‘Una Gota en el Océano’ ofrece un hogar en Mazatlán, sobre todo en estas fechas decembrinas
Al abrirse las puertas de la reja blanca del albergue Una Gota en el Océano, el primero que ve quién entran al lugar es José Manuel Villelas Valenzuela, un adulto que tiene apenas tres meses en ese sitio.
Una Gota en el Océano es un albergue ubicado en la Colonia Rincón de Urías, donde están adultos mayores en abandono o que necesitan cuidados intensivos y no hay quién pueda ofrecerles eso.
José tuvo tres derrames cerebrales, él sabe que tiene suerte de seguir con vida, y de los 19 señores que están en el albergue, es el primero que saluda a quien va llegando, y da las gracias por platicar un poco con ellos.
Siempre fue amante del beisbol, es su gran pasión, pero desde hace menos de dos años, le vino el primer derrame cerebral que lo dejó imposibilitado para trabajar, posteriormente llegaron otros dos, que lo dejaron sin poder moverse y postrado en una silla de ruedas.
Pero de todos los adultos mayores, es el que más saluda, el que trata de sacar una plática, una sonrisa, recuerda los dos años que fue auriguero, su último empleo, cuando él era autosuficiente, pero de dos años a la fecha dependió de su hermana, quien al enfermar de Covid-19 meses atrás, decidió dejarlo en el albergue, y desde ahí, no la ha visto de nuevo.

José tiene 57 años de edad, pero realmente su cuerpo luce más desgastado, los tres derrames le han hecho mella, pero eso no lo ha detenido de estar con una sonrisa en el rostro y con una actitud amigable con quien comparte el albergue y sus visitantes.
Él no puede hablar muy claro, habla mucho, pero se le entiende poco, comparte que en el último año y medio perdió a su madre y a su esposa, siendo su hermana lo único que le queda en la vida, bueno, no lo único, porque ahora desde que está en el albergue, ve como a su familia a todos con los que convive.
Comparte que extraña ser auriguero, pero sobre todo hablar con la gente, se ve que es lo que más ha disfrutado en la vida, el relacionarse, porque durante la entrevista, no ha dejado de platicar ni un minuto.
“Extraño, cómo no, solo fui dos años de auriguero, fue mi último trabajo, lo que más me gustaba era el convivio con las personas, americanas, las personas locales, quienes venían de afuera, me la pasaba muy bien, los llevaba a pasear por los ranchos, atender al turismo”, explica.
Sobre lo que le gustaría en el futuro, sin caer en el pesimismo, es realista, sabe que su salud no mejora, y que necesita 78 mil pesos para operarse, dinero que de momento no tiene. Pero para él estar en el albergue es una bendición, así lo dice, encontró una familia adoptiva, con quien pasará esta Navidad y Año Nuevo.
“Ay hijo, pues aquí es imposible hacer planes, ahorita lo que me hace sentir bien, es convivir con ellos (se entrecorta la voz y comienza a llorar), convivir con ellos, son gente enferma también (sus compañeros), son mi nueva familia, es una familia más para mí, exactamente eso, es una familia que traigo aquí (se toca el pecho), estoy agradecido con el señor Héctor (el administrador), el señor Arturo que es el dueño de aquí”, recalca.
Finaliza la plática recordando su gran pasión, el beis, un deporte que tal vez no volverá a jugar, pero lo añora como si hubiera sido ayer cuando bateó su última bola.
“Yo voy a convivir con ellos, platico, sacan anécdotas, eso sí, extraño a toda mi gente afuera, me la pasaba jugando beisbol, jugué en la Campesina, Primera Fuerza, la Muralla”, menciona.
Rubén, aunque es difícil, sueña con cantar de nuevo en un escenario
Rubén Rodríguez Núñez es otro de los adultos mayores que está en el lugar, es de los que tienen más tiempo ahí. Lo sorprendente de él, es lo bueno que es con las fechas, los números, recuerda el día exacto las circunstancias en las que llegó al albergue.
“Tengo un año, cuatro meses, son trece días... es que entré el 9 de agosto del 2020, y ya para el 9 de agosto este es un año, y ya son cuatro meses; un año, cuatro meses con 13 días, lo tengo clarito”, platica.
Rubén es invidente, cuenta su historia no con tristeza, sino más bien como si leyera un libro, no denota arrepentimientos ni culpas, solo detalla cómo llegó al albergue.
“Me quedé invidente, estuve viviendo en mi casa, yo cuidaba a mis dos padres, vivían conmigo, yo les hacía de comer y todo, pero poco a poco fui perdiendo la vista por el glaucoma, esta enfermedad, ya después quedé ciego, quedé viviendo poco más de tres meses yo solo, pero un hermano que vive a la vuelta de la casa me daban comida, cuatro meses con nueve días me estuvieron manteniendo ellos, pero con dinero de un hermano mío que mandaba de lado de Hermosillo. es pastor mi hermano y él me mandaba dinero”, conversa.

A pesar de ser invidente, Rubén es de los pocos adultos que puede caminar por sí solo en el lugar, a sus 68 años, es de los que más se valen por sí mismo, aunque el hecho de no ver, también lo hace requerir de mucha ayuda por parte de quienes están en el albergue.
Menciona que en el albergue es feliz, y que en este diciembre se la han pasado de posada en posada, y espera el 24 de este mes y 1 de enero, pasarlo con sus amigos, quienes se han convertido en su familia.
“Estoy perfectamente bien aquí, no pensé que iba a encontrar un lugar como éste, donde todas las personas son muy afectuosas, mis compañeros, los trabajadores, principalmente el encargado es muy buena persona, sabe atender a los adultos mayores”, expresa.
“No la hemos pasado fabulosamente bien, porque nos hacen posadas, ahorita ya llevamos tres posadas, el viernes 15 nos hicieron una, el domingo otra, y el lunes otra andamos comidos de más, todavía traigo aquí dulces que no me he podido acabar, quebramos piñatas”, añade.
Rubén fue cantante por más de tres décadas, si bien sabe que es difícil volver a los escenarios, es algo que le gustaría, aunque cree que lo más probable es que siga viviendo en este albergue, acompañado de sus amigos, y su familia, que de vez en cuando va a visitarlo.
“Yo fui cantante 33 años, del 77 al 2010 fui cantante, y me presta el micrófono y canto canciones. Cantaba sobre todo romántico, pero canto de todo”.
- ¿Algún artista que le gustaba interpretar?
- Me gusta mucho cantar canciones de Los Bukis, de los Yonics, de los Fredys, música de José José, de Leo Dan, de Roberto Carlos...Yo estoy invidente, pero lo único que quisiera, aunque ya me siento grande como para andar en el arguende de los grupos musicales, yo todavía podría cantar, yo todavía puedo cantar, pero como ya estoy mal de la presión y otros problemas, pues es difícil, mi finalidad sería ya estar aquí mientras me acepten y el lugar siga funcionando.
Comenta que tuvo cinco hijos, tres de ellos, los adoptó, son quienes lo visitan, pero lo hacen poco, debido a la pandemia de Covid-19, es de las pocas personas que recibe familiares, la mayoría de quien está en el albergue sufre de olvido, y es por eso que sabe que hay muchos ancianos que viven enojados y frustrados, se sienten abandonados.
“Convivimos, hay personas que quizá porque están más amargados que uno como que se aíslan, se retiran, pero hay otros que no, que sí conviven con uno, hacemos una que otra broma. y convivimos bien, hay otros que no, que no conviven bien, hay dos que tres que son muy groseros, se la pasan echándole de la madre a otros, buscando pleitos”, lamenta.
Guillermo desea volver a casa, a Tecoanapa de Allende, en Guerrero
Guillermo Ramírez Santos tiene apenas dos meses en el albergue, a él lo atropelló un carro, y la diabetes que padece le ha complicado mucho su recuperación.
Como dijo Rubén, es de los que aíslan, sobre todo, porque quiere irse, dado que él es de Tecoanapa de Allende, Guerrero, pero que por falta de trabajo y oportunidades solía visitar Sinaloa para trabajar en el campo, pero cuando lo atropellaron, quien lo hizo no pagó ni un centavo, y se dio a la fuga.
Guillermo habló hace mucho con su familia, les dijo que estaba bien, pero sabe que es difícil para ellos ayudarlo a regresar a su tierra, por eso espera recuperarse, sobre todo de su pierna derecha, que es la que lo imposibilita caminar.
“Hay mucho desempleo allá, ya hablé con un primo, y hablé con una hermana, yo les dije por no causar mucha preocupación, que estaba bien, que me iba a recuperar y que los iba a ver, que no se preocuparan, pero ya están enterados”, comparte.

Guillermo tiene 65 años de edad, y de momento la gente del albergue, con quien reconoce, no se lleva del todo bien, son con quienes pasará Navidad y Año Nuevo. Sin dar detalles, reconoce que hace mucho no ve a sus hijos, les perdió la pista desde hace más de 20 años.
“Se fueron para Estados Unidos, y yo perdí la comunicación con ellos”.
- ¿Cuánto tiene que no los ve?
- Ya tiene mucho, como 20 ó más años...y me aguanto el no verlos, no hay más, conformarse, son cosas que pasan, algunos errores y defectos, yo creo que no los veré de nuevo, porque ellos ya no se quieren venir de allá, según me han contado, están en Carolina del Norte, ya es difícil poder verlos.
El trabajador del campo, lamenta lo complicada que es la vida en Guerrero, un estado sumido en la violencia, es por eso que tuvo que salir de ahí, pero aún así, espera volver algún día.
Ellos son mi motor: Héctor Miguel Torres Guzmán
Quién es el encargado del albergue Una Gota en el Océano es Héctor Miguel Torres Guzmán, su vida ha sido complicada, como todos los que viven en este lugar.
Héctor vivía en Estados Unidos, pero fue deportado, debido a su adicción a las drogas y al alcohol, era dependiente de la metanfetamina, sustancia que casi destruye su vida.
“Ya tengo siete años trabajando aquí en el albergue...llegué por parte de los Padres Misioneros de la Caridad, era un ex adicto a la metanfetamina, y me rehabilité en Tijuana, estuve en el Santuario de Santa Teresa de Calcuta, yo viví un procedimiento de sanación personal, y ahí fue donde me curé de mi adicción a la metanfetamina y al alcoholismo”, comparte.

Para él, más que un trabajo, lo que hace aquí es un estilo de vida, son su familia, él mismo lo dice, son el motor que lo hace seguir, quienes lo ayudan a no volver a caer en las drogas y el alcohol.
“Para mí es todo, la verdad yo pudiera estar en otro lugar, ganando más dinero, pero no me voy de aquí por ellos, son mi motor diario, son el motor que me impulsa para no recaer en las drogas y en el alcohol, y sé que tengo una responsabilidad, más bien,19 responsabilidades”, explica.
“Mi familia cercana son ellos ahorita, por ellos doy todo... son parte de mi familia. Y es como en todas las familias, a veces se pelean, es el diario el que no le gusta una cosa a uno, y ya se empiezan a enojar, pero no pasa a mayores, es gente en silla de ruedas”, detalla.
“Ellos vienen de un abandono de la familia, un abandono de la sociedad, yo pasé por ese proceso del abandono total, cuando me deportaron de Estados Unidos, pierdo mis papeles, y me deportan, y llegué a vivir en la calle, comer de la basura, yo sé lo que es dormir en la calle, que la gente te voltee a ver feo por como estás vestido, yo por eso los entiendo a ellos”, indica.