"Expresiones de la Ciudad. Rapsodia para un pescado sarandeado: tres historias"
Contrario a lo que me habían dicho, estuve en la última función de Rapsodia para un pescado sarandeado, obra escrita y dirigida por Alberto Solián, y me encontré con ese tipo de imágenes que se te quedan, con actuaciones de buena factura, pero con reiteraciones en la parte final, de las que bien pudiera prescindirse.Incluso la decisión de subir al público al escenario para formar con él una suerte de redondel, al menos en la puesta a la que me tocó asistir -haciéndole media luna al par de actrices- tuvo resultados lamentables, porque 'atrapar' a la gente de esa forma, es tenerla cautiva a fuerzas, como secuestrada.Además son terribles las condiciones del Teatro Socorro Astol del Instituto Sinaloense de Cultura, donde se hizo la obra, que aunque tiene ventajas indiscutibles -como su tamaño para un teatro íntimo y una ubicación envidiable-, francamente es deplorable que no se ponga en funcionamiento el sistema de aire acondicionado, ya porque no sirve, o ya porque sale muy caro mantener fría la sala. En cualquier caso, esto es un tache subrayado y con negritas cuando se vive en una ciudad tan incendiada como Culiacán. Habidas las consecuencias, cualquiera que en cierto momento consideró que el círculo del montaje se estaba repitiendo y concluyó que era momento de salir, en definitiva le fue imposible, primero, por el ´secuestro´ de que se fue objeto; segundo, por irrestricto respeto a las artistas, que estaban a bocajarro de los asistentes (sentados con pavorosa incomodidad y sudando a cántaros, en algunos casos) y tercero, porque era provocar un rechinar del demonio, tanto por el tipo de sillas como por la duela resquebrajada. En cuanto a la historia de Rapsodia para un pescado sarandeado, lo que se ofreció en ella no fue un tema relacionado con la amistad de dos mujeres, como se ha pretendido vender, sino una situación de amor lésbico cuidadosamente pincelada, con imágenes frescas del norte mexicano y una loable caravana a la obra El camino rojo a Sabaiba, de Óscar Liera, lo que es muy válido. Un teatro parafraseando al teatro. Nada mal.Pero no se queda en el plano de cualquier amor homosexual con encuentros y desencuentros, sino que Solián ubica a la pareja en el aquí y el ahora de la problemática social, como es la perplejidad por los desaparecidos en México, particularmente haciendo alusión a los 43 jóvenes de Ayotzinapa. Más aun: en de repente no eran nada más dos chicas ejercitando la libertad en el amor, o el devenir de una de ellas con el puño juvenil en alto contra el gobierno, pues se configuró que lo que allí estaba sucediendo era el reflejo de una vida, o el fantasma de una historia amorosa y social, o el recuerdo que no quería irse y que volvía como regresan intermitentemente las olas de Altata: ambas vivían, excepto que una nada más lo hacía en el recuerdo de la otra, pues estaba muerta, desaparecida, y desde el recuerdo denunciaba, señalaba y expresaba un clamor. E incluso amaba. Un recuerdo que a la vez recordaba.Por lo que se observa, se identifican al menos tres historias en Rapsodia para un pescado sarandeado: una historia de amor lésbico, una historia de desaparición forzada; y la historia de una muerta amada, pero que vive y actúa (para el público) a partir del recuerdo. Y ello, sin incluir el homenaje a Liera.Juntar todo ello en una puesta, empresa difícil. De repente, difusa. De pronto, cansada. Y reiterativa sin necesidad, con escenas que, si se eliminasen, ganaría mucho el montaje. Dígase sin cortapisa alguna que la propuesta artística de Alberto Solián, además de su valor intrínseco, también se salva y refuerza gracias a la plausible actuación de sus actrices, Edylin Zatarain y Nio Sáinz. En cuanto al grupo que la ejecuta, la Compañía Sin Espacio, antes jugaba con el colofón “de la UAS”, más sin embargo desconozco si su director, Solián, decidió recortar el nombre por motivos artísticos, o por razones que sólo a él incumben. Siempre que veo a gente nueva en el escenario, me doy por bien servido, atribuible esta vez a Edylin Zatarain y Nio Sáinz, porque ellas, junto con muchos y muchas más de su generación, han llegado para refrescar la cultura. Pero uno nunca sabe de reacciones: dije algo similar sobre la artista Teresa Díaz del Guante y me calificó de “mezquino” en las redes.Pero está bien. Y punto.
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