|
Columna

En memoria de Óscar Lara

La ruta del paladar
07/12/2021 13:35

La primera vez que oí sobre la historia del Mayor y de Valente fue gracias al magnífico disco que grabara don Ignacio López Tarso. Lo que no escuché en la voz del actor que me conquistara años después, tras su papel en “Macario”, fue que hacia la madrugada de aquel fatídico domingo 19 de marzo de 1922, una mujer intentó detener a Martín Elenes Landell con un plato de menudo: era doña Donata Páez, quien había puesto su mesa de vendimia en las afueras de la casa de Lucas Payán.

Estoy hablando de la fiesta celebrada en Babunica, Badiraguato, pueblo intermedio entre Santiago de los Caballeros (la tierra de Elenes) y Bamopa (de donde era originario don Valente Quintero).

Como todo cristo a la redonda sabía del encono que se traían los dos revolucionarios (ambos presentes en el aquel baile que conmemoraba el día de San José), fue que doña Donata -enterada de la fanfarronería provocadora de Valente-, quiso evitar el encontronazo con un ándele, don Martín, párese aquí conmigo, “cómase un plato de menudo, me salió muy bueno”; pero Elenes ya llevaba la cara encendida, que así se le ponía cuando era invadido por la cólera, según narra Óscar Lara Salazar en “Los bragados de Sinaloa y sus famosos corridos”, libro editado por la UAS en 2017.

Y sucedió lo que cuenta el corrido compuesto por Rosendo Monzón Quintero, más cargado a ensalzar la figura de Valente Quintero, pero cuya trama se clarifica con más verdades tras la lectura.

Por supuesto que la narrativa sobre El Mayor y Valente no es la única en libro en entredicho, pues también contiene capítulos dedicados a Rodolfo Fierro “el Carnicero”, Valerio Quintero, Valentín Félix, Rodolfo Valdés “el Gitano”, Florentino “Tino” Nevárez y Atilano Escandón, éste último, personaje central del corrido “El avión de la muerte”, famoso con Los Tigres del Norte, cuya trama documenta la serie de abusos cometidos por elementos del ejército durante la Operación Cóndor.

Lo de “El avión de la muerte” es para Badiraguato como “La mafia muere” para Culiacán, guardadas las proporciones, puesto que en ambas composiciones (esta última, de la pluma de Pepe Cabrera), se dibuja la desolación que causó aquél proyecto del gobierno en contra del narcotráfico, dando pie a múltiples denuncias de barbarie, acaso antecedentes de luchas en pro por los derechos humanos.

Tenía pendiente la lectura del texto de Lara, a quien conocí desde sus jóvenes años como alumno de la Escuela de Derecho de la UAS; aunque, a decir verdad, del clan Lara Salazar, primero supe de Rosario Lara Salazar, con quien me encontré, militando, en el Partido Mexicano de los Trabajadores.

La narrativa de Lara Salazar es abundante en licencias poéticas, que vienen a enriquecer datos históricos irrefutables y que a la vez hacen más amena la lectura; por ejemplo, en lo relativo al capítulo de El Mayor y Valente, zigzaguean frases y términos, como música de acordeón y guitarra, mezcal, pista de baile, cachimbones, enramada, techos de teja, verdes arboladas, arroyos, cumbres y azules cordilleras. Incluso el autor no muestra timidez para decir que, en aquella noche del fatídico baile, merodeabas negros presentimientos y que hasta “la voz siniestra del viento también insistía”.

Vayan estas líneas para honrar la memoria del cronista Óscar Lara Salazar, quien falleciera la tarde del jueves 8 de julio de este 2021, víctima del cáncer; sirvan también para motivar la lectura de su libro “Los bragados de Sinaloa y sus famosos corridos” (Editorial UAS, noviembre de 2017). Y punto.