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"ELECCIONES 2018"

"No nos falles, le gritaron AMLO; la noche del 1 de julio desde los ojos de una sinaloense"

"El festejo del triunfo electoral del domingo 1 de julio contado desde la euforia que acompañó a Andrés Manuel López Obrador"
05/07/2018 21:27

Coraima Mena / Noroeste Especial

Sujetaba la bandera tricolor montada en lo que parecían ser tres palos de escoba, era un hombre mayor. Lucía más que agotado, su espalda se cubría de sudor mientras seguía balanceando el símbolo por los aires, y su mirada parecía encajarse en la tela cuando bajaba a los rostros de las demás personas: era profunda, de ojos rojos, pero persistente. Estuvo ahí durante dos horas.

La masa se iba conglomerando en el pasillo más largo del metro, haciéndose más grande a medida que dos líneas laterales se unían en el centro, vociferando un coro que al principio daba la impresión de ser más un ataque que una alabanza. Cuando todas las voces terminaron por unirse, la porra era más clara, y no sólo eso, sino que a medida que otras se integraban, era más estruendosa. Se acabó por entender que además de fuerte, no era un grito de ataque, sino un grito de apoyo.

Los puños se alzaban y las decenas de pies se confundían en las filas con forma de marcha. Se perdían como borregos que acababan de ser liberados de sus corrales con la condición de ser libres un rato. Y ese rato se convirtió en dos horas y media.

Subiendo las escaleras se alcanzaba a sentir el calor de los cuerpos. Chicos, grandes, viejos, cansados, arrugados, jóvenes, en bastón, crías…

Las mantas de los comerciantes y oportunistas ya estaban arrojadas al suelo, y arriba de ellas artículos de colección. Mientras, el Palacio Nacional se vestía de una luz morada, producto de la proyección de un evento que estaba apenas comenzando. Frente a él, un podio blanco.

La gente que se acercaba ya había pasado a recoger y a pagar por las banderas del suelo y las agitaba en el aire conforme miraban curiosas lo que iba a acontecer delante del asta de bandera. Entre gritos y alaridos, el Zócalo de la capital se inundó de expectación. Después de la primera hora, la gente se encendió con la música que retumbaba en la zona. Al voltear atrás podía verse no más que una laguna de cabezas sin fin, pero la frescura del aire seguía siendo la misma.

Había una mirada de confidencia en cada uno de ellos. Existía alguna unión metafísica que nos mantenía apretados como átomos formando una especie química. Lo que ocurría adelante del asta no era lo importante. Lo verdaderamente contundente era lo que ocurría a espaldas de cada quién. Al girarte podías observar al tumulto de simpatizantes y ellos ni se darían cuenta. Tenían sus ojos fijos en lo que pasaba en el escenario. Y esta constancia incrementó llegando las doce. Los gritos se emocionaron, y con ellos el alza de manos y el ingenio de las nuevas porras. A la izquierda había una pareja consagrando su amor con un beso efusivo, y a la derecha un señor de aproximadamente sesenta y cinco años limpiándose unas lágrimas. Delante estaba engrandeciéndose la bandera arcoíris, y atrás los niños encima de los hombros de sus padres al son de mariachi.

Había sonrisas, y caras en expectación que escuchaban atentas a lo que salía del micrófono. Pero más eran sonrisas. El señor de al lado reía bajo un gesto de complicidad. Los viejitos de en frente se reían con los chistes de los de más atrás, y todos nos pegábamos más.

Al unísono se escuchaba el coro de un “sí se pudo” rodeado de años de espera para ser sacado. Seguido de un “chingue a su madre el PRI”. Parecía que todo iba demasiado bien.

También parecía que podían dispararle en cualquier momento.

“¡Ay, ay, ay, ay, canta y no llores!”

Las pantallas se encendieron y el confeti brotó del cielo.

Parecíamos dóciles, complacidos, honorados. Pero también estábamos hartos. La esperanza estaba a punto de agotarse y habíamos reaccionado.

Estábamos, millones, recordando los estragos por la crisis de los seis años, que es cuando el niño empieza a moldear su propia identidad y muestra actitudes desafiantes, de inestabilidad emocional, y se contrapone al peso de la autoridad.

Seis años. Y hasta más.

Se escuchó otro coro, propagándose rápido. Alguien lo habrá comenzado, y miles lo secundamos. Sonaba a súplica, casi una petición. Y al mismo tiempo, no se podía ignorar la latente amenaza en las voces que podían formar una sola: “¡No nos falles!”

 

 

Sobre el autor:

Coraima Mena es una artista visual sinaloense que radica en la Ciudad de México.