Delfines rosados: científicos detectan altos niveles de mercurio y neumonía en los cetáceos de río en Colombia
Texto: Astrid Arellano
En la Amazonía y la Orinoquía, los delfines de río (Inia geoffrensis) son considerados centinelas de los ecosistemas de agua dulce. Su salud refleja la de los ríos que habitan y, en consecuencia, la de las comunidades humanas que dependen de ellos. Lo que hoy afecta a los delfines podría ser un anticipo de los riesgos que nosotros enfrentaremos, afirman expertos.
Desde 2017, un equipo internacional de médicos veterinarios, ecólogos y biólogos evalúa la salud de esta especie en Colombia. Sus hallazgos más recientes han mostrado resultados alarmantes: se detectaron delfines con altas concentraciones de mercurio, una hembra presentó una lesión tipo papiloma causada por protozoos, varios delfines mostraron problemas respiratorios y se identificaron bacterias en el ambiente con resistencia a algunos antibióticos.
“Un dato impresionante es que en los ríos donde viven los delfines, habitan 1.6 billones de seres humanos”, explica Fernando Trujillo, director científico de la Fundación Omacha. “Es decir, el 20 % de toda la población del planeta habita en ríos con delfines y si nosotros a través de ellos podemos generar acciones de manejo de los ríos, se va a mejorar no solamente la posibilidad de supervivencia de estas especies, sino la calidad de vida de los seres humanos que viven ahí”, describe el especialista.

En Mongabay Latam conversamos con Trujillo sobre los hallazgos más recientes del proyecto Evaluaciones de salud de delfines de río en Colombia, desarrollado en colaboración con autoridades ambientales del país y organizaciones internacionales como la National Marine Mammal Foundation (NMMF) y la Iniciativa Suramericana de Delfines de Río (SARDI).
—¿Cómo iniciaron las evaluaciones de salud de los delfines de río en la Amazonía y la Orinoquía? ¿Qué aspectos notaron en los inicios del proyecto que motivaron el estudio de la especie Inia geoffrensis?
—En 2017 teníamos la necesidad de saber cuáles eran las áreas prioritarias de conservación de delfines, porque los tomadores de decisiones nos decían: «No podemos proteger todo el río, pero si ustedes nos dicen cuáles son las áreas críticas para los delfines, tal vez podríamos hacer figuras de manejo”. Así comenzamos un programa de marcación satelital de delfines. Empezamos a hacer capturas de estos animales por primera vez y a ponerles dispositivos satelitales para poder seguirlos.
Sin embargo, en el momento en que empezamos a hacer las capturas, nos dimos cuenta de que muchos animales tenían cicatrices en la piel y problemas respiratorios. Lo vimos como una oportunidad para aplicar el enfoque de “Una sola salud”, es decir, entender cómo todos estamos conectados. Humanos, delfines y peces dependemos de esos mismos ecosistemas. Los delfines pueden actuar como especies centinelas que reflejan el estado de los ríos que compartimos con ellos.

Así que conformamos un equipo veterinario y un equipo de pescadores, biólogos y otras disciplinas para comenzar a desarrollar e implementar el programa de marcación satelital, pero acompañado de una evaluación de salud, que incluye toma de muestras de sangre, de tejido y para la evaluación de mercurio, además de monitoreos respiratorios.
—Sus resultados preliminares reportan una alarmante concentración de mercurio en tejidos de algunos delfines. ¿A qué fuentes atribuyen esta contaminación y qué riesgos representa para la especie?
—El mercurio en el Amazonas viene de dos fuentes principales. Uno es el mercurio natural, que está en algunos sitios en el suelo y que con la deforestación es arrastrado por la lluvia hacia los cuerpos de agua. Es decir, la deforestación está jugando a favor de la dispersión del mercurio natural en la cuenca del Amazonas.

La otra gran fuente es la minería de oro. Para extraer un kilogramo de oro se requieren 1.32 kilogramos de mercurio. Tenemos que ser claros: buena parte de la minería de oro en la Amazonía es ilegal. Así que muchas veces no se usan 1.32 kilogramos, sino hasta 10 kilogramos de mercurio por cada kilo de oro. Y estamos hablando de toneladas. Hay investigadores que estiman que en los cuatro siglos a los que ha estado expuesta la Amazonía a la extracción de oro se han vertido más de 200 000 toneladas de mercurio que ahora están en el agua y el sedimento. Esto está afectando a los peces, los delfines y los seres humanos.
Lo máximo que tú puedes tener en tu organismo, por recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es 1 miligramo de mercurio por cada kilogramo de peso. Nosotros hemos encontrado delfines con hasta 36.89 miligramos, especialmente en la Cuenca del Orinoco, donde hemos hallado los valores más altos de mercurio. Creemos que podría estar asociado al Arco Minero en Venezuela. Allí hay una fuerte extracción de oro y minerales por compañías turcas y chinas. Estamos apenas a unos 50 o 60 kilómetros de la frontera con el río.

—¿Cómo pueden trasladarse estos hallazgos a los humanos?
—Hace unos tres años, con el Washington Post, hicimos un reportaje sobre el mercurio y recuerdo que ellos me preguntaron cuál era mi concentración de mercurio. Les dije que no sabía y me pidieron que me hiciera el análisis. Cuando obtuve los resultados, oh sorpresa: le gané a muchos delfines. Tenía 36.4 miligramos de mercurio por kilogramo. Una cantidad enorme. Ahí tuve que comenzar a hablar con toxicólogos, empezar a tomar selenio y ya he logrado reducir a 7.2 miligramos.
Lo que esto nos cuenta es que si una persona como yo, que soy investigador y que estoy yendo mucho a las regiones, tengo niveles de mercurio tan altos, ¿cómo será en la gente local? Las comunidades ribereñas están expuestas de manera permanente a esto. Así que de alguna manera los delfines han despertado esta alarma.
Los peces —como los grandes bagres— generalmente migran contra la corriente en sus periodos de reproducción. Es decir, estos peces pueden venir de áreas contaminadas, van acumulando mercurio y luego los delfines y los seres humanos nos los comemos. Por eso también estamos haciendo análisis de mercurio en peces de consumo, igual que el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas SINCHI y otras universidades, porque hay una preocupación realmente grande alrededor del mercurio en estos cuerpos de agua.

—¿Cómo se traduce esta función de los delfines en acciones concretas de conservación o salud pública?
—El mercurio es un enemigo invisible. Cuando te comes un pez con mercurio, no te duele el estómago o la cabeza, sino que silenciosamente va entrando en tu organismo, se va acumulando y empezará a destruir tu sistema nervioso central. Ahí es cuando tendrás problemas. De hecho, en Brasil y en otros países de la cuenca del Amazonas, durante años se han diagnosticado casos de mercurio como si fueran malaria: temblores, pérdida de olfato, migrañas... y eso básicamente es el efecto del mercurio.
Creo que tenemos que reconocer este problema, entenderlo, hacer un análisis de salud pública en la región del Amazonas y tratar de revertirlo. Primero, hay que hacer un piloto. Hay que identificar una comunidad pequeña donde se puedan hacer procesos con toxicólogos de reducción de nivel de mercurio. También hay que cambiar un poco la ingesta de peces carnívoros —que son los que tienen mayor concentración de mercurio— y diversificar las especies de peces que consumimos, especialmente detritívoros, para mostrar que es posible revertir esto.
Por otro lado, tenemos que continuar deteniendo la deforestación. Si paramos la deforestación, entonces estamos previniendo que ese mercurio natural no esté fluyendo hacia los ríos. Lo otro, que es mucho más complicado y mucho más complejo, es la minería de oro. Sería ingenuo pensar o proponer siquiera que esa minería se detuviera, pero lo que sí podemos proponer es que haya un cambio de tecnología, que se usen otros mecanismos —diferentes al mercurio— para capturar el oro.
¿Por qué digo que sería ingenuo tratar de parar este proceso de la minería ilegal de oro? Porque 1 kilogramo de coca cuesta 20 000 dólares en el mercado internacional y 1 kilogramo de oro cuesta 103 000 dólares. O sea, cinco veces más. Así que todos estos grupos de crimen organizado que hay en la cuenca del Amazonas y que movilizan droga, oro y madera ilegal, tienen una cadena muy bien montada, alimentada por procesos de corrupción regionales que no son fáciles de detener.

—Durante las evaluaciones también se detectaron bacterias resistentes a antibióticos, problemas respiratorios e incluso lesiones tipo papiloma causadas por protozoos. ¿Qué nos revelan estos hallazgos?
—Respecto a las bacterias que aparentemente son resistentes a antibióticos, nos preguntamos ¿de dónde sale esta resistencia? Por supuesto, no les estamos dando antibióticos a los delfines, pero los ríos arrastran una gran cantidad de agroquímicos. Las producciones pecuarias utilizan muchísimos antibióticos que se vierten en el agua.
También las poblaciones humanas que están al lado de los ríos usan antibióticos y todas estas aguas residuales van hacia allá, por lo que pueden estar generando procesos de resistencia en bacterias persistentes, como la klebsiella, y que se pueden transmitir fácilmente hacia los humanos o de los humanos hacia los animales. Es ahí cuando debemos tener cuidado con la aproximación de salud, porque las pandemias empiezan así.
Además encontramos protozoos que pueden estar causando problemas de papilomas genitales que nunca habíamos descrito en un cetáceo. Esto previene que la hembra que encontramos en estas condiciones se pueda reproducir. No sabemos qué tan contagioso es y cómo están el resto de las poblaciones porque lo que estamos haciendo es tomando muestras. Estamos analizando entre 10 y 15 delfines cada vez que hacemos estas capturas.
Hemos visto que la mayoría de delfines tienen problemas respiratorios: neumonías que, incluso al comparar con datos de Brasil, vemos que los cuadros son mucho más agudos allí que en Colombia. Eso puede estar asociado a los incendios y a las quemas que se han generado en Brasil, especialmente en 2023, que fue cuando hubo una mortalidad masiva de delfines. Ese episodio marcó un antes y un después porque los científicos nunca habíamos previsto que algo así ocurriera. Nunca.

—A partir de las evaluaciones de los últimos cinco años, ¿qué tendencias han identificado sobre la salud de las poblaciones de Inia geoffrensis en Colombia? ¿Qué implicaciones tienen estos resultados para la conservación de la especie?
—En términos generales, entre un 60 % y 70 % de los animales que estamos evaluando están en buenas condiciones de salud. Alrededor del 20 % tiene cuadros de problemas respiratorios con neumonía y hay otro porcentaje que tiene estos hallazgos de protozoos.
Nosotros considerábamos que los delfines eran animales muy robustos, resistentes y resilientes, pero en 2023 la mortalidad de más de 330 delfines en Brasil debido al aumento inusual de la temperatura del agua —que llegó a 41 °C—, generó una alerta a nivel regional para evaluar la salud de estos delfines y compartir experiencias entre países, fortalecernos y generar protocolos para evitar que esto vuelva a pasar. El gobierno de Brasil sacó un protocolo que estamos tratando de adaptar en otros países y también estamos tratando de tomar otras medidas, pero lo que estamos viendo es apenas el inicio de algo que creemos que merece mucha atención.
En estos cinco años los hallazgos nos llevan a plantearnos cómo tenemos que continuar con estos monitoreos de salud y hacer estudios paralelos con la salud humana, para empezar a ver algunos patrones. También queremos poner esta información en mapas y así saber cuáles son las áreas de mayor vulnerabilidad. Creo que tenemos que llegar a un entendimiento mucho mejor de lo que está pasando.
Ahora, ¿cuál es la gran frustración? Podemos encontrar delfines en muy malas condiciones y no sabemos qué hacer en esos casos. Podríamos ponerle una dosis de antibióticos, pero una sola dosis no va a servir para nada y puede generar resistencia al antibiótico. La otra opción es sacar a esos delfines enfermos, llevarlos a centros de rehabilitación, tratarlos por meses y luego devolverlos a donde estaban. Pero los delfines son seres sociales, tienen sus familias y no sabemos qué tan contraproducente puede ser eso. Todas estas cosas las estamos planteando a nivel internacional para ver cuáles son las mejores decisiones que deberíamos tomar.

—Frente a este complejo panorama, ¿cuál es su esperanza respecto al futuro de los delfines de río? ¿Qué lo mantiene trabajando en su conservación?
—Siempre digo que soy el 51 % optimista. Me mantengo en el borde. Pero creo que hay que seguir trabajando, hay que seguir luchando. Una de las cosas que estamos haciendo es buscar sitios de esperanza para conservar el Amazonas y, para mí, esos sitios de esperanza son los Sitios Ramsar, es decir, los humedales de importancia internacional. Cada gobierno, en cada país del mundo, propone sus humedales y genera un compromiso por conservarlos.
¿Por qué esos sitios Ramsar son sitios de esperanza? Porque ahí vive gente, ahí pasan procesos como turismo, pesca y aprovechamiento del bosque de manera sostenible. Lo que queremos hacer es identificar esas experiencias positivas en algunos de esos sitios para consolidarlas, protegerlas y escalarlas a otros Sitios Ramsar.

Iremos a la próxima la COP15 [que se realizará a finales de julio de 2025 en Zimbabwe, África] y con el gobierno de Colombia se está presentando una resolución que apoyamos para incluir a los delfines como sujetos de conservación en todos los sitios Ramsar en Asia y Sudamérica. Son 29 sitios, más de 27 millones de hectáreas. De una manera circular, la conservación de los delfines conservará a los Sitios Ramsar y la conservación de los Sitios Ramsar conservará a los delfines.
Al mismo tiempo estos pueden ser sitios de gobernanza del agua muy interesantes para proteger las selvas, el agua y la seguridad alimentaria de los pueblos que viven alrededor de estas zonas.
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