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Columna

Correr a la Cervantes por miedo a la Prepa Central de la UAS

La ruta del paladar
11/05/2021

Paradojas de la vida: al concluir los estudios en la Escuela Secundaria Federal No.2 de Culiacán, llevé los documentos oficiales a la Preparatoria Central de la UAS, donde para mi sorpresa me fueron recogidos sin dificultades, nada de que venga después para ver si alcanzó cupo; y entonces salí del edificio, pensativo, mientras caminaba rumbo al centro de la ciudad; pero al llegar a la Plazuela Rosales, la situación cambió: regresé a donde me atendieron, solicitando de vuelta mis papeles.

Era 1978 y yo un jovenzuelo de 17 años, impactado con todas aquellas pintas sobre las paredes de la Prepa de la UAS, Che Guevara incluido, de modo que la zozobra les dio un vuelco a los planes.

Luego de visitar otras escuelas privadas, al fin opté por la Escuela Preparatoria Cervantes, donde viví una etapa espléndida y donde, paradojas de la vida, tuve por maestro de Sociología a Francisco Herrera (el “hombre lobo” le decíamos), quien en algún momento empezó a prestarme música de protesta, especialmente un disco de acetato de 33 revoluciones dedicado al Che Guevara y que me llevó a cruzar la calle, es decir, a visitar el edificio del Partido Mexicano de los Trabajadores, que se ubicaba en Rosales 245 oriente, al que luego me afilié y marcaría para siempre mi horizonte de vida.

La amistad con Herrera no fue del agrado del director de la Prepa y nuestro maestro de Física, Eusebio Vergara (el inolvidable “Chevo”): -Es una mala influencia para ti -decía-. “Retírate de él”.

Y ya que menciono a Chevo, él formaba parte del trío dinámico de profesores más peculiar de la escuela, al que se sumaban el maestro de Física, Carlitos Osuna (“Bizcoman” para la plebada) y Eugenio Mayorquín (“Manito”), de Matemáticas, quienes a su vez eran los socios fundadores de aquel centro de estudios, cada cual dueño de una personalidad especial, rayando en extravagancia.

Chevo, quien jamás usó zapatos color negro porque decía que eran de mal gusto, con su eterna carcachita de glorias pasadas yendo y viniendo con las cajas de refrescos para surtir la tiendita que tenía al interior del edificio; Carlitos, con sus famosos viajes astrales y con su frase preferida cuando pillaba copiando a cualquiera en un examen: “Salte, pero a la velocidad de la luz”; y Manito, con sus célebres ejercicios de matemáticas durante los veranos, para aquellos que no aprobaban el curso.

A mí Carlitos me influenció con el asunto esotérico, de manera que me tocó acudir a las sesiones de la Asociación Gnóstica de Estudios de Antropología y Ciencias; a Manito sí le aprobé la materia, pero preferí la experiencia de los ejercicios en su casa, entre las gallinas... Y Chevo: él era mi amigo.

Han pasado más de 40 años desde que dejé las aulas de la Cervantes, pero el viento de los tiempos me ha dejado amistades de valía, muy particularmente a Célida Pérez Payán, mi amiga del alma; a Javier del Ángel, con quien acabo de hablar por teléfono; y recuerdo con gusto a Gloria Sánchez, Margarita Valenzuela y Rosa Evelia López, con quienes departía frecuentemente. Y cómo olvidar a Alfredo Uriarte, cuya amistad me enlazó a su familia; a Tere Guerrero y Rocío Sánchez, con quienes jugaba a la telenovela Rina. Y así varios, que me ha tocado saludar en alguna reunión de nostalgias.

Paradojas de la vida: la amistad con Pancho Herrera, más aquel disco en honor al Che y la militancia en el PMT culminaron en un vínculo luminoso con la Universidad Autónoma de Sinaloa, que me dio estudios, me dio empleo e hizo florecer mi vida. Y yo, que no quise entrar a la Prepa Central. Y punto.

Han pasado más de 40 años desde que dejé las aulas de la Cervantes, pero el viento de los tiempos me ha dejado amistades de valía, muy particularmente a Célida Pérez Payán, mi amiga del alma; a Javier del Ángel, con quien acabo de hablar por teléfono; y recuerdo con gusto a Gloria Sánchez, Margarita Valenzuela y Rosa Evelia López, con quienes departía frecuentemente. Y cómo olvidar a Alfredo Uriarte, cuya amistad me enlazó a su familia; a Tere Guerrero y Rocío Sánchez, con quienes jugaba a la telenovela Rina. Y así varios, que me ha tocado saludar en alguna reunión de nostalgias.
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