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Columna

El Malecón de los Pobres

La ruta del paladar
10/08/2021

Aceleró la motocicleta, rodeó por detrás a la pesada unidad Freighliner del ejército y enfiló las llantas al Malecón de los Pobres, justo en el cruce con la carretera a Sanalona -en el punto donde hace ya muchos años estuvo la zona de tolerancia de Culiacán- y se dispuso a ‘perderse’ por la larga rúa que atraviesa un buen puñado de colonias populares de la ciudad, mientras sostenía en la mano una radio tipo Motorola, con la que tal vez comunicaba a sus superiores la presencia militar en el área.

Acababan de decirme que el Malecón de los Pobres ya había perdido su personalidad festiva, que en los días que corren es casi sólo tierra de ‘punteros’, es decir, de jóvenes a las órdenes del narco.

Yo estaba enterado del temple arrabalero con que se distinguió la citada amplia calle que luce un frondoso andén central, donde, según, la muchachada solía reunirse los fines de semana con sus respectivas hieleras de cerveza: estacionaban sus trocas en el lugar que les pareciera bien, encendían los estéreos a todo volumen y se hacía la juerga; hasta que elementos del orden comenzaron a hacer rondines y se les acabó la fiesta pública, aunque alguien me informó que aún se celebran jolgorios especiales, como en la noche de Halloween, incluso disfrazados para la ocasión.

No puedo constatar que así eran las cosas en esa avenida llamada “de los Pobres” quién sabe desde cuándo, que no es otro más que el Boulevard Agricultores, ubicado hacia el suroeste de Culiacán.

Pero tampoco podría negarlo, porque yo mismo participé en las escandalosas reuniones dominicales del malecón, ése que ahora lo tildan de ‘viejo’, pero que para nosotros nada más era el malecón, a secas, porque no había otro y aún faltaba demasiado tiempo para que llegara un gobernador a urbanizar las riveras de nuestros ríos e inventarse el fabuloso “malecón nuevo”, que primero se honró con el nombre de Diego Valadés Ríos, pero creo que hoy se llama Francisco Labastida Ochoa.

Y vaya que eran de alto calibre las tertulias juveniles que se armaban en aquel malecón que les digo, porque no nada más se trataba de tomar por asalto el área peatonal, beber cerveza y oír música, sino que, para ofensa de los vecinos y para detrimento de la buena circulación vial, lo cerrábamos de ‘pe’ a ‘pa’ estacionando los vehículos por doquier, con bochos jugando carreras en las banquetas.

Por eso digo que, si por un lado no puedo constatar las juergas en el Malecón de los Pobres, tampoco puedo negar que hayan existido, considerando la mea culpa en lo que corresponde a mi generación, hasta que la ley nos puso un alto en atención a la válida queja vecinal, como de don Miguel Tamayo.

Con juergas o no, con punteros o no, el Boulevard Agricultores - “o de los Pobres”- es una estupenda avenida que conecta a varias populosas colonias de la ciudad, como la Siete Gotas (el terreno de Teresa Mendoza), La Esperanza, la 5 de Febrero, la Guadalupe Victoria, la Amistad, la Renato Vega Amador, la 21 de Marzo, Vista Hermosa y San Benito, que hacia el norte va y se cruza con la carretera a Sanalona (Boulevard Francisco I. Madero), mientras que al sur va a dar al Boulevard San Ángel y a partir de éste, a la carretera Internacional, prácticamente a salida a Mazatlán, por la vía libre.

Respecto al puntero que vi y quien cínicamente pasó frente a las narices de los militares, hablando por la radio, corro el peligro de decir que ese motociclista, así como los punteros que distingo casi por todos lados, forman parte de nuestra normalidad. Pero no es sano verlo de este modo. Y punto.

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