Uruapan en sombras: la muerte anunciada de Carlos Alberto Manzo

05/11/2025 04:01
    “Cuando quienes alzan la voz contra la violencia son silenciados, toda la sociedad se hunde un poco más en la oscuridad”._ Antonio Guterres, Secretario General de la ONU
    La muerte de Manzo no sólo arrebató una vida: expuso la fragilidad de la justicia en una tierra donde el miedo se ha vuelto costumbre. Porque cuando la autoridad que enfrenta al crimen es asesinada en una plaza pública, entre velas y canciones, el mensaje es brutalmente claro: la impunidad manda.

    La plaza Huatapera -palabra purépecha que significa “lugar de encuentro y de ayuda”- estaba encendida de luces y de esperanza. Era la inauguración de la Feria de las Velas, una de esas noches en que Uruapan parece respirar en comunidad: familias reunidas, aroma a copal, música, flores, voces que se mezclan con la historia.

    En medio de la celebración, los acordes de La Llorona flotaban entre las velas encendidas:

    “No sé qué tienen las flores, Llorona,

    las flores del campo santo.

    Que cuando las mueve el viento, Llorona,

    parece que están llorando”.

    Esa canción, tan llena de nostalgia y presagio, se convirtió sin querer en el telón de fondo del momento más trágico.

    El Alcalde Carlos Alberto Manzo Rodríguez avanzaba entre la gente, con su hijo en brazos, saludando, compartiendo palabras breves de gratitud. Era un gesto humano, cotidiano, en una ciudad que intentaba celebrar a pesar de la tensión y el miedo.

    Entonces, la alegría se quebró. Entre la multitud, un joven armado se acercó y le disparó tres veces. Además, otras personas más quedaron heridas.

    La música se detuvo, las velas vacilaron, y el murmullo del horror llenó el aire. Las balas llevaban mensaje: en esta región, los que mandan no visten uniforme ni juran por la ley.

    No fue un hecho inesperado. Desde hacía meses, el Alcalde denunciaba los abusos y amenazas que sufrían productores y comerciantes.

    Señaló con nombres y hechos la red de extorsión que asfixia a Michoacán: cuotas mensuales por “protección”, pagos de entre uno y 3 pesos por kilo de aguacate, control de los días de corte, vigilancia sobre quién puede vender y a quién.

    “Los extorsionan, levantan, amenazan, mandan células a pedir la cuota. Mucha gente tiene miedo y se ha callado”, había dicho con valentía. Y agregó, sin rodeos: “En Uruapan hemos tenido gobiernos municipales que han estado trabajando con grupos criminales”. Su voz incomodó. Su insistencia le ganó enemigos y admiradores por igual.

    Había llegado a la Presidencia Municipal en septiembre de 2024, impulsado por un movimiento ciudadano -los sombreros- que apostaba por la independencia y la dignidad.

    Desde el primer día, pidió al Gobierno estatal y federal que enfrentaran la violencia que estaba desangrando a la región: “Le pedimos que atienda la problemática que nos está matando, le pedimos presencia del Gobierno federal y pedimos castigo a los culpables: todo el peso de la ley a estos asesinos”.

    Pero su voz, como tantas otras en este País, se perdió en el ruido de la burocracia y el desdén. Las respuestas llegaron tarde, en comunicados y condolencias.

    Otra vez, las frases oficiales -“se investigará”, “no habrá impunidad”- se escucharon sobre el eco de las detonaciones, sobre el llanto de una ciudad que ya no se sorprende del horror, pero que aún lo siente.

    La muerte de Manzo no sólo arrebató una vida: expuso la fragilidad de la justicia en una tierra donde el miedo se ha vuelto costumbre. Porque cuando la autoridad que enfrenta al crimen es asesinada en una plaza pública, entre velas y canciones, el mensaje es brutalmente claro: la impunidad manda.

    Y, sin embargo, algo distinto ocurrió esa noche. En medio del miedo, muchos habitantes de Uruapan sintieron que el Alcalde no murió solo. Murió entre su gente, haciendo lo que más amaba: servir y hablar con la verdad. Su caída no fue silenciosa; fue una denuncia definitiva, una última advertencia de lo que significa desafiar a los poderes que se alimentan del miedo y del abandono estatal.

    Hoy, las flores que cubren la Huatapera parecen llorar con el viento. Y, como en la canción, el pueblo repite entre susurros:

    “Que cuando las mueve el viento, Llorona,

    parece que están llorando”.

    Pero entre esas lágrimas hay también una promesa: que su voz no se apague. Que su muerte no sea una estadística más. Que la valentía de Carlos Manzo recuerde a México que aún hay quienes se atreven a decir la verdad, aunque el precio sea la vida.