Sinaloa lleva 80 días asediado por la violencia. Culiacán amanece a diario entre hallazgos de muertos, fichas de personas desaparecidas, casas quemadas, vehículos robados, negocios baleados. La criminalidad campea y el miedo se impone.
El comentario general es que “perdimos la paz”. Lo cierto es que nunca la tuvimos. Me explico.
Según académicos y estándares internacionales una región se considera “violenta” si la tasa de homicidio por cada 100 mil habitantes está por encima de 10. El mejor registro que tenemos en Sinaloa, según datos de INEGI, es el de 2004 con 15. La peor en 2010 con 86. Ese año ha habido 2 mil 397 homicidios en el Estado, 6.57 diarios.
¿La razón? una disputa al interior del Cártel de Sinaloa, cuando los Beltrán Leyva consideraron una traición la detención de “El Mochomo” en Culiacán en enero de 2008 y le declararon la guerra al resto de las facciones del Cártel.
Hoy, del 9 de septiembre al 27 de noviembre, Sinaloa promedia 5.9 homicidios diarios, un dato muy cercano al peor de nuestra historia. De enero a agosto de 2024, Sinaloa promediaba 1.43 asesinatos diarios, para una tasa que rondaba los 18 homicidios por cada 100 mil habitantes; prácticamente el doble del estándar internacional. Este 2024, Sinaloa volverá a una tasa estimada de 30 homicidios por cada 100 mil habitantes.
La cruda verdad es que no vivíamos en paz, sino que habíamos normalizado la violencia homicida a niveles de una indiferencia social lamentable y que hoy pagamos muy caro.
En Noroeste, y seguro en el resto de los medios del Estado, lo sabemos bien: las notas de asesinatos antes de esta coyuntura no llamaban la atención. Apenas si generaban clics, a menos que la víctima fuera alguien reconocido o el nivel de violencia fuera inusual. Hoy, cada homicidio que ocurre es enmarcado dentro de la lógica de la “guerra” y capta muchísima atención. Sobre todo porque el rol de las redes sociales como el más eficaz medio de distribución de contenido hace más libre y carente de control ético el flujo de imágenes y videos sobre los asesinatos.
En suma, lo que perdimos no fue “la paz”, sino que pasamos de un “Equilibrio de Baja Criminalidad” (EBC) a un “Equilibrio de Alta Criminalidad” (EAC), como el académico argentino Marcelo Bergman los llama en su libro “El Negocio del Crimen”. El equilibrio anterior dependía más de la estabilidad del crimen organizado local que de las capacidades del Estado.
Desde que la disputa entre los Guzmán y los Zambada comenzó y que las autoridades no han podido contener, en Sinaloa los homicidios se triplicaron y las desapariciones y el robo de vehículo se duplicaron.
Incluso el término “baja” es aquí cuestionable, pero lo usaré solo para ilustrar el cambio tan drástico que experimentamos en las violencias letales (homicidios y desapariciones) y patrimoniales (robo de autos, robo a comercio) después del 9 de septiembre, sumado también a otras prácticas como explosiones, ponchallantas, incendios, mensajes intimidatorios, etc. que pueden incluso catalogarse de terroristas.
Bergman también nos dice que pasar de un EBC a un EAC puede ser instantáneo, pero regresar es mucho más difícil y puede tomar mucho tiempo. A eso nos enfrentamos.