Lo normal en una democracia no es que la popularidad de un gobernante tenga un 100 por ciento de respaldo de quienes representa, ni tampoco que los acuerdos para gobernar se conduzcan bajo el consenso de todas las fuerzas políticas.
En una normalidad democrática, se requiere de opositores, que señalen, que cuestionen, que pongan en duda y que se opongan a lo que quiere hacer quien gobierna. Eso, seguro llevará a que la popularidad mengüe, pero será suficiente para que haya un esfuerzo por hacer aún mejor las cosas.
Lo que sí no es normal en una democracia es que quien gobierna tome como referencia los índices de aprobación como una validación de lo que está haciendo su administración. Nada más alejado de la realidad.
Las encuestas sirven para retratar un momento, como ocurre durante procesos electorales, como ocurre durante una administración. Pero no significa una evaluación del Gobierno. Porque una persona a la que finalmente le resolvieron su problema de agua, opinará diferente respecto a quien espera que le pavimenten su calle, que será diferente de a quien le pavimentaron la calle, pero la rompieron porque el servicio de agua falló.
Por eso, se necesitan voces diferentes, puntos de vista diferentes, señalamientos diferentes, para ponderar lo que importa en un gobierno.
Y esas diferencias se van a hacer notar con la crítica, justa y necesaria para una administración. Quien gobierna México, quien gobierna Sinaloa, quien gobierna a los municipios de esta entidad, necesitan de contrapesos, cuyas opiniones también son válidas.
Si en lugar de escuchar, atender, revisar y actuar, las autoridades reaccionan descalificando, algo raro está ocurriendo en la forma en cómo concibe ejercer el poder.
Los gobiernos en México, en Sinaloa, en Mazatlán, o Culiacán u otro municipio, necesitan de más opositores y contrapesos. Porque si bien a veces hay que aplaudir, otras veces habrá que señalar. Solo de esa manera se podrá corregir cuando algo está mal.





