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Historia

Don José comparte sus 50 años de experiencia de tejer la palma

Desde Puebla, en vísperas de la Semana Santa, don José Pamila Lázaro visita Mazatlán cada año a traer su arte

A la edad de 15 años, fue cuando don José Pamila Lázaro, originario de Huatlatlauca, Puebla, pisó por primera vez suelo mazatleco en vísperas de la Semana Santa y desde entonces visitar el puerto cada año se convirtió en costumbre

Tal como aprendió hace 50 años, en su adolescencia, el trabajo de la artesanía de palma tejida y las habilidades para hacer la venta, se convirtieron en su estilo de vida, en donde había que recorrer el País buscando el sustento.

“Vengo en las vacaciones nomás, esto vendo ahora y ya en la playa vendo sombreros,... nosotros nos enseñaron del comerciante pues, anduvimos dónde quiera no nomás aquí a veces vamos para Acapulco o en Monterrey, por dónde quiera, por toda la República por ahí por Veracruz”, comentó don José.

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Tejer palma es una actividad común en la comunidad de donde proviene don José, él ya es hábil por lo que en un día prepara toda su vendimia para el Domingo de Ramos.

El artesano enseñó este oficio a sus hijos, quienes viven en distintas ciudades, pero ahí donde están, continúan el legado familiar, incluso este año fue especial, pues aparte de su esposa, era la primera vez que su nieto Ricardo lo acompañó a Catedral.

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“Tengo regados mis hijos, otro vive en Cuernavaca, Morelos y otro vive en Tecomán, Colima, dos ahí están, también tejen ellos, todos”, contó.

“Todos en mi familia (le enseñaron a tejer palma), mi jefe, ya tiene mucho tiempo que trabajamos esto, cómo nosotros trabajamos petates, aprendemos esto y ya lo haces cada año”, mencionó.

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Para don José el tiempo no pasa por Mazatlán, la zona de Catedral es un sitio que le parece igual cada año, lo único que cambia es que la competencia aumenta y se hace difícil hacer la venta.

“Todos los años es igual, ahorita ya hay muchos vendedores, antes no venían muchos”, dijo.

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Las creaciones que las manos del adulto mayor tejen van desde lo sencillo y pequeño hasta otros de mayor tamaño colores e imágenes religiosas, cada que un cliente curioso se acercaba a su puesto, su espíritu vendedor hacia su labor, poniendo a su nieto el ejemplo de cómo conseguir que se concrete la venta.

“De este cuesta 40 pesos y de a 20 los más baratos, los más chiquitos, hay de estos de a 40 también, este de a 50, este también de a 50 y aquellos”, explicó.

Aunque los sombreros que don José vende son comprados a otros artesanos de su pueblo, está Semana Santa se propuso recorrer la playa para conseguir vender todo, tal como en años anteriores.

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