A veces existen situaciones físicas, mentales o por la edad, que es necesario que una persona se haga cargo del cuidado general y a veces total de una persona. El cuidador principal es aquella persona que atiende en primera instancia las necesidades físicas y emocionales de un enfermo; papel que por lo general es asumido por el/la esposo/a, hijo/a, un familiar o alguien cercano al paciente.
Asume la responsabilidad total en la atención y apoyo diario del paciente que presenta alguna enfermedad ya sea crónica, terminal o algún problema que impida su autosuficiencia. Asegurarse de que el paciente siga el plan de tratamiento prescrito por el equipo médico. Adquirir y dispensar los medicamentos que el paciente necesita diariamente.
El duelo del cuidador comienza con la pérdida de su vida anterior, (trabajos, aficiones, amigos). Y a esto se suma la pérdida de la relación que mantenía con la persona dependiente (esposo, padres, hijos, etc.) y la responsabilidad que supone cuidar de una persona enferma.
Posteriormente, a corto o medio plazo, se añade la pérdida de la imagen de la persona dependiente, la que se cuida, con la que se tiene una estrecha relación, o bien familiar o de afecto, fruto de horas y días compartidos, más el cansancio tanto físico como mental que se va acumulando en el proceso del cuidado.
A veces notamos un mal carácter en el paciente, esto proviene de que se va concientizando de sus pérdidas, físicas y mentales, y sobre todo el gran temor que todos tenemos: a no ser autosuficiente, esos cambios implican un aumento progresivo en sus necesidades de cuidado, y por otro lado hasta puede llegar a una depresión. Es razonable pensar que cada función asistida afecta su autoestima, y por ende produce un trabajo de duelo por las pérdidas biopsicosociales que le van sucediendo.
La familia también se ve llevada a hacer una elaboración de esos cambios: “el/ ella ya no es lo que era”. Puede suceder que lo interpreten como que “lo hace a propósito, es un capricho, quiere que le presten atención constante”. En cierto sentido, es más llevadero pensarlo así, como un acto voluntario, que vivirlo como un hecho, en algunos casos, sin retorno.
El otro duelo, más reconocido, es el de pérdida por fallecimiento. Los tiempos actuales dan poco espacio a la muerte. El final de la vida se desnaturaliza. El mundo de hoy es para los que ganan, producen, consumen y se divierten. Desde esta perspectiva, el velatorio, ritual y acto colectivo de acompañamiento para los deudos, se traduce en una pérdida de tiempo, y perder es de perdedores. La congoja, las emociones, sólo pueden permitirse en privado.
Entender qué situaciones provocaron el deceso, y el lugar que ocupaba el fallecido en ese espacio familiar puede ayudar a todos los integrantes y por supuesto al cuidador principal.
No existen duelos iguales, al igual que no existen personas iguales. Cada uno procesa esta circunstancia de forma diferente. El duelo del cuidador no debe compararse jamás con otras personas en la misma situación.
Para los cuidadores generalmente no es tarea fácil elaborar un sano duelo, si la persona se siente incapaz de hacerlo sola, es necesario pedir ayuda, y sobre todo de un tanatólogo (especialista en pérdidas) pedir ayuda de la forma que sea, por muy fuertes que creamos ser, hay que reconocer nuestros límites. Con la ayuda profesional es más fácil poder salir adelante. No obstante, aunque no recibas esa ansiada ayuda, ya el mero hecho de pedirla nos hace ser conscientes de nuestra realidad.
En la etapa de duelo del cuidador, se necesita ser escuchado y comprendido, el cuidador necesita ser paciente y generoso consigo mismo. Debe ser consciente que para superar el trauma por el que se está pasando requiere tiempo.
Después del duelo del cuidador, cuando haya asumido la pérdida del ser querido, deberá intentar retomar la vida anterior: trabajo, aficiones, deporte, etc.