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Columna

Culiacán: Medianoche en París

La ruta del paladar
08/06/2021

La burbujeante Edad de Oro: esta frase la compuso Carlos Monsiváis en referencia a la década mexicana de los años 40, copa de la que también se sirvió Culiacán, porque aquí, paisanos, también se vivió una estela de bonanza y diversión, días en la que salones y centros de recreo vieron pasar a figuras como la Tongolele, Tin Tan, María Luisa Landín, Pedro Vargas y María Antonieta Pons. Y ya no se diga de Pedro Infante, la figura inolvidable que se daba el lujo de venir a inaugurar tiendas.

Fue en los 40 cuando Mago de Corona formó la Asociación de Amigos de la Música, que sería uno de los pilares de las artes en la UAS. Y fue en los 40 cuando llegó Socorro Astol, la dama del teatro.

Fue la gran época del cine, de estrellas como María Félix, Jorge Negrete, Sara García, Pedro Armendáriz, Gloria Marín y Cantinflas, que los culiacanenses aplaudían en las diversas salas cinematográficas de la ciudad, incluido el Teatro Apolo. Y si de centros arrabaleros trataba el asunto, hubo aquí una cantina llamada El Farolito, propiedad de Elvira Penne, protagonista de numerosos escándalos suscitados por peleas entre parroquianos, por tiroteos y riñas entre trabajadoras horizontales, eventos profusamente registrados en el extinto periódico La Voz de Sinaloa.

Fueron años que permean en la nostalgia de venerables cabecitas blancas de nuestros días, situaciones pretéritas que incluso ha llevado a decir: los tiempos de antaño fueron mejores.

No estoy tan de acuerdo; pero respetando, desde luego, cualquier otra opinión. Y cada vez que me veo urgido de defender esta postura, acudo a una película magnífica escrita y dirigida por Woody Allen, titulada “Medianoche en París”, cuya fábula podría resumir en una frase: ‘Las vidas en tiempos remotos fueron mejores que la de hoy’, que aplicada en el aquí y ahora, sabe a absoluta ilusión.

Por ejemplo, hubiera sido muy feliz divirtiéndome con Tin Tan y su carnal Marcelo en el Casino Culiacán, pero no habría tenido la oportunidad, verbigracia, de haber abrazado el canto de Amparo Ochoa y de ver una puesta tan mágica como El Jinete de la Divina Providencia, de Óscar Liera. Quizá habría llorado al oír a María Luisa Landín interpretando ‘Amor perdido’, pero nunca hubiera conocido a Orenda Gerardo, la mejor bolerista de Culiacán que conozco, aunque ella no lo sepa.

Imaginen la emoción de haber visto bailar a la rumbera María Antonieta Pons, protagonista del filme “Aventurera”; o de estremecerme con el frenesí exótico de Yolanda Montes ‘Tongolele’, quien se impuso en Culiacán pese a los cientos de firmas que se levantaron para que no se presentara.

Hice hincapié en los años 40 porque la historia los reconoce en términos de bonanza, pero sólo como ejemplo de lo que digo, porque no fue mi etapa, dado que pertenezco a la generación de los 60. Y ya, desde aquella época pretérita he venido recogiendo situaciones acariciantes, pero también el registro de eventualidades tristes o dolorosas. Asimismo, repetidamente he visto reconstruirse a Culiacán, tanto para bien como para mal, e incluso he sido testigo de cómo se han levantado cimientos sobre mi memoria, porque ésta aún recuerda el monte que había en el sitio donde habito.

Y con todo lo bueno y aún con lo deleznable, prefiero a mi gente, a mis días y a mi entorno; a mis baldíos y a mis edificios. Definitivamente me quedo como estoy sin tribulaciones que valgan. Aquí peleo, reniego, disfruto, me amargo y luego soy feliz. Antes y ahora. Mañana y siempre. Y punto.

La burbujeante Edad de Oro: esta frase la compuso Carlos Monsiváis en referencia a la década mexicana de los años 40, copa de la que también se sirvió Culiacán, porque aquí, paisanos, también se vivió una estela de bonanza y diversión, días en la que salones y centros de recreo vieron pasar a figuras como la Tongolele, Tin Tan, María Luisa Landín, Pedro Vargas y María Antonieta Pons. Y ya no se diga de Pedro Infante, la figura inolvidable que se daba el lujo de venir a inaugurar tiendas.

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