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"COLUMNA"

"EXPRESIONES DE LA CIUDAD: Para eso me gustabas, Parque Culiacán 87"

"No sólo le quitaron a la ciudad el teatro griego para cederlo a la Marina, sino que ahora hay evidencia de al menos una noche de juerga en este espacio público, con el contubernio de las autoridades."
La ruta del paladar
20/06/2016 10:36

No puede ser, que alguien me propine una cachetada porque a lo mejor estoy dormido. Eso fue lo que me dije al amanecer del domingo.
Tan incrédulo estaba frente a aquel cuadro en el parque Culiacán 87, que concluí que sí, no hay de otra: estoy soñando. Y como en los sueños todo es posible, supuse que podía levitar hasta el lago de los patos para echarme agua fría en el careto, pero no se hizo.

Y terco que es uno, intenté un viaje súbito desde el parque a mi casa - pero así, como en un abrir y cerrar de ojos-, con la idea de aventarme un trago de café en la taza con la imagen de la anciana lépera que me acaba de regalar la colega Ana María Alvarado. Y tampoco.

Hice cuanto pude por saber cuál era mi condición, que si era la de estar como en plan zombi, entonces querría reclamar, pretendería que me explicaran por qué carajos me habían llevado allí, que si era por aquello de que México lindo y querido y si muriera lejos de ti, pues como que no me correspondía ese tamaño de folklor; primero, porque yo no podía estar muerto; segundo, porque en caso de que hubiera estirado la pata y alguna alma caritativa se hubiera aventado el número de ay, Dios mío, por qué te lo llevaste, la cancioncita sonaría hasta ridícula teniendo mi domicilio como a dos kilómetros. Y tercero: pues porque no tengo ni tantito de Jorge Negrete.

El caso es que hasta me pellizqué y ¡ajá, claro que estás despierto!, y la primer reacción fue volver de prisa al coche por tomar el celular, que siempre dejo porque me parece sumamente grotesco andar de ejercicios y al mismo tiempo mandándole mensajes a Refugio, con quien me veo en el subterfugio. Se precisaban las fotografías, contar con imágenes del cuerpo del delito.

Con el teléfono a disposición fue que regresé por la misma subidita, de modo que me topé con un gendarme que ya había visto antes, de aspecto trémulo y como estatua de cantera enmohecida, cuidando el acceso al teatro griego del Parque Culiacán 87.


Aquel guardia tenía un fusil de asalto, y al tiro, bien sujeto en las manos, no fuera que a algún intrépido se le ocurriese penetrar esa zona absolutamente restringida, de uso exclusivo de la Marina, porque, como todo cristo a la redonda sabe, a la inseguridad en este municipio se le ataca pisoteando la cultura.

Incluso hay un letrero allí que te indica que ni le sigas si es de noche, que no te pongas contento, que apagues las luces del carro y en cambio enciendas las interiores, porque quizá te van a dar un esculque marca llorarás, y tendrás que mostrar credenciales, asegurar que votaste por el PRI, y explicar a detalle lo que andas haciendo a deshoras en sitios que nada más debes visitar de día, y nomás la puntita.

Pues por eso, fíjese, fue que embrutecí cuando me hallé con la evidencia de una madrugada de juerga, con latas vacías de cerveza regadas, una cubeta hiela botes, y hasta medio rollo de papel higiénico como indicando que allí además hubo arrumacos, homos o quimeras, o al revés, -da la misma- que a como me la pongan contaron con el contubernio, primero, de las autoridades del Parque Culiacán 87; segundo, del oficial al mando en lo tocante a la Marina, porque el numerito tuvo lugar justamente en un punto del camino contiguo a la parte trasera del teatro griego, donde permanentemente hay vigilantes armados; y del comandante, o como le digan al jefe de los policías municipales que tienen un destacamento formal en la parte sur del parque, ya en colindancia con las colonias populares de aquel lado.

Pero quizá no fue nadie con influencias, sino nomás alguno de ellos; a lo mejor el director del lugar, Chuyito Alejandro Salas Aranday, dispuso anticiparse a los festejos del Día del Padre; tal vez algún generalísimo de la Marina, de los que no están al servicio de algo, sino de alguien, cantó al amanecer aquello de árboles de la barranca por qué no han enverdecido. O posiblemente el “yo las puedo” fue uno de “los chacas” municipales, vaya usted a saber.

El caso es que allí hubo borlote. Y no estoy seguro qué puede ser más molesto: que no hayan invitado, o el hecho de que lo lleven a uno de las greñas a barandilla por beber un par de copas de tinto, mientras ellos permiten que un sitio emblemático de la ciudad sea convertido en cantina.

 Tal y como Pepe el Toro era inocente, en esta historia el presidente Sergio Torres no tuvo la culpa, pero es su responsabilidad señalar culpables. Y punto.

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