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Columna

Casa del estudiante Julio Antonio Mella

La ruta del paladar
25/01/2022

Que es tu partido. El PAS. Es lo único que sobresale en la margen derecha del acceso principal de la otrora casa del estudiante “Julio Antonio Mella”, que es el nombre de un aguerrido colegial cubano, quien, viviendo en México, fue contemporáneo de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Frida Kahlo, asesinado en la capital mexicana el 10 de enero de 1929, a la edad de 26 años, llegándose a sospechar de su compañera Tina Modotti, fotógrafa de origen italiano, activista y luchadora social.

El edificio se ubica sobre el boulevard Francisco I. Madero, en Culiacán, tirado al abandono desde hace por lo menos una década, con paredes descarapeladas, empolvado, dolorido y sin halo de vida.

Por la vocación que lo distinguió, fue el centro vital de cientos de jóvenes que no sólo hallaban en él un imperioso refugio físico para sus roles estudiantiles, habidas sus propias condiciones sociales y económicas, sino también un abrazo para amueblar sueños y esperanzas, lo que ennoblece por partida doble la generosidad de la Universidad Autónoma de Sinaloa, esta alma mater que en su tiempo se propuso no sólo arropar las ilusiones de los hijos de Sinaloa, sino que extendió el calor de sus manos a estudiantes de lugares como Sonora, Nayarit, Oaxaca, Chiapas y de la Ciudad de México.

Cuántos no fueron testigos de las caras de asombro de muchos jóvenes, al saber que no nada más tendrían techo y cama, sino además comida gratis, incluido personal de cocina pagado por la UAS.

Pero esta casa universitaria para estudiantes ya no funciona más, quizá desde 2015; y desde fuera, asomándose por los intersticios de un portón corroído, en primer plano se observa un zapato viejo y cubierto de polvo; y en perspectiva, haciendo un guiño esforzado, hay un patio central en abandono, los halos de luz reclinándose en pasillos y ventanas, los huecos donde hubo aires acondicionados, maderos porosos, mesones destartalados, butacas con las carteras enmohecidas.

En la margen izquierda de la puerta de acceso hay otra ventana que da a la calle, desde luego que sin cristales, sin cortinas y sin nada, desde donde es posible posar la mirada en una habitación que seguramente sirvió de biblioteca o de cuarto de estudio, porque todavía permanece un pizarrón sobre una pared cancerosa, enferma de salitre, estado que sin duda guardan los demás espacios.

La casa del estudiante “Julio Antonio Mella” de tantos recuerdos, anécdotas e historias, donde vivió el angosturense Hermes Gustavo Cabanillas, quien hizo la carrera de Psicología, logró entrar a la planta docente de la escuela preparatoria de La Reforma y ahora vive las mieles de la jubilación.

Como promotor cultural universitario guardo imborrables recuerdos, porque hace ya demasiados años, justo hacia la segunda mitad de la década de los 80, presenté allí un espectáculo de poesía y canto que se llamó Ecos de Amor y Libertad, en el que participaron la cantante Olga Edith Sahagún Tamayo (ahora vive en Dinamarca), el guitarrista Manuel Tanamachi y la actriz Martha Salazar. Esa vez hubo maestros de ceremonia de lujo: la poeta Rosa María Peraza y el trovador Pedro Calderón. Fue una noche iluminada, sobre temas como “La maza”, “Yo te nombro” y “El cautivo de Til Til”.

En una canción, Silvio se pregunta que a dónde van las palabras que no se quedaron y las miradas que un día partieron. Parafraseando al compositor: ¿A dónde fue toda la vida que tuvo la “Julio Antonio Mella? ¿Acaso vive en los corazones de quienes allí moraron? Sólo ellos saben. Y punto.

Cuántos no fueron testigos de las caras de asombro de muchos jóvenes, al saber que no nada más tendrían techo y cama, sino además comida gratis, incluido personal de cocina pagado por la UAS.
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