Tamales colorados, una sazón muy escuinapense
ESCUINAPA._ ¡Tamales! ¡Tamales! Se escucha gritar a doña Victoria Castañeda Galindo por las calles del municipio al vender este tradicional alimento con su sello escuinapense.

”Armada” con una cubeta y bolsas en ambos lados de su bicicleta, esta mujer de 65 años, lleva 35 años recorriendo la Perla Camaronera de punta a punta con sus tamales colorados.
Estos tamales los rellena con camarón, principalmente, el tradicional alimento que identifica y presumen los escuinapenses.

Pero cuando recién comenzó solo los elaboraba con la masa, sin algún otro alimento, o como ella dice, “tamales light”, porque solo llevan masa, sin manteca de puerco.
Un día, con 30 años, tuvo que venirse a vivir de su plácido hogar en la sierra a la cabecera municipal, ya que una de sus hijas había enfermado de gravedad.

“Tuve que pensar qué hacer para tener para curar a la niña, para que me alcanzara (dinero), mi hermana la más chica me enseñó a hacer los tamales, me dijo que con eso me podía ayudar”, dice.
La tradición de su familia la llamó por necesidad, y aunque su hija murió al poco tiempo, descubrió que esa sazón también servía para sacar adelante junto con su esposo a los otros hijos, que necesitaban estudiar para mejorar su calidad de vida.

Aunque regresaba por temporadas a la zona serrana de El Camarón, donde tenían su hogar, acá ella venía a trabajar en los tamales colorados para venderlos calle por calle.
Y el sabor clásico se preservaba, hasta que una de sus clientas, una mujer embarazada, le pidió un tamal colorado relleno de camarón.

“Me pidió que le hiciera un tamal de camarón y después otro cliente me pidió uno de picadillo, y así empecé a hacer tamales diferentes, de camarón y picadillo”, comparte.

El tamal colorado no es fácil de hacer, es laborioso, reconoce, tiene su técnica, en la que se lleva más de seis horas cocerlo en grandes ollas que ya tiene preparadas en el patio de su casa.
El maíz se tiene que cocer con ceniza, como si fuera nixtamal, pero tiene que ser ceniza especial, de una leña que pueda ser de capomo, de guinol o tepemezcuite.
“Si uno agarra ceniza de pingüica o de árboles que no sirve la leña, el maíz no sirve, puede salir ‘agarroso’ el sabor del tamal, no toda la ceniza sirve, ahí también está el secreto”, expresa.

Ante la demanda que tenía llegó a cambiar tamales por ceniza, hasta que ella se hizo cargo de elaborar su propia ceniza, con leña que le llevan especialmente.
Cuando se va a El Camarón junta la ceniza, “siempre es necesaria”, explica.
Luego tiene que lavar y moler el maíz, previamente ha conseguido la corteza del “palo de brasil”, que será el que pinte de color rojo el tamal mientras está en cocción, precisa.

Ya que tiene el maíz molido, éste se echa a una olla para empezar a batirlo, como cuando se hace atole blanco, hasta que queda la masa espesa, que luego usará para poner sobre las hojas, así habrá tamales de camarón barbón y de picadillo.
La cocción dura hasta dos horas en la olla con agua colorada, textura que surge al utilizar “palo de brasil”.

“La sazón de la masa está en la ‘cocida’, ahí se va dando”, expresa orgullosa, pues siente que en esa masa está la sazón de su abuela y de su mamá.
Uno de sus hijos es el único que decidió seguir la tradición y vender tamales en el mercado Miguel Hidalgo, es también quien heredó su sazón, destaca.
