Pedro Infante en El Danubio Azul de la colonia Tierra Blanca
La colonia Tierra Blanca: una flor silvestre, atrasada y repugnante. Con tales palabras describió un periodista a este asentamiento, el jueves 14 agosto de 1947, en el periódico La Voz de Sinaloa. Yo, sin afanes de caer en anacronismos, podría pensar que fue un punto de vista urbano desde aquel Culiacán que no creo se haya ensanchado mucho respecto a la descripción de don Alfonso L. Paliza, tocante a los años veinte y treinta, quien hablaba de una ciudad que podría caber en un paliacate.
El periodista añadió que era un “pueblecillo que hace unos diez años” estaba totalmente separado de la ciudad, mismo que extendía “su paupérrimo caserío” como a un kilómetro del puente Cañedo.
Sin embargo, aún con otros epítetos que hablan de un Tierra Blanca lodoso y deplorable, no se me ocurre más que decir que poseía sus buenos encantos, porque de otra manera no me podría explicar la existencia, desde la década de los años cuarenta, del fantástico Country Club Danubio Azul, donde el mismísimo Pedro Infante, siendo ya una estrella consagrada, se presentó el 10 de julio de 1947, un mes antes de aquella crítica nota, y quien había arribado a Culiacán en horas de la mañana y fue su presencia el gancho para inaugurar, con bombo y platillo, “los modernos almacenes Atoyac”.
“Pedrito actuará hoy en la noche en el Country Club Danubio Azul y regresará a México el sábado”, dice la nota de La Voz de Sinaloa, justo el jueves 10 de julio de 1947, primera época, No. 986.
Todo indica, pues, que El Danubio Azul, nombre con el que llegó hasta nuestros días y que honra el hermosísimo vals de Johann Strauss, era un centro de diversión famoso, pensado para el baile, el canto, la bohemia y para grandes eventos, cuyo vestigio, del que aún queda la barda, aún se aprecia en la emblemática colonia Tierra Blanca, ubicado -a tono con la jerga antigua de los vecinos del lugar- por la calle Teresa Villegas, entre Segunda y Tercera (Teófilo Álvarez Borboa y Agricultores).
Dos originales de Tierra Blanca, David Romero y Gil Niebla, me han hecho el favor de hacerla de corresponsales, investigando, tomando fotos; y hasta haciendo entrevistas: en una de ellas, hay quien asegure que lo que queda de El Danubio Azul está celado por quien es dueño del lugar (dicen que se trata de la esposa original del Chapo Guzmán), pues hay un letrero que dice: no está en venta.
Hace años descubrí la barda perimetral al andar en busca de una pescadería por esos rumbos; y desde entonces traía el pendiente, porque había oído hablar de El Danubio Azul, pero no sabía dónde estaba, porque mi vida cotidiana siempre se ha movido por el lado contrario de la ciudad.
Me maravillo cuando escucho a una de las entrevistadas, la enfermera retirada Micaela Angulo Aguirre, quien toda su vida ha vivido enfrente del inmueble que les digo, llegando a contar que no era un sitio de escándalos, que había respeto, sin pleitos sonados y con muy buena música. Hablo de una época, amigas y amigos, en que apenas se construía el cine Coco’s de Tierra Blanca (que acaban de derribar), de días en que apenas se iba a inaugurar el Cine Avenida (luego Diana y ahora Hotel San Marcos). Se hablaba ya de tirar el Teatro Apolo y con un Hotel El Mayo recién abierto.
Cuánto me habría gustado vivir la experiencia de parroquiano en El Danubio Azul, haber tenido la gozosa ocasión de salir por su puerta trasera y sentir las aguas frescas del río Humaya mojándome los pies. Pero pues ni modo. Soy de otra época. Más o menos del O’Lydia Disco para acá. Y punto.