La traición, la
decepción, amigo

Se le acabó el agua el bule y la administración de Andrés López Obrador llamada pomposamente Cuarta Transformación, pues terminó siendo el fiasco que ya todos esperábamos.

Sus indicadores retachan cualquier media hora de salivero que se pueda aventar en alguna mañanera, para intentar darle vuelta a las cifras de más de 191 mil asesinatos.

Chéquese este dato, otra vez, por más que lo quiero maquillar: este delito creció 57.5 por ciento más que los 121 mil 613 homicidios dolosos registrados en el rubro de homicidios dolosos durante la administración de Felipe Calderón y 21.6 por ciento más que las 157 mil 158 personas asesinadas en el sexenio de Enrique Peña Nieto.

Lo peor del caso es que todos sabemos que 191 mil 143 asesinatos en el mandato de López Obrador deben ser mucho más, porque hemos tenido episodios como el operativo para detener a Ovidio Guzmán López, en los que hay testigos que hablan de un centenar de muertos.

Lo peor es que hay otras cifras que agravan este contexto, como las 51 mil 703 denuncias de personas desaparecidas y 34 mil 699 cadáveres sin identificar.

Es evidente que vivimos una crisis en la que no existen ni trabajos de prevención para que esto pase y mucho menos un protocolo para dar seguimiento y esclarecimiento.

¿Pero qué se puede esperar de cualquier gobierno que deje buscar a los familiares sus propios muertos?

La crítica a este monunental fracaso también tiene qué ver con el discurso para intentar crear un contexto diferente a nuestra realidad, con muchos simpatizantes y fanáticos reales, y las constantes pruebas de que nunca se tuvo la certeza de hacer las cosas bien en la seguridad pública.

La crisis que pasa en Sinaloa es un reflejo de lo que pasa en nuestro país, de compartir esa enfermiza obsesión de pretender reparar todo lo malo con una beca y traer una cadena para atrapar a un león, sin algo que se le parezca a un domador.

La marcha que vimos

No hace falta enumerar ejemplos de lo que la sociedad organizada puede lograr cuando se lo propone y exige lo suficiente.

La marcha para pedir la paz en Sinaloa que se realizó este domingo sin duda que es una actividad que revitalizó la esperanza de muchos que vivimos esta pesadilla violenta en cualquiera de los municipios qué se ha presentado.

Más allá de lo que podamos decir de la organización, y del zipizape con las Sabuesos Guerreras, el asunto es que la marcha sirve para sacudirse la modorra y ahora contagiar a los demás para hacer cosas que estén a nuestro alcance, hacer la parte civil que nos corresponde.

En la marcha participó de todo tipo de ciudadanos, hasta grupos como el de los motociclistas que justo también hicieron una actividad de reactivación económica en el histórico pueblo de San Pedro y el bello puerto de Altata.

También se hizo una parada en la sede de la Fiscalía General del Estado para hacer el reclamo respectivo sobre su trabajo incompleto y que siempre le queda a deber a todos como ciudadanos sinaloenses y cerraron en el Parque Las Riberas con una serie de actividades.

Alguien cuestionaba y criticaba la ausencia de nuestros políticos y sus dirigentes, sin embargo entendemos que no tendrían cabida por la necesidad de que la actividad sea lo más civil posible, sin que intervenga esa raza que está acostumbrada a sacarle raja a cualquier cosa parecida.

Y pues hecho está, por lo que ahora hay que darle seguimiento a cualquier tipo de gestión que sea involucrar al gobierno, autoridades y demás sociedad civil, para seguir sintiendo qué todo esto tiene arreglo y ayudar a que el miedo no nos paralice, como a ellos.

Vivir en Elota y
sus consecuencias

Hay muchas razones por las que hay que sentirse orgullosos de ser de Sinaloa.

Y vivir y disfrutar de un municipio como Elota podría envidiar a cualquiera, por lo bella que es su zona rural, sus caminos y sus pueblos ni se diga su zona costera con pequeños paraísos que poco a poco comienzan a ser descubiertos y ganan simpatía internacional.

Pero lo que viven hoy es muy lamentable.

Noroeste tuvo la oportunidad de visitar algunas zonas que están azotadas por la violencia y los lugareños hablan se una pesadilla vuelta realidad: un convoy que recorre por las noches todos los pueblos aledaños a la cabecera municipal, La Cruz, y se lleva a quien no respeta una especie de toque de queda.

Solo estar ahí y escuchar los testimonios sirve para asustar, porque el convoy se los lleva en la oscuridad de la noche, y nadie sale de su casa, y si los devuelven lo hacen heridos y golpeados o sin vida.

En la carretera maxipista hay vigilancia con recorridos carrusel de militares, de la Guardia Nacional o de la Marina Armada de México, y por momentos todo parece seguro, pero luego lo vuelven todo un caos, hay bloqueos, enfrentamientos y personas asesinadas.

Por eso el Ayuntamiento volvió a sugerir que no haya clases, pese a que la semana pasada comenzaron con unas cinco escuelas y luego siete, en la cabecera municipal.

Y pues apenas ellos saben, que la cosa más allá de mejorar, parece empeorar.

La crisis que pasa en Sinaloa es un reflejo de lo que pasa en nuestro país, de compartir esa enfermiza obsesión de pretender reparar todo lo malo con una beca y traer una cadena para atrapar a un león, sin algo que se le parezca a un domador.

La crisis que pasa en Sinaloa es un reflejo de lo que pasa en nuestro país, de compartir esa enfermiza obsesión de pretender reparar todo lo malo con una beca y traer una cadena para atrapar a un león, sin algo que se le parezca a un domador.

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