobre todo en la población civil. «Las sanciones agudizaron la crisis económica de Venezuela e hicieron casi imposible estabilizar la economía, lo que contribuyó aún más a un mayor número de muertes. Todos estos impactos perjudicaron de manera desproporcionada a los venezolanos más pobres y más vulnerables», dice un estudio del Centro de Investigación en Economía y Política.
Pero las visiones sobre Venezuela están tan encontradas que toma tiempo intentar desmarañar algún dato. Este es un lugar sin matices, sin puntos medios. Es el país de la no conversación.
No hay consenso, ni siquiera datos tan importantes como la muerte de Hugo Chávez: Según los chavistas, el líder fue envenenado (algunos juran que le inyectaron cáncer) por el imperio. Según los antichavistas, el dictador murió en Cuba en diciembre de 2013, pero el gobierno venezolano preparó en secreto la transición ordenada y anunció la muerte en marzo.
La versión oficial es que Chávez murió de cáncer en Cuba, en marzo de 2013. Su cuerpo reposa en el Cuartel de la Montaña 4F, (lugar simbólico, porque desde este sitio Chávez encabezó su golpe militar).
El comandante está bajo unos mármoles negros en un mausoleo. En estos días de marzo, el recinto se convierte en el destino de peregrinaciones multitudinarias. También llegan personalidades a dejar su flor. Este año vemos a Raúl Castro, Evo Morales, Luis Arce, Rafael Correa, Manuel Zelaya, Daniel Ortega y Roosevelt Skerrit.
Todos dan discursos en un teatro de la ciudad. El evento oficial es sombrío, contrasta con la lucidez de los foros. La izquierda latinoamericana heredó afición por los grandes discursos, pero pocos líderes que logran mantener ya no la emoción, sino la atención. El más ameno es Raúl Castro, quien inicia con una promesa: “No se preocupen, que mi discurso va a ser el más breve de todos los que se han pronunciado”. Todos reímos. Pero cuando Daniel Ortega toma el micrófono, mi vecino de butaca me advierte que la última vez que vino a Venezuela se hizo un discurso de tres horas. Por suerte traje un libro.
Evo Morales cuenta una anécdota para ilustrar al homenajeado: “Chávez y Fidel (Castro) anunciaron la “Misión Milagro” para hacer 100 mil cirugías a personas con problemas visuales en América Latina. Cuando escuché eso pensé que estaban locos, pero años después llegaron a mi país y operaron, solo en Bolivia, a 700 mil personas gratuitamente”, dice el boliviano.
8 de marzo - Día 206
En Venezuela está prohibido al aborto, con excepción del riesgo de vida de la mujer. Tampoco se permite el matrimonio igualitario ni el reconocimiento de la identidad de género. Aunque muchas mujeres sostienen el proyecto chavista, la revolución bolivariana no parece muy feminista. Quizá por eso, el Día Internacional de la Mujer pasa aquí desapercibido.
9 de marzo - Día 207
Este país cambia vertiginosamente en cuestión de días. La moneda local, el Bolívar, es el ejemplo más claro. La inflación es tan alta, que de la noche a la mañana los billetes quedan convertidos en papel inútil. Un día me encuentro un fajo de billetes tirados en la calle, me los guardo en el bolsillo y cuando intento comprar unos plátanos, el ventero rechaza el pago. “Esos billetes ya no valen nada”.
El dólar se ha convertido en la moneda de cambio más deseada. Caracas me resulta una de las ciudades más caras del viaje, junto con Panamá City; es paradójico que sean la ciudad más capitalista y la más socialista del continente. Como se dice, uno termina pareciéndose a sus enemigos.
Los salarios son de hambre, un profesor universitario gana 30 dólares al mes, lo que vale una comida en un restaurante modesto. La burocracia se come las prebendas. Desde 2017, más de siete millones de venezolanos han salido del país en busca de oportunidades.
En Venezuela, me dicen, muchas viejas familias adineradas fueron remplazadas por una nueva clase de ricos; boliburgueses, le dicen a la gente con cargos importantes en el gobierno, y enchufados, los socios de los primeros, normalmente contratistas. Cuando deambulo por las calles de Caracas me encuentro un campo de golf que funciona con normalidad, igual me encuentro un concesionario de Ferrari. Sin duda hay riqueza, aunque no la que alguna vez hubo (hace 40 años, en la época de la bonanza petrolera, a este país le decían la Venezuela Saudita y el Bolívar llegó a ser la quinta moneda más fuerte del planeta).
10 de marzo - Día 208
Me reúno a comer con una persona que ha vivido en Caracas toda su vida. Viene de una familia que hizo fortuna. “Este país ha hecho un proyecto político a través de desmantelar no solo las empresas del Estado, también la propiedad privada”, dice.
Comemos en un restaurante prácticamente vacío, cerca del distrito financiero. De entrada, me dice que los años dorados de este país ya quedaron muy atrás. Que hubo un tiempo en que algunos venezolanos viajaban a Miami solo para hacer el supermercado (yo no entiendo cómo es que eso se puede extrañar); que antes Miami estaba lleno de venezolanos que iban a vacacionar y a pasar fines de semana, pero ahora hay millones que llegan a Estados Unidos a buscar trabajos de lavaloza.
“Antes la gente de otros países venía a tomarse palitos (tragos) al Hilton, pero ese lugar lo expropió Chávez y ahora está convertido en un hotelucho para los amigos del régimen”, lamenta.
“Ni siquiera la gente del gobierno sabe lo que es bueno -insiste, con enojo-. Es gente que se deslumbra con el oro. Son nuevos ricos, es gente vulgar con poder, que se mantienen ahí por darle a la gente su CLAP (despensa gratuita que entrega el gobierno). Y ahí tienes al pueblo aplaudiéndole”.
Al final de la comida llama al mesero, lo trata como a un perro -o más bien, como antes se traban a los perros-. Enmudezco, mientras termina de recriminar al gerente: “¿por qué no contratan a gente que haya terminado el colegio, que por lo menos sepa contar?”.
El gerente pide disculpas, para al final decir “aquí lo esperamos, señor”.
Pero a partir de ahora, escucharé media docena de veces hablar de los famosos palitos del Hilton, que parecen ser símbolo de una época. La revolución bolivariana tiene sus irreconciliables.
14 de marzo - Día 212
La comuna es el corazón del chavismo. Quien quiera entender las aspiraciones del régimen debe internarse dentro de estos barrios donde ser construye el “socialismo territorial”. El Panal, la comuna ubicada en el legendario barrio 23 de enero, es una de las primeras experiencias de este tipo en Venezuela.
Llegamos en metro que en Caracas es prácticamente gratis, porque la impresión de boletos es tan cara que es raro que cobren el ingreso. Pero a medio camino se va la luz y se suspende el servicio en toda la ciudad. Así que llegamos tarde a la cita con Asdrúbal, el Tijuana, quien forma parte de uno de los consejos de la comuna.
Asdrúbal llega en moto, trae un radio, que es la forma en la que se comunican aquí. Él nos explica que este barrio fue uno de los más marginados de Caracas: “Nos minaron de la droga, nos minaron de la moda”. Dice que incluso había conflictos entre barrios: “nos hacían creer que eran nuestros enemigos y se generó toda una guerra”.
Pero llegó Hugo Chávez al gobierno y los pobladores de El Panal escucharon con atención su mensaje, cuenta. Entonces, este barrio se convirtió en un modelo, la punta de lanza del proyecto más crucial del chavismo. El propio comandante llegó a decir alguna vez: «comuna o muerte». Y aquí defienden, no hay duda, se defiende el socialismo hasta la muerte.
La comuna es básicamente una aldea que funciona bajo la lógica de una cooperativa. En este barrio, por ejemplo, viven 14 mil personas y la gente opera proyectos productivos que sirven a la propia comunidad. Hay una granja de tilapias -lo que resulta increíble si se piensa que estamos en una zona urbana-, también se dedican a la producción de puercos, hay huertas urbanas, una fábrica textil y una universidad que aquí se llama «pluriversidad”.
Los alimentos que producen van a dar a un comedor comunitario y a la tienda local, fuera de la comuna un kilo de puerco llega a costar ocho dólares, aquí lo ofrecen en tres.
En algún momento de la plática, Asdrúbal explica que los vecinos han leído la experiencia de la Comuna de París. Los bandazos de realidades de Caracas me causan mareo. Es algo tan fuera de mi realidad: el administrador de un estanque de tilapias que está metido dentro de una colonia urbana y hacinada, habla sobre la importancia de los “círculos de estudios vecinales, porque vienen tiempos duros y el que no está fortalecido ideológicamente, se quiebra, se raja y entra en contradicciones».
—¿Qué pone en peligro su proyecto?
—Primero, la derecha. Luego, tenemos que fortalecer el proceso revolucionario y la unión en el territorio. Antes del chavismo nuestros líderes solo podían estar en la clandestinidad y en movimientos guerrilleros y los que se dejaban ver eran asesinados. Sí se viene un gobierno de derecha va a ver mucha mortandad porque ellos saben dónde están los líderes.
—¿Qué representa la derecha?
—Ellos son un modelo de privatización, neoliberalismo, explotación del hombre por el hombre, la mezquindad pura.
La entrevista podría seguir, pero prefiero tomar un respiro y ver los proyectos productivos. Del estanque de tilapias que surte al comedor comunitario vamos a ver un huerto de pimientos instalado sobre una plancha de asfalto.
No doy crédito: sobre el cemento pusieron una cama de tierra y ahí se da la verdura en un invernadero. El encargado del lugar me explica que “la soberanía alimentaria es la capacidad que tenemos cada uno de producir”.
Entonces, vamos a ver la fábrica textil del barrio y encontramos a una docena de vecinas haciendo uniformes escolares, con ellas hay estudiantes de secundaria doblando la ropa que utilizarán sus compañeros.
Me asombra que tantas realidades tan contrastantes habiten en una ciudad. No puedo dejar de preguntarme ¿por qué ningún medio internacional me ha contado que la Comuna de París vive en un suburbio de Caracas? ¿Por qué nadie habla de los estudiantes que trabajan para que sus compañeros tengan uniformes nuevos? Me imagino que es más conveniente, o más fácil, contar que el chavismo es solo un gobierno autoritario y corrupto.
O más fácil, porque yo mismo no sé cómo voy a contar esto.
El Panal es una de las 3 mil 600 comunas que hay en Venezuela. Algunas son rurales, pero la mayoría son urbanas. Y no todas tienen el mismo nivel de organización que esta. Pero estos proyectos son la médula del chavismo, la sustancia que no ha permitido que el régimen caiga.
Asdrúbal nos guía con las señoras que organizan el barrio, donde ahora los niños juegan en las calles sin temor, y a la pluriversidad, donde jóvenes coordinadores nos explican la propuesta de formar cuadros para mantener el proyecto de Chávez.
—¿Por qué es necesario un proyecto educativo?— pregunto a Asdrúbal, ya casi de despedida.
—Preparamos a la gente para que sean útiles a la comunidad, no para que sean útiles a un sistema de explotación. Nuestro sueño es que los jóvenes estudien y no se vayan al extranjero a ser mano de obra barata, sino que encuentren dentro del territorio una opción de vida y de progreso.
15 de marzo - Día 213
Las comunas no son todo Venezuela y apenas salimos de ahí nos topamos con la realidad cotidiana de la falta de todo. «Venezuela es un lugar interesantísimo cuando no vives todos los días aquí», nos dice una veterana periodista, mientras recorremos un camino de enormes columnas de cemento que permanecen sobre la autopista sin terminar que dejó la constructora brasileña Odebrecht, una megaobra de casi 9 mil millones de dólares inservible, como muchas otras cosas en la ciudad.
Cenamos con periodistas, que nos cuentan historias que no son las de las comunas y que son las que se conocen fuera de Venezuela.
16 de marzo - Día 214
Me admira la dignidad que encuentro en cada chavista que conozco. Pero 10 años han pasado y el régimen acumula cada día más contradicciones. Por estos días, los escándalos de corrupción llegan a los círculos más cercanos del gobierno. El presidente Nicolás Maduro, elegido por Chávez como sucesor de su proyecto, vive acorralado por las crisis y ensombrecido por la popularidad y obras del comandante. Le pregunto a un funcionario del gobierno cuál es la gran obra de Maduro y después de unos minutos responde:
—Mantenerse el poder.
La respuesta parece obvia, pero no lo es. Maduro ha tenido que sortear la muerte de Chávez, la caída mundial de los precios del petróleo, la crisis interna derivada de un proceso electoral impugnado, que dividió Caracas en una mini guerra civil y dejó muertes de ambos lados, el desconocimiento de más de 60 países de su mandato y más de 900 medidas unilaterales para ahorcar su economía y que dejó a los venezolanos sin acceso a medicamentos, alimentos y productos básicos.
—Pero ahí sigue. Le decían Másburro, Bolsonaro y Duque, pero él sigue y ellos se fueron—, dice el funcionario que, a pesar del rimbombante cargo, conduce un auto modesto y recoge personalmente a su hijo adolescente de la escuela.
Chávez tomó la batuta para formar un frente común contra la influencia de Estados Unidos en el mundo, nos dice una diplomática. Desde entonces, el país quedó en lista negra, una oveja descarriada a la que los países del imperio construyeron en el imaginario mundial como el ejemplo del mal. A Venezuela, insiste, le aplicaron un castigo ejemplar, para que a nadie más se le ocurra plantear un proyecto distinto.
Mañana salimos para Elorza, a las fiestas del llano que tanto quiso Chávez. Dejamos Caracas con la sensación de que, bajo la superficie de la inviabilidad, en los barrios, en las comunas, la gente defiende su propio destino.