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Recursos

Una cooperativa busca repoblar el callo de hacha y restaurar el Mar de Cortés desde Bahía de Kino

Una cooperativa de pescadores en el Golfo de California trabaja en el repoblamiento de callo de hacha como parte de los proyectos de conservación y restauración en la costa sonorense, afectada por el calentamiento global, la sobrepesca, el turismo y la contaminación
23/06/2025 15:24

Desde los 9 años, Daniel Torres Salas tiene una estrecha relación con el mar: de niño se iba a la playa a ayudar a las embarcaciones que llegaban a la orilla. Eran entre 200 y 300 pangas que traían pescado para limpiar. A los 11 años empezó a subirse en ellas para salir al mar con barcos camaroneros y personas que compraban pescado. Al principio, solo lo hacía los fines de semana.

Dejó la secundaria a los 13 años para dedicarse de lleno a la pesca en su comunidad en Bahía de Kino, Sonora. Cuatro años más tarde, aprendió a bucear y se inició en la técnica de la extracción de callo de hacha. Ahora tiene más de 20 años haciéndolo, pero su visión ha cambiado: hoy sabe que al mar hay que devolverle algo de lo que tanto ha dado a familias enteras y consumidores de toda la región.

Casado y con cuatro hijos, asegura que la pesca le ha dado todo: la sustentabilidad de su familia y un hogar digno. “Con la actividad que estamos haciendo, del repoblamiento, yo creo que no es ni el 1 por ciento de todo lo que me ha dado. Es algo satisfactorio poder realizarla: el mar es como la oficina, cuando deja el tiempo ahí estamos, y es algo muy bonito; ya es de familia, soy la tercera generación de pescadores y el 90 por ciento somos buzos”, explica.

Daniel no solo lo cuenta; puede demostrarlo. Primero explica cómo nació la Cooperativa Jóvenes Ecopescadores, que hoy preside. La idea surgió a raíz de la visita de un compañero que también bucea, y había ido al congreso “De pescador a pescador” en La Paz, Baja California, en 2006. Les trajo muchas experiencias, y en 2009 obtuvieron sus primeros permisos para la pesca comercial de callo y pulpo.

Desde el 2000 y cada vez más con el paso de los años, los entonces jóvenes habían ido atestiguando la decadencia del producto. Cálculos del Instituto de Oceanografía Scripps de la Universidad de California indican que un 80 por ciento del Mar de Cortés ha sido afectado por el calentamiento global, que ha incrementado la temperatura de las aguas y se ha agravado por la sobrepesca, el turismo y la contaminación.

“La escasez por la sobreexplotación y el mal manejo que tiene aún todavía... Gracias a Dios ya tenemos una veda desde el 2021, pero es una especie que es muy valorada en los últimos cinco años, y fue muy explotada de los años 90 a la fecha. Escogimos esta especie para su repoblamiento porque es muy importante para la comunidad; el 80 por ciento de los buzos de la comunidad dependen de esta pesquería”, explica Daniel. Hoy trabajan con un permiso que les deja abarcar un polígono de 25.9 hectáreas marítimas.

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El repoblamiento de callo de hacha en un rincón del “acuario del mundo”

El Mar de Cortés o Golfo de California –alguna vez apodado por el oceanógrafo Jacques Cousteau como “el acuario del mundo” por su diversidad de especies– se extiende en 838.12 hectáreas de islas, islotes y áreas costeras de Baja California, Baja California Sur, Sonora, Sinaloa y Nayarit.

Bahía de Kino es uno de sus rincones, conocido como “la perla del mar de Cortés”. Se trata de un poblado a 107 kilómetros de la capital de Sonora, Hermosillo, más o menos a hora y media en automóvil. Hoy, la antigua comunidad contrasta con los desarrollos modernos y en expansión en Kino Nuevo, un tramo del litoral con un perfil mucho más turístico, de comercios, restaurantes, residencias vacacionales y hoteles que han invadido la playa.

El pueblo de Kino, el centro que alberga la tradición, está compuesto por calles pequeñas que se aglutinan en torno al viejo muelle que devoró la playa. Por eso ahora, las pangas tienen que ser remolcadas a tierra por vehículos automotores. No es raro verlas estacionadas en los patios de las viviendas, más antiguas y de materiales más modestos que en Kino Nuevo.

El poblado sigue siendo un lugar con su propio atractivo turístico, hoteles más pequeños a unas cuadras de la costa, no sobre ella, y elegido con mayor frecuencia por visitantes locales que pasean en las tardes por el muelle para ver uno de los atardeceres más impresionantes del Golfo, entre el vuelo y el graznido de numerosas gaviotas.

Las veredas más tradicionales y mejor conocidas por los lugareños llevan a tramos de la costa menos transitados, donde los pescadores aprendieron a bucear y siguen haciéndolo hasta hoy para obtener alimento, y al mismo tiempo devolver algo de lo mucho que les dio el océano, como Daniel, que a unos metros de una embarcación, se prepara para el proceso que antes ha explicado a detalle.

No es una regla general, pero el menú de algunos restaurantes en el viejo y el nuevo Kino incluye una página donde se muestran las temporadas de veda de diversos productos del mar. Uno de los integrantes de la organización COBI (Comunidad y Biodiversidad AC), que tiene lazos con casi todos los proyectos de conservación de la bahía, apunta que ahí radica también la responsabilidad del consumidor, que muchas veces aun con la información enfrente, pide mariscos que están en veda, lo que fortalece el ciclo de la sobreexplotación.

Quizá muchos de esos comensales que tanto disfrutan los mariscos ni siquiera conocen el proceso completo para obtener un solo callo de hacha. Daniel ya trae puesto su traje de buzo. Prepara los colectores envueltos en una malla que se coloca en el fondo marino con un ancla espiral, a la que se le da la vuelta hasta que queda completamente enterrada. Una boya queda sumergida en el punto, para que no interfiera con la navegación de las embarcaciones.

Los colectores deben quedar envueltos en una malla con volumen suficiente, “como barrilito”, dice Daniel, para que con el flujo de las corrientes puedan capturar un poco más de larva. Cada línea lleva cuatro colectores que se colocan entre finales de mayo y principios de junio. Ahora son los últimos días de mayo. En total, quedan entre 25 y 30 líneas, es decir, 100 o 120 bolsitas protectoras con sus colectores. Un asesor de Argentina, que trabajó en Puerto Peñasco, les enseñó esa técnica, e incluso les donó algunos materiales.

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Daniel aborda la lancha, que zarpa mar adentro y cuando se encuentra a suficiente profundidad, con ayuda de un regulador del que se desprende una manguera que le provee oxígeno, se lanza al mar con los “barrilitos” en las manos. Su cuerpo deja de ser visible desde la superficie por unos cuantos minutos. Luego sale a flote con las manos vacías, porque ya ha dejado las bolsitas ancladas. Poco antes bromeó con que ya ninguno de los integrantes de la Cooperativa Jóvenes Ecopescadores sigue siendo joven tras años de su formación, pero su condición física dice lo contrario. Hace varias entradas y salidas en una sola vuelta.

Después de eso, hay que esperar tres meses para hacer la colecta de la semilla. Aunque puede haber varias especies, los buzos de la cooperativa solamente van por la que es su objetivo –el callo de hacha– y la colocan en cajas tipo Nestier, que después tienen que revisar cada mes. Se trata de una canasta ostrícola: una estructura cuadrada, construida de propileno rígido, que tiene cuatro compartimentos internos, en los que se colocan las semillas de moluscos.

Cada mes se limpia, se pesa, se mide y se registra qué tanto crecimiento lleva, hasta que llegan a su tamaño ideal, de entre 8 y 10 centímetros, cuando están listos para sembrar. El desdoble es de octubre a diciembre, y la siembra en enero. Los primeros años había entre un 40 y 50 por ciento de mortalidad; ahora, con una sola fijación y un levantamiento al año, la mortalidad se ha reducido a entre el 5 y el 10 por ciento.

Monitoreo en la zona de manejo integral de callo de hacha

Antes de mostrar, junto a sus compañeros, lo diferente que sabe el callo de hacha fresco y preparado a pie de playa, Daniel explica que otra de las actividades que se realizan en la zona de manejo integral es el monitoreo biológico submarino, para determinar qué tanta biomasa hay dentro del polígono. Se hacen 36 censos de 30 metros. Por fuera del polígono, se revisa qué tanta dispersión de larva existe.

“Dentro del monitoreo biológico, también capturamos algunos ejemplares ya grandes para saber su tamaño. Los medimos, los pesamos, los separamos, pesamos el molusco, la gónada, todo el callo completo, esas son las actividades que realizamos de monitoreo; sacamos alrededor de 20, 25 ejemplares, los medimos, los pesamos y ya podemos sacar una talla estimada de cuántos ejemplares te puede dar un kilo, de qué tamaño a qué tamaño puede tener el peso ideal, eso es lo que registramos”, explica.

Al mismo tiempo, llevan a cabo un monitoreo oceanográfico con sensores de temperatura, al sur, al centro y al norte del polígono. Hace cuatro meses, además, colocaron también un sensor de toma de temperatura y oxígeno. Daniel se siente motivado para seguir haciendo ese trabajo y dice con orgullo que son la única cooperativa en el Golfo de California que trabaja el repoblamiento de callo de hacha.

Reconoce que han recibido apoyo de COBI, del gobierno del estado, de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) y de la Agencia Francesa de Desarrollo. La iniciativa de la cooperativa, entre otras, forma parte del proyecto Innovación Azul, iniciado en 2022 y promovido por COBI para mantener la resiliencia de los ecosistemas marinos y aumentar la capacidad de adaptación de las comunidades costeras. Por sus características, es financiado con una subvención de 1.5 millones de euros del Fondo Francés para el Medio Ambiente Mundial (FFEM).

“Es un recurso (el callo de hacha) muy explotado desde los años 80, y qué queremos: tener un producto 100 por ciento sustentable”, sostiene Daniel. La veda se instauró apenas en 2021; antes había sido una pesca libre, pero a raíz de la decadencia del producto, en la comunidad se reunieron unas 25 unidades económicas, entre permisionarios y cooperativistas, y empezaron a hablar de las necesidades de protección de los recursos.

“Es un recurso muy noble, que si se cuidara, se repuebla así, rapidito”, agrega. De hecho, cuando algunos integrantes de la cooperativa empezaron a bucear, en 2002, sacaban 30 o 40 kilos en unas cuatro horas, y ahora se pueden obtener apenas cuatro o cinco kilos en dos días, de 8 de la mañana a 3 de la tarde. A inicios de esa década, un derrame también afectó a todas las especies de la zona.

“Cuando empezamos, que ya obtuvimos el permiso, el primer monitoreo que hicimos de toda la zona no encontramos ni un callo, y a vuelta de un año, cuando ya empezamos a trabajar, me acuerdo que contamos como 100; y en el 2018, como cuatro años después, ya teníamos como 10 mil”, cuenta uno de los cooperativistas. Ahora calculan alrededor de entre 10 y 11 mil.

Bahía de Kino, epicentro de proyectos de conservación y restauración

La Cooperativa Jóvenes Ecopescadores no es el único esfuerzo en Bahía de Kino para devolverle al océano un poco de todo lo que ha dado a la comunidad. De hecho, este pedazo de litoral es quizá uno de los que más iniciativas de conservación alberga en una costa de 60 kilómetros.

Además, el estero de la laguna La Cruz es considerado un hábitat crítico al que se destina un plan de manejo de Sitio Ramsar –una designación que hace la UNESCO y da al humedal una importancia internacional–, del que forman parte diversos subprogramas y acciones.

Los grupos comunitarios tienen a su cargo actividades como la educación y concientización; monitoreo colaborativo, que implica que la comunidad y organizaciones colaboran para el monitoreo de tortugas marinas, delfines, calidad de agua, mamíferos terrestres y aves; restauración, debido a que el estero ha sido impactado fuertemente por la actividad humana en diferentes niveles, así como el impulso de la participación ciudadana, para quienes no pertenecen a ningún grupo en particular pero pueden hacer conciencia.

Este lugar es sede de un grupo tortuguero, de educadores de la Bahía, de padres unidos para conservar las especies en peligro de extinción, de esfuerzos para repoblar los mangles, impartir pláticas de concientización al pescador, trabajo para combatir la sobrepesca, entre muchos otros. Reunidos en un pequeño hotel del poblado, varios de esos grupos destacan que se trata siempre de un trabajo colaborativo.

Mediante las designaciones y esfuerzos comunitarios, también se han buscado nuevas legislaciones que garanticen la protección del área. Un objetivo más se alcanzará pronto: la designación de la laguna La Cruz como un área natural protegida, lo que dará más herramientas para su conservación. A esto se suman proyectos que ya están en marcha de educación ambiental, artísticos y clubes ecológicos, que tienen cada vez mayor auge en Bahía de Kino.

El Grupo Tortuguero de Bahía de Kino y la Cooperativa Mujeres del Mar de Cortés son dos ejemplos emblemáticos de ello. El primero porque ha alcanzado fama internacional mediante el documental El llanto de las tortugas –en la bahía todo el mundo lo sabe y lo trae a colación–, y el segundo porque es la mejor muestra de cómo a todos esos proyectos en los últimos años los ha atravesado la necesidad de incorporar la perspectiva de género.

Esos esfuerzos se combinan para mostrar cómo la comunidad, los científicos y las organizaciones se interconectan y funcionan de manera orgánica y sistémica, explican ellas mismas en la reunión. Los proyectos activos de restauración, como el del callo de hacha y el de la almeja arrocera —a cargo de las Mujeres del Mar de Cortés– son cada vez más necesarios ante las afectaciones que el océano, de tanto dar, ha resistido por años.