Alegoría
del silencio

    El silencio es el batiscafo que permite la inmersión a las profundidades de nuestra intimidad, evitando la dispersión que se consigue en el horizonte de la exterioridad. Asimismo, es el fiel de la balanza que equilibra los platillos del amor, amistad, sacralidad y esperanza.

    Dice un refrán que “una imagen vale más que mil palabras”. Entonces, podríamos preguntar: ¿valdrá, asimismo, una determinada cantidad de palabras el silencio? Porque, en efecto, el silencio también es netamente expresivo y parlanchín. No sólo se guarda silencio por no saber qué hablar, sino también por no encontrar la palabra adecuada para expresar lo que, muchas veces, permanece en el terreno de lo íntimo e inexpresable.

    El silencio posibilita la palabra y ésta se nutre de silencio. El silencio no se identifica con el simple callar, sino con una ausencia toral de palabra y de sonido. El silencio no es necesariamente negativo, pues es necesario para engendrar utopías con creatividad e ingenio. Por tanto, el silencio no es banal carencia, sino elemental presencia; no es un espacio vacío, sino una habitación colmada de plenitud existencial.

    El silencio se convierte en inestimable compañero al emprender el éxodo de una vida cómoda, rutinaria y superficial. El silencio es buen antídoto para encontrar salida en la autopista de la angustia, de la prisa y del estrés. El silencio capacita para abrir los cerrojos del alma y valorar la dicha del instante, al igual que salta de alegría el amante al contemplar el rostro de la amada.

    El silencio permite la jubilosa experiencia de la escucha en este mundo frenético que privilegia el negocio, competencia, consumo y velocidad. Por eso, se hace necesario contar con estrategias, señales, límites y reductores que faculten el encuentro, convivencia e interés por el otro.

    El silencio es el batiscafo que permite la inmersión a las profundidades de nuestra intimidad, evitando la dispersión que se consigue en el horizonte de la exterioridad. Asimismo, es el fiel de la balanza que equilibra los platillos del amor, amistad, sacralidad y esperanza.

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