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"COLUMNA"

"Expresiones de la Ciudad. Todo sea por Dios"

"El autor narra una serie de recuerdos de personajes que crearon y nutrieron su vida"
La ruta del paladar
18/04/2017

Pues que de pronto las ideas de mi cabeza se fueron lejos, fíjese; en tantito y no se me regresan de tan lejos que se fueron. Pero las sujeté bien, y no le aunque, sin importar que apretaran, porque imagínese usted que ande uno por allí con la cabeza hueca. Las fotos viejas tuvieron la culpa de todo, el afán de ponerme a ordenar; y entonces me hubiera visto, oiga, sumido en aquel túnel de recuerdos, embobado por cosas de las que ni siquiera me acordaba.

Claro que de muchas sí, nomás las reafirmé con sólo poner el ojo en las imágenes tal y cual; y ya salido del vericueto en que me había metido, me les quedé viendo a cuatro de ellas, retratos de personajes que pude conocer de cerquita, a lo mejor no tanto como ahora deseara, ya de viejo; pero pues ya qué; no es más que ese sueño loco que a veces me viene, la cosa esa de verme y sentirme tan nuevo como a los diecisiete años, pero con el pensar de ahora, pero con el modo de decidir la vida como ahora la decido.

Qué sencillita la pongo, ¿verdad?, como si no existiera el espejo para caer en cuenta que la sonrisa se le heló a uno con el tiempo, que ya no eres el chaval absorto reflejándose en el charco de agua del que hablaba Octavio Paz, que la propia vida te fue quitando las inocencias y te fue dejando dos líneas moradas en lugar de labios. No sé usted, pero digo yo que nadie puede sonreír como cuando tenía catorce años, o algo así. Pero pues uno tiene que ser agradecido, o no tanto agradecido; más bien diría que la vida no nos viene de a gratis, que hay que justificarla.

Esto mismito pensé cuando veía los retratos que le digo: eché la cabeza para atrás luego de recuperar las ideas que andaban estrellándose contra las paredes, y concluí que, claro, cómo de que no, las personas de las fotos tuvieron significancia, crearon, soñaron, dieron; y tuve el honor de conocerlas, de entrecruzar palabras y situaciones con ellas. Haga de cuenta que ahorita, en este instante; no en aquel ni en el otro, sino ahoritita estoy mirando a Amparo Ochoa caminando conmigo por la calle Ángel Flores, de oriente a poniente, con la banda Los Tierra Blanca tocando tras nosotros; es 1989; venimos del patio del palacio municipal, donde ella acaba de dar un concierto.

Días antes le había hablado por teléfono comentándole que pues, oye, ya que vienes a Culiacán y vas a cantar en 5 de mayo, acuérdate que en esa fecha la UAS festeja aniversario. Por eso caminaba conmigo; y del brazo me la quitó Audómar Ahumada a la altura del Santuario; en este Santuario, oiga, donde una tarde de 1998 tomé nieve de ciruela con Dora Josefina Ayala. Le decía yo a la Chipi Ayala –como la nombraban–, le explicaba yo a la Chipi Ayala y la invitaba, que ándale, júntate con la Alicia Montaño y pónganse a decir cosas, instálense en las antiguas amigas que son y digan recuerdos antiguos del Culiacán antiguo, pero trepadas en la tarima, rodeadas de las fotos de “Culiacán, historia de una ciudad”, la exposición que va montar Miguel Tamayo en la Casa de la Cultura.

Y se subieron, oiga; y fui feliz muchas veces en un instante con los recuerdos de ellas; tan feliz como con Norma Ley. ¡Ay, la Norma Ley! El verano de 2010 en que murió yo me encontraba en La Habana; y vine a saberlo cuando volví por una esquela de periódico rancio. Ay, mi querida Norma Ley, que tan lindo platicábamos todas las mañanas a la hora del gimnasio; ay, mi querida Norma Ley, que me impactó la primera vez que la vi, en 1986, actuando en “La Prisión de la Fantasía”, hecha y dirigida por Óscar Liera. Fue de las muertes que me estrujaron por dentro, no me la podía creer. ¡Cómo! ¿Ella? Tan energética, tan sonriente, tan ocurrente y tan llena de vida.

Con Óscar Liera fue distinto: el aliento se le estaba yendo desde hacía tiempo; lo sabíamos varios; rezaban muchos para que al querido Óscar se le refrescara el espíritu. Y en medio de todo eso, lindo de su madre, en julio de 1989 sacó fuerzas quién sabe de dónde y redactó una carta que llamó “Si ven al Gordo por allí”, dedicada a los que hacíamos huelga de hambre en el portal de la Casa de la Cultura, donde se contaba a Rosa María Peraza. Nos dejó huérfanos de teatro y de vida el 5 de enero de 1990; de su partida me enteré en la ciudad de Guamúchil, trabajando para la Universidad de Occidente. Allá lo lloré y allá también recé por su descanso.

Pues todo esto, oiga; tantas luces de una, tanta ráfaga de recuerdos al asomarme al cajón viejo de mis fotos viejas. Todo sea por Dios.  Comentarios: expresionesdelaciudad@hotmail.com

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