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"COLUMNA"

"EXPRESIONES DE LA CIUDAD: La gresca infame que incendió el blanco palacio de nuestra historia"

"Hace 30 años el Palacio Municipal de Culiacán se consideraba, en términos románticos, el Palacio de Bellas Artes de Sinaloa, por los artistas que se presentaban gratis para los asistentes"
La ruta del paladar
21/01/2021

La vida. Digo yo. Y es que observas la imagen en llamas del palacio municipal de Culiacán y no te la crees, y quizá hasta te cueste imaginar que hace alrededor de 30 años llegó a ser considerado, claro que en términos románticos, como el Palacio de Bellas Artes de Sinaloa, por los días en que semana a semana desfilaban en su patio central una pléyade de grupos y artistas fenomenales, gratis para los asistentes, quienes hacíamos unas colas tremendas para el acceso, sin importar lluvias ni calores.

Allí aplaudimos a Mercedes Sosa, a Sanampay, a Óscar Chávez, a Los Folkloristas, a Amparo Ochoa, a Eugenia León, a Tania Libertad, a Betsy Pecaninis, a Facundo Cabral. Y a tantos y tantos.

Y es que te atacas al recordar su historia, porque de ser edificado como seminario para la formación de sacerdotes a la orden de la religión católica, desde hace demasiados años ha servido como residencia de la política y de sus políticos, incluida toda la parafernalia rijosa que les atañe, edificio desde donde despacharon varios gobernadores, siendo el último de ellos don Alfonso Calderón, para enseguida ser sede de la presidencia municipal, sin desconocer que en ese inmueble se vivió una época luminosa con los Viernes Culturales, durante el mandado de Ernesto Millán Escalante.

Pero antes de morada de políticos, al caer en desuso por la Guerra de Reforma, fue cuartel militar, hospital, escuela; y el Hospicio “Francisco I. Madero”, para los niños huérfanos de la Revolución.

Cualquiera que ame a Culiacán se regocija de orgullo al ver su palacio señorial; y justo por tan genuino cariño, quienes lo vimos arder en 1989, sentimos que era un emblemático baluarte de nuestra historia lo que estaba en llamas, asombrados de la barbarie que afloró tras la pugna entre militantes del PRI y del PAN, los primeros defendiendo el triunfo electoral de Lauro Díaz Castro, y los segundos en plan de resistencia civil, alegando fraude contra la figura de Rafael Morgan Ríos.

Sí, amigos y amigas de generaciones actuales: hubo esa vez, en la historia del acontecer político de Culiacán, en que se desbordó el conflicto poselectoral y con un asombro inaudito vimos salir lengüetadas ardientes por los ventanales, vimos a personas subiendo a la azotea y bajando por los postes de la luz, para salvarse; vimos a bomberos rescatando a intoxicados, o en estado de shock.

A las horas nos enteraríamos que alguien había perdido la vida, cuyo cuerpo carbonizado tengo registrado en una foto impublicable; y por supuesto que hubo pérdidas millonarias: habían mancillado nuestro hermoso palacio blanco, cuyos interiores quedaron destrozados, irreconocibles.

Veo ahora el querido inmueble y tengo claro que las llamas y nadie silenciaron el eco de lo que allí cantó Mercedes Sosa; es como si la oyera con aquello de sólo le pido a Dios que lo injusto no me sea indiferente; tengo claro que no apagaron la voz de Sanampay, porque aún oigo un murmullo que me dice: Yo te nombro, libertad; o a Óscar Chávez con esto de que Por ti yo dejé de pensar en el mar y que Por ti yo dejé de fijarme en el cielo. O a mi añorada Amparo Ochoa, recordándonos que un clavel le dijo a un arroyito revoltoso que no ha muerto el jefe, que Zapata ha de volver. Y así.

La vida. Y es que en los días que corren ninguno de los dos partidos de aquel zafarrancho, que semejaron a tirios y troyanos, tienen autoridad para decir: éste fue el culpable, o viceversa, porque ahora andan juntitos en plan divi-divi-divi. Y punto.

Comentarios: contacto@al100xsinaloa.com

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