Recuerdo que apenas unos minutos antes habían pasado por el lugar un par de agentes de la Policía Federal del área de Proximidad Social, cuando les dije a mis acompañantes, entre ellos mi hijo que en aquel entonces tenía 10 años y un joven extranjero: apúrense, este no es un lugar para estar con el auto con las puertas abiertas.
Eran casi las 22:00 horas, en el tramo de la calle Alejandro Quijano entre Aquiles Serdán y Teniente Azueta, en el centro viejo de Mazatlán.
Encendí las luces del auto y como si hubiese sido una señal de salida, la silueta de una persona arrancó su carrera justo de la calle próxima a la que poco a poco comenzamos a dirigirnos.
Esa persona llevaba ropa holgada, una gorra, franela en la mano. Era un “viene-viene” o un cuidacarros.Pero su carrera y sus ademanes que invitaban primero a detenerse, era para que supiéramos que él era quien había estado pendiente del auto. Con la reducción de la velocidad del auto, sus ademanes ya eran cobro.
Justo cuando estaba por llegar, se escuchó un golpe seco, porque algo le estalló en el cuello.
Y es que al arrancar su carrera, otra persona de una edad mucho mayor, había salido de entre otros automóviles por la acera de enfrente, con los restos de un escoba que usó como arma.
Del porrazo lo derribó y el viene-viene que yacía en el suelo, contraatacó lanzándole de inmediato un par de piedras.Recuerdo que les comenté a mis acompañantes que el hecho, entre cómico, trágico, sorpresivo, más allá de lo anecdótico, tenía sus asegunes.Evidentemente, la otra persona estaba a cargo de un territorio, que pudiera ser consensuado o no, delimitado por las reglas no escritas de algún reglamento, tampoco escrito, de convivencias de la calle.
Su reacción de atacar con los restos de una escoba, seguramente fue por el enojo que ya tenía tiempo acumulado, por la insistente actitud gandalla del viene-viene número uno.
Pero la reflexión fue porque hay zonas en ciudades como Mazatlán en las que desde hace mucho ya es casi imposible encontrar un lugar donde estos personajes no aparezcan.
En esos días, de 2012, Noroeste había documentado que existía un grupo que cínicamente apartaba lugares en la Zona Dorada, en contubernio con la propia sociedad y su creatividad de hacerse pasar por empleados de Oficialía Mayor del Ayuntamiento, que al final fueron detenidos por la policía.El fragmento de batalla del que fuimos testigo cuatro mayores de edad y dos menores apenas el domingo, seguramente pudo haberse repetido en diferentes partes y fechas en Mazatlán.Ejemplo hay muchos, y quien viva en el puerto tendrá sus propias anécdotas.Por la calle Belisario Domínguez, en el tramo entre Ángel Flores y Mariano Escobedo, es territorio que por las mañanas trabajaba otro cuidacarros que buscaba “amarrar” la paga por sus servicios, que además de lavar el auto no me explicó qué otro pudiera otorgar, desde la llegada. Ese compa casi casi amedrentaba con la mirada y hasta actuaba siempre de manera desafiante.Por la noche, estaba un señor que vestía camisa vaquera que se molestaba cuando se le negaba la paga y alegaba que había estado pendiente del auto como 10 minutos.
“Gracias las que hace el payaso”, gruñía como respuesta luego de darse cuenta que su faramalla de “sale, sale” no daba el resultado que buscaba.
O la horda que mandaba en los alrededores de la Unidad Administrativa, que decían, hasta rayaban la pintura o cristales de los automóviles de los propios empleados, pues ellos se dedicaban a apartar y a cobrar por dirigir el tráfico, pues siempre que alguien pasaba por enfrente de las oficinas, ellos se encargan de dar el paso o no.”Uy, ya con el gracias, me voy a llenar”, me dijo unos años después un vato en un estacionamiento de un restorán en Culiacán.
“Bueno”, pensé, “seguramente si no me dices ‘sale’, yo no voy a poder sacar el auto del estacionamiento”.
El problema, en la mayoría de los casos, es por una cuestión de actitud. No son las personas, sino las actitudes.Lo mismo pasa en los supermercados e incluso en plazas comerciales donde hay elementos de seguridad privados que “completan” de alguna manera su salario.Recuerdo que después de la escena de acción del escobazo, ya no pude darle su propina, porque bien merecida la tenía después del porrazo.