Memorias de Mazatlán / Fallece Martiniano Carvajal
Una de las figuras prominentes del cambio de siglo, el doctor Martiniano Carvajal fue un hombre heroico en su profesión, dando batalla a una de las peores pestes que padeció Mazatlán, pero también brilló como pensador, político revolucionario, periodista y educador en el México del Porfiriato y en la posterior Revolución. Carvajal nació el dos de enero de 1866, en medio del abandono y la pobreza. Carvajal era el apellido de su madre, Simona, pues su padre los abandonó cuando ella estaba embarazada. Su nacimiento ocurrió en la calle que hoy lleva su nombre y que, en aquellos años, llevaba el nombre de San Francisco. Comenzó a trabajar desde la edad de siete años, obligado por la pobreza de su hogar. Su madre lo colocó como mozo del director del Liceo de Varones, Jesús Loreto, quien tuvo la visión de respaldar al niño y permitirle una educación. Loreto encontró que Martiniano era un niño prodigio y lo puso bajo su protección. Para los once años había demostrado dominio en una serie de disciplinas, como idiomas, música y matemáticas, y escribiría su primera novela. Empezó a trabajar en el taller editorial del Liceo, y pronto consiguió trabajo en la imprenta comercial más antigua, y por muchos años la más importante, de Mazatlán: la imprenta de Miguel Retes, donde se publicaría El Correo de la Tarde. Ganando concursos literarios obtuvo una pensión para estudiar, y logró graduarse como médico cirujano. Fue regidor de cinco distritos y sostuvo también el cargo de Presidente Municipal en pleno 1900, cosa que debió disgustar al gobernador Francisco Cañedo, pues Carvajal consolidó su amistad con el grupo de intelectuales mazatlecos que se oponían a su régimen dictatorial. En su gestión fundó el primer Jardín de Niños de la ciudad. Pero los gestos que lo proyectaron a la fama giran en torno a su participación en el combate a la peste bubónica, en los años 1902 y 1903, cuando presidía la Junta de Caridad. La enfermedad milenaria llegaba recientemente a América y Mazatlán fue una de las primeras ciudades mexicanas en ser atacadas —unos años más tarde, el tren y la revolución se encargarían de diseminarla por todo el país. En un famoso decálogo contra la peste, clausuró el drenaje sanitario, que por entonces corría a nivel de superficie; se limpiaron calles, patios y corrales, se inició una cacería de ratas (se eliminaron más de 30 mil roedores, pagándolo a 5 centavos cada uno), pues se sospechaba, con razón, que las pulgas de las ratas transmitían la enfermedad. Se cremó toda la basura. Estableció centros de aislamiento (por Los Pinos y cerca de la Isla de la Piedra), dividió la ciudad en cuarteles y estableció vigilancia del tránsito de quienes entraban y salían de la ciudad. Pero las medidas más graves e importantes fueron el cierre del puerto al tráfico marítimo, con lo que se impedía la propagación de la peste pero también se paralizaba la vida económica de una ciudad que dependía del mar. Y finalmente, la decisión que contuvo la peste pero que estuvo a punto de costarle la vida —pues los afectados se amotinaron en su contra—, fue la de quemar todas las casas donde hubiera algún infectado. Se quemaron más de mil casas, en una ciudad que tenía menos de cinco mil. En ocasiones los incendios se salían de control y afectaban a casas vecinas, y llegó incluso a quemar la Quinta Echeguren, la mansión célebre de Mazatlán en el siglo XIX, pues el velador se había contagiado. El doctor Carvajal sobrevivió a la peste, como lo hizo la ciudad humeante, y viviría aun 33 años más, pero ya alejado de la política y cada vez más de la vida pública. Falleció en la ciudad de México en 1935.