"Pénjamo: pensaron en clases en línea sin voltear a ver a los pobres"

"El problema es que Emilia no tiene un smartphone para que sus hijos puedan estar en un grupo de WhatsApp del salón, ni tampoco una tablet para conectarse y descargar Zoom"

De la chingada, masculla Emilia como respuesta -con un español medio trompicado-, a la pregunta de que si cómo le ha ido con las clases en línea.

Está sentada fuera de su casa, en un complejo de cuarterío que construyó la agrícola del campo Pénjamo para sus trabajadores del campo en Villa Juárez.

Entre sus respuestas, combina siempre las frases “no sé” o “no tengo” con un acento de alguien que no habla el español como su lengua natal.

Ella es originaria de Guerrero, tiene 29 años, habla lengua triqui y tiene siete hijos, dos de los cuales deberían estar cursando tercero de primaria, en el caso de Iván, y segundo de secundaria, en el caso de Rubí.

El problema es que Emilia no tiene un smartphone para que sus hijos puedan estar en un grupo de WhatsApp del salón, ni tampoco una tablet para conectarse y descargar Zoom, desde el internet que don Shibi renta a 10 pesos en su abarrote, y participar en clase con sus compañeros de la primaria del Campo Victoria.

Además del temor por la pandemia, el virus Covid-19 trajo al campo Pénjamo un nuevo obstáculo para que unos 80 niños y jóvenes puedan regresar a tener clases como antes: No hay trabajo, no hay dinero, no hay internet, no hay señal de televisión, no hay smartphones, no hay televisores... No hay educación.

 

Emilia.

La situación que no solo pasa en Villa Juárez, se replica en casi todo el estado

 

Juan López García es el representante de un organismo civil que se llama Movimiento de Unificación de Lucha Triqui que opera en Villa Juárez, sindicatura de Navolato, desde hace 20 años.

Los problemas por los que pasaban sus hijos y los de sus compañeros le obligaron a denunciar que las clases en línea no pueden funcionar en ese pueblo navolatense, y sus campos agrícolas aledaños, porque hay lugares en los que no hay celulares, no hay televisores o simplemente no hay luz.

De esta situación, puede confirmar, se repite en otras partes de Sinaloa, como Escuinapa, Villa Unión, al sur del municipio de Mazatlán; La Cruz, en el municipio de Elota, y pueblos indígenas de Guasave, Ahome, Choix y El Fuerte.

“De por sí tenemos niños, fuera de esto, que no toman clase porque está lleno el cupo, o porque no tienen los papás para pagar la cuota, no tienen su acta de nacimiento o no están registrados, entonces con eso todavía viene a atrasarnos más esto de la pandemia”, lamentó.

“Ahora sí nos preocupa, no sé, pedirle al Gobierno del Estado, al gobierno federal, que use otra dinámica para ver si pueden apoyar”.

“No hay televisión, internet, hay colonias nuevas que no tienen ni luz tampoco, entonces sí nos mortifica, porque el gobierno hace un panorama, pero yo quisiera que la SEP, que haga una investigación o que visite estos lugares que estamos mencionando, yo creo que es un problema que existe, en la ciudad yo creo que no es tanto, porque de hecho sabemos que hay niños que son expertos en la tecnología, pero hablando de las rancherías sí es algo nuevo para ellos y no están adaptados a este sistema”.

En la misma oficina de Juanito, como conocen al representante del movimiento en Sinaloa, hay algunos compañeros de lucha y gestión que tienen testimonios, como el caso de Teresa, de 39 años, ha sido una trabajadora social de un campo agrícola cuya familia salió del campo Pénjamo, un complejo de cuartos que se ubica a casi 10 kilómetros del pueblo de Villa Juárez.

Teresa tiene dos hijos, pero uno de ellos Ángel de 10 años, padece de autismo.

“Él lo ve como algo de un juego, no lo agarra con más responsabilidad como cuando estaba en clase, se me bajó más, porque como dicen algunas personas, muchas veces los pones a estudiar y no lo hacen, porque están en casa, porque piensan que lo pueden hacer más tarde y el aprendizaje no es el mismo, él prefiere estar en la escuela”, señala.

Filemón tiene 69 años, es originario de Veracruz, pero su familia proviene de Oaxaca, llegó a Sinaloa para trabajar en el campo y se quedó a vivir desde que era joven. Tuvo seis hijos, pero apenas en marzo una de sus hijas de 20 años de edad sufrió un accidente y falleció.

Ahora él y su esposa Gloria cuidan a la pequeña Camila, de tres años, quien debería entrar a primer grado de preescolar en este inédito ciclo.

“Es un poco difícil, ahorita ya nada más me queda la nieta. Tiene tres años apenas, es la más pequeña que hay en la familia. No sabemos cómo le vamos a hacer para el kinder, porque si dura esta pandemia, hasta cuándo, no sabemos qué vamos a hacer”, señaló.

“No sé usar el celular, pero estoy aprendiendo. Yo apenas aprendí con señales, con tambor y humo. En nuestra época no teníamos esas cosas”.

Dice que sus otros hijos, con sus nietos, gastan entre 15 y 20 pesos diarios para paquetes de datos para navegar en internet.

Aunque dice que se prepara para que Camila inicie sus clases, no ha podido establecerse en un trabajo.

“Y aparte de eso, no hay trabajo ahorita, yo me dediqué al campo también en la labor, pero como ya está uno mayor, ya no me dan trabajo, y pues, ahorita lo que caiga, me enseñé a coser zapatitos, ahí me cae algo, pero no es todos los días, hay de vez en cuando”, expresó.

 

Ni Dayana, ni Edwin ni Martín quieren regresar a la escuela

 

En el mismo terreno donde Juanito renta su oficina, hay otros cuartos disponibles para apoyar a personas indígenas que llegan en busca de ayuda con su organismo.

Hay muchos abusos, recalca, patrones que hacen cuentas abusivas, con lo que se aprovechan de su timidez e ignorancia. Por eso intercede y protege a quien le pide ayuda.

Unos de los nuevos inquilinos son Dulce Dayana, de ocho años, quien debería estar cursando clases en línea de tercer año; Edwin de seis y Martín de cuatro.

 

¿Te gustaría regresar a la escuela, Dayana?

No.

 

¿Por qué?

Porque no, no me gusta.

 

¿Qué te la pasas haciendo?

Nada

 

¿Por qué no quieres regresar a la escuela?

Porque me dejan mucho trabajo.

 

Los demás responden con monosílabas, con la voz muy débil, apenas forman palabras, se ríen y se arrepienten cuando están por pronunciar algo, pero coinciden los tres en que no quieren regresar a las aulas.

Juegan con lo que pueden, en un patio de tierra bardeado, afuera de un cuarto en obra negra cuyas ventanas no tienen celosías. No hay un televisor visible y sus padres, que no tienen trabajo, están cuidando a su nuevo hermanito que tiene semanas de haber nacido.

Ese lugar, el hogar temporal de Dayana, Edwin y Martín, está a unos metros del centro de Villa Juárez y a cientos de metros del edificio de la sindicatura.

 

El reclamo de Pénjamo, las clases en línea que llegan a duras penas

 

Iván y Joaquín.

Iván, de siete años, y Joaquín, de nueve, están recargados junto a un tambo de agua a un par de metros de Emilia, en lo que sería el porche de las primeras casas del campo Pénjamo.

Ella sugiere con sus gestos que está un poco molesta.

 

¿Cómo le cayó este asunto de las clases en línea?

Pues, ya no hubo en la escuela, pos así no... pos nada, ya no pudimos hacer nada, ya no estudiaron, ahí quedó, mírelos.

 

Emilia da una rápida explicación de qué ha pasado con sus siete hijos y a educación básica en los últimos años. El mayor, de 15 años, tuvo que salirse de la escuela porque no pudo recoger unos papeles, este sería el segundo año que pierde.

 

¿Cómo le cayó a usted la noticia de que ahora las clases nada más serán en línea?

La verdad que no sé, porque ni tele tengo, no tengo, y no sé. No he investigado tampoco, porque no tengo trabajo.

 

¿Nadie ha llegado a explicarle cómo le tiene que hacer para que sus hijos tomen clases?

No, nadie, nadie.

 

Emilia tenía 18 años cuando llegó a vivir a Pénjamo a trabajar en el campo agrícola, pero éste cerró y ahora son empleados temporales de otro campo que está más al sur, el Campo Pía.

“Pero ahorita no hay trabajo, tiene mucho que no hay trabajo, estamos trabajando a Pía, pero no hay trabajo en Pía tampoco. Estamos trabajando allá, pero aquí estamos viviendo, pero ya tiene rato que no hay trabajo aquí, yo tengo más de dos meses que no trabajo. No hay trabajo, ni dónde”, insiste.

Cuando hay trabajo, explica Teresa, la trabajadora social, los camiones que transportan a los trabajadores hacen una especie de convenio con las familias de los campos agrícolas, cobran algunos 10 pesos a la semana por trasladar a sus hijos unos kilómetros para llegar a la escuelas. Hay una secundaria del migrante, la primaria Henry Ford de campo Victoria y en el mismo campo Pénjamo un jardín de niños que ahora mismo está cerrado por la misma pandemia.

La situación de Iván y de Rubí es difícil, no hacen nada, sólo ven pasar los días en sus casas, con sus vecinos.

“No sé cómo le van a hacer para estudiar”, insiste Emilia. “Rubí estaba en segundo, pero no sé si pasó o no pasó. Ni teléfono tengo, pues no hay pues, no sé si pasaron de año”.

 

Según Teresa, Emilia tampoco sabe si van a cobrar una cuota, y como no tiene dinero, no ha preguntado.

“Es que dan a entender también que todo es en línea, y como nada más tienen teléfonos normales, de los cacahuatitos, pues ahí se les complica, por qué no dan una información, en venir hasta acá y decir 'los que no tenga televisión' o algo para ellos mismos, pues ¿qué se puede hacer?”, agrega.

“Es la necesidad, ahorita, de seguir preguntando, qué se hizo esa situación por lo del Covid, pero no se ponen a pensar que ni tele tienen”.

La buena noticia es que con septiembre llega la plantada, le llaman así a las jornadas en los campos agrícolas de colocar los nuevos brotes para que la planta crezca, y que es momento de volver al trabajo y de recibir la paga.

 

Edith (blusa morada) y Yesenia (blusa rosa).

Las clases en línea que no fueron pensadas para pobres

 

Edith tiene 33 años y más de 20 viviendo en Pénjamo. Ella tiene cuatro hijos y dos de ellos, Cándido de cinco años y Eulogio, de nueve, ya comenzaron una semana titubeante de clase a distancia con un solo celular.

Pero con la llegada del mes de septiembre, también tendrán que empezar sus clases las mayores, en la secundaria y en la prepa.

“... ahorita un teléfono nada más, y con los cuatro, imagínese. Si viera cómo se satura, más que no hay señal aquí, uy no, batalla muchísimo, a veces que hasta las 10 de la noche está uno mandando las tareas y la maestra tiene que comprender”, dice Edith.

“Aparte del teléfono, pues quieren que uno vea la tele y tampoco la señal no se mira, es otra cosa también, quieren que los niños estén ahí y luego hay que comprar útiles, póngale que no mucho, pero por lo menos libretas, lápices, yo que sé, de lo que se ocupe, si es muy difícil también porque no hay trabajo”.

A diario, según explicó Edith, gasta por lo menos 25 pesos por cada niño en paquetes de megas para que el celular tenga internet para chatear en el grupo de la clase, pero hay veces por las tareas que deben enviar eso no alcanza.

“El saldo que le mete uno no alcanza para las tareas, uno de 50 te da no sé qué tantos megas, pero no alcanza, entonces, pues al día vengo gastando más de 50 pesos, por los dos niños, aparte si van a entrar los otros dos después, porque la otra niña ya no tarda, ahora a primeros de septiembre va a entrar la otra, y luego la otra dice que en septiembre, la de la prepa, y esa está así de tareas, cargadas, uy no, a ver cómo le vamos a hacer, porque sí es mucha tarea la que le dejen y bien cargado el internet”, renegó.

“Y hay veces que no llega, se va la señal, viera, se batalla mucho, se tiene que estar moviendo uno. Igual la tele, hay veces que no agarra señal, es muy raro que agarren los canales bien”.

Yesenia de 37 años tiene el mismo problema, tiene tres hijos, Esmeralda de nueve años, ya inició clases de cuarto grado, pero aún le faltan otros dos de sus hijos que están en la secundaria y empezarán con la próxima semana. También sólo tiene un teléfono.

“... a lo mejor sí lo vieron por el lado bueno de los que sí tienen, pero no voltearon por el lado de los pobres, que no tenemos el beneficio de comprar internet y no tenemos trabajo tampoco”, lamentó Edith.

“Y pónganle que aunque haiga (trabajo), aunque apenas estemos empezando, pues hay veces que sale peor, porque se sueltan las lluvias, por dos o tres días y ya no trabajo uno, eso es otra cosa”.

Edith completa interrumpe a quien hablaba para denunciar otra situación que le parece demasiado.

“Ahora, pues yo no sé ustedes, pero pues a mí que tengo los de primaria, que ahora quieren videollamadas, fíjese, ¡gastan mucho las videollamadas!, ahora antes de entrar el niño, el sábado, le hicieron una videollamada , y con eso, ay nombre, viera... y todos los viernes van a tener una videollamada los niños de primaria, fíjese nomás, una videollamada cada viernes”, resaltó.

 

La fuente de internet más cercana está en el abarrote

 

Silvestre de 50 años es el dueño del abarrote más surtido en Pénjamo y quien se ha convertido en alguien esencial para los pocos que pueden tomar sus clases en líneas, porque por 10 pesos la hora, permite que los niños se conecten cuando se les acaban sus megas de algún paquete comprado en el Oxxo.

Funciona así: por los 10 pesos, don Shibi como le conocen, les da un papel con una clave para que se conecten desde sus celulares. Obviamente no son libres de ir a cualquier parte, si en un radio de algún par de decenas de metros a la redonda.

“La venta está mala, no creas que ha aumentado”, aseguró, “porque la gente no está chambeando, no está chambeando, la raza no tiene trabajo, no está ocupando la agrícola, y entonces es eso lo que está pasando. Todo está cambiado, y se la están mirando difícil la raza también”.

“Todo está variado y las señales que se pierden y que no se pueden enlazar y cómo hacer, también, porque hay gente que no tiene para comprar los megas... sí se le fía y hay veces uno también se detiene, porque no alcanza uno a abastecer la demanda”.

Asegura que él también es padre de un joven que cursa la preparatoria y otro que cursa la secundaria y ha tenido los mismos problemas aún y que él sí cuenta con servicio de internet.

“La televisión que no sintoniza, la internet que no es lo suficiente, sí se complica a veces que andan investigando por teléfono a ver cómo era la tarea, para hacerlo, porque no alcanzaron a colgarse de internet, para la mayoría, todo se complica y ahi se mira la gente preguntando, hey la tarea cómo la hiciste, no hay una certera comunicación, bien”.

 

Confirmaron en los grupos sólo los que tienen teléfono, ¿y los demás?

 

Esto no es una colonia, es un campo, insiste Teresa. Entre las casas, construidas de una habitación, pero de material, puertas y ventanas, no hay bardas ni cercos.

La mayoría de inquilinos han construido portales o tejabanes de lámina o madera en la entrada de sus viviendas.

Todas, la veintena de mujeres que se han acercado para compartir su desesperación por este arranque escolar, están preocupadas por estar alejadas de quien les pueda explicar y comparten esa impotencia de no saber cómo ayudar a sus hijos.

“... no le entienden a la tecnología como otras personas”, dijo Teresa, “como ella, Emilia, no le va a entender a dónde se va a meter, qué página y para qué”.

“En el grupo donde está su hijo, pusieron la lista y dijeron; mamás, confirmen, y ¿los que no tienen celular ni están en el grupo?, ¿cómo van a confirmar? Los que miraron que no confirmaron es porque no tienen teléfono, es lógico, entonces, aquí está la lista; yo pude confirmar a mi hijo, bendito Dios, yo tengo el teléfono, pero ¿la que no lo tiene?, ¿ahora cómo le van a hacer?”.

Dar clases en línea es la locura; hay estrés, presión y hasta discriminación por uso de tecnología: Maestra

 

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