"La Quinta Echeguren, la leyenda de un palacio que miraba al mar"
Cruzando el charco desde San Sebastián, España, llegó a Mazatlán Antonio Echeguren en 1840 y al abrigo del contrabando inició una fortuna que fue diversificando hasta convertirse en el más acaudalado hombre de negocios del Mazatlán decimonónico.
Sus hijos, Francisco y Pedro Echeguren y de la Quintana, incrementaron la enorme riqueza convirtiéndose en la familia más adinerada de Sinaloa.
Su fuerza económica les dio poder político, los alcaldes de su época recibían el voto de confianza de los Echeguren, gobernadores les pedían su beneplácito y para defenderse de las políticas adversas crearon la primer Cámara de Comercio de esta marisma.
El negocio más próspero de los Echeguren fueron las minas de Guadalupe de los Reyes, en Cosalá, que los cubrió literalmente de oro. Con ese tesoro diversificaron sus negocios, fueron dueños y accionistas de las empresas más pujantes del Siglo 19 mazatleco: La Mercería Nueva, La Fundición de Sinaloa, La Fabrica de Hilados y Tejidos Unión, La Empresa Abastecedora de Agua, El Banco Occidental, La Casa Echeguren, tuvieron acciones en la Fabrica de Cerveza Pacífico y fueron los gestores y constructores del Mercado Romero Rubio hoy conocido como Pino Suárez, entre otras empresas que daban trabajo a 17 mil personas.
Dan con nuevo hallazgo de la Quinta Echeguren en Mazatlán
Una de las mujeres Echeguren rigió la vida social de la elite marismeña de los años 70 del siglo 19, se llamó Plácida Herrerías , esposa de Francisco Echeguren y de la Quintana. Desde una construcción sencilla que dominaba el paseo de Olas Altas subiendo hacia el Paseo del Centenario condujo la vida social de ese Mazatlán que se soñaba aristocrático .
Plácida, al igual que la señora Astor en el Nueva York de finales del Siglo 19, decidía quién entraba al círculo de los escogidos y en su casa del Cerro del Vigía reunió a los que ella consideraba deberían estar, una rigurosa lista de requerimientos, seguramente racistas y elitistas, definían la inclusión en el pergamino, una invitación a una de sus tertulias era un inequívoco certificado de pertenencia.
La residencia en la que Plácida Herrerías de Echeguren dictaba la norma social mazatleca fue quemado en 1903 después de la peste que azotó al puerto.
Otros miembros de la familia Echeguren lograron con su riqueza introducirse en la verdadera aristocracia europea. Fueron hijas de Concepción Moreno, la lavandera de la Casona Echeguren, nacida en El Rosario Sinaloa, quien contrajo matrimonio con Pedro Echeguren en 1872 gracias a la intervención del párroco Miguel Lacarra, convirtiéndose en una de las principales benefactoras de la construcción de de la Catedral de Mazatlán.
Concepción Moreno heredó la fortuna de Pedro cuando murió en 1876, se traslado a París y en la Ciudad Luz casó a tres de sus hijas con el Vizconde de Cholet, el barón de Dampierre y con el Conde de Mayel de Lupé . Nunca más volvieron a Mazatlán y mucho menos a El Rosario.
La Leyenda
Después de que el Palacete conocido como Quinta Echeguren se quemó el 12 de septiembre de 1944, la prensa local y la imaginación de los mazatlecos corearon una romántica leyenda que es la que ha sobrevivido entre la población.Érase una vez un príncipe -magnate llamado Pedro Echeguren y Herrerías, enamorado de una hermosa princesa-burguesa española oriunda de la tierra de su padre, San Sebastían, en el País Vasco, España. Le construyó un palacio colgado de un acantilado bañado por la brisa del Océano Pacífico y rodeada de una marisma.
Las indicaciones al constructor del Palacio fueron que lo hiciera igual a de la familia de su amada para que no extrañara su terruño.
Mármoles, maderas preciosas y vidrios florentinos adornaron el palacio amueblado con lo mejor del viejo mundo. La bella mujer murió en el barco durante el viaje de bodas sin haber visto la hermosa ofrenda de amor, dejando a un desconsolado amante que nunca ocupó el palacete.
El fin de la Quinta Echeguren
La verdadera historia
Después de la peste de 1903 se quemó la casa donde había vivido Plácida Herrerías por instrucciones de la Junta de Sanidad, debido a que se localizaba en uno de los barrios donde tuvo origen la epidemia.Quedó un terreno baldío en las faldas del Cerro del Vigia. Pedro Eheguren y Herrerías, hijo de Francisco y Plácida, decidió construir en el privilegiado terreno que da entrada al Paseo del Centenario un Chalet estilo inglés que le serviría de refugio en las cortas temporadas que pasaba en Mazatlán.
La construcción de lo que sería la Quinta Echeguren inició en 1904 y un año después fue terminado. Don Pedro ocupó en muy pocas ocasiones la gran casa porque murió en 1907.
El palacete, a lo largo de su existencia, estuvo a cargo de la familia Echeguren que colocó a una familia para que la cuidara y en 1938 fue rentada a la familia Corvera Gibson, dueños de la Fábrica de Hilados y Tejidos La Unión, que se encontraba en Villa Unión.
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La edificación
Los planos del edificio se encargaron a San Sebastián, España, al arquitecto Elizalde. Los trabajos de albañilería fueron otorgados a la compañía de los señores Ramírez.La Quinta medía 27 metros de largo por 20 de ancho, estaba adornada por una torre que daba al mar, la altura total del edificio era de 25 metros, contaba con un área para albergar a la servidumbre y los servicios de cocina y lavandería que medía 16 metros de largo por 10 de ancho y estaba ubicada en la parte trasera de la casa, contaba con un sótano para almacenar vinos.
Era una casa de sueño encaramada en una pendiente que subía por el Paseo del Centenario, la entrada principal estaba en la parte más baja del terreno, de tal manera que un cancel se abría para dar paso a un camino de piedra que serpenteaba subiendo y rodeando un espejo de agua ovalado de gran tamaño en donde nadaban cisnes blancos y patos, el ovalado estanque estaba frente a la terraza que daba entrada a la casa, una pequeña terraza más arriba servía de estaciomiento a los carruajes o autos frente a la monumental construcción.
Tres escalones de cantera permitían el acceso a una enorme terraza techada que rodeaba la fachada principal del edifico, estaba pavimentada con mármol blanco y negro simulando un tablero de ajedrez igual al que pavimenta el piso interior de la catedral porteña, este espacio estaba rodeado de una elegante balaustrada.
En la esquina interior de la terraza se encontraba la puerta principal que daba a una sala de considerables dimensiones en donde se imponía la curva escalera de cuatro metros de ancho tallada en madera, el piso era de mosaico veneciano blanco con pequeños dibujos.
El más espectacular de los salones se encontraba a la izquierda de la entrada principal, el salón para fumar estaba adornado con un piano de cola completa, el detalle más sobresaliente era el piso que copiaba la forma de los colores de la cola de un pavorreal.
Del otro lado de la gran sala, pasando la escalera se encontraba el comedor ocupado por una mesa para doce personas con ventanales que daban al mar.
En el segundo piso estaban cinco dormitorios. La gran terraza de abajo tenía su contraparte en el piso superior pero no tenía techo, también estaba pavimentada como un tablero de ajedrez de mármol blanco y negro. Los techos de la segunda planta eran de dos aguas construidos totalmete en madera y recubieros de pizarra gris azulado que formaban dos grandes volúmenes.
El elemento arquitectónico que daba señorio a la casa era un torre que se elevaba cinco metros desde la azotea del segundo piso de la esquina de la casa que daba al mar. Era un mirador al que se accedía desde la sala del primer piso por una estrecha escalera de caracol.
En la parte superior estaba un mirador circular sin techo. Lo más bello de esta torre es que estaba cubierta de pizarra gris azulado, en ella se encontraba el parrayos que recibió la centella que terminó quemando la construcción durante una tormenta en 1944.
Los jardínes eran espléndidos sobre todo por la vista del océano, estaban diseñados partiendo de cuatro grandes terrazas pobladas de palmera y pinos tropicales, veredas que favorecían el disfrute del paisaje marino, un par de pavoreales se pavoneaban durante el día entre escalinatas, espejos de agua y terrazas creando un pequeño paraíso.
En 1938 los Corvera Gibson rentaron la quinta, por fin una familia habitó la casa. Bernardo Corvera era dueño de la Fábrica de Hilados y Tejidos La Unión que se encontraba en Villa Unión.
Ana María Alatorre de De Rueda asistió a una cena en esa casa cuando vivián los Corvera en ella, narró la agradable experiencia que vivió cuando la visitó, contó que la familia contaba con varias vajillas de porcelana europea y un impresionante juego de cubiertos de plata que hacia que su mesa luciera espléndida.
Después de que cayó la centella el 12 de septiembre de 1944, el incendio dejó inhabitable la torre y las habitaciones de la planta alta, los techos de pizarra y madera se vinieron abajo, sólo quedaron en servicio el comedor, las terrazas y el área de servicios que el tiempo fue desmoronando hasta quedar solamente en una bella leyenda y un terreno baldío que es ocupado durante el combate naval por los vecinos del Paseo del Centenario.