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"ANIVERSARIO LUCTUOSO"

"Recuerdan a Amparo Ochoa a 25 años de su partida"

"Este 7 de febrero se conmemoran 25 años del fallecimiento de la cantante sinaloense"
La ruta del paladar
06/02/2019 14:14

"Hacia 1993, en la Ciudad de México, René Villanueva me mostró un texto que abundaba sobre los pormenores de la vida musical del icónico grupo al que pertenecía: Los Folkloristas. Y en 1995 miré de nuevo a René, pero ahora en Sinaloa, y le pedí que me autografiara su libro ‘Cantares de la memoria’, que fue el resultado de aquel texto que me había enseñado y que he vuelto a hojear para extraer un magnífico fragmento, escrito por Elena Poniatowska, donde dibuja de cuerpo entero la personalidad de Amparo Ochoa, quien partiera arrullada por el terso canto de los ríos de Culiacán, el lunes 7 de febrero de 1994”.

En su memoria.

Julio Bernal

 

FLOR DE CAPOMO

Elena Poniatowska

 En su acento norteño regresaban todas las mujeres sinaloenses, las de Culiacán, las de Guamúchil, las de Aguaruto, las de Válgame Dios, las pizcadoras de tomate, las chavalonas, las morritas, las jilguerillas del Humaya, la Licha, la Chuy, doña Loreto que barre la calle entera con escoba de vara, las broncas, hermosas como yeguas salvajes, grandotas, caballonas, tan bárbaras como entrañables.

 Por ellas cantaba Amparo Ochoa, las representaba aunque las defendía menos que a las de otros sitios porque las Sinaloa se defienden solas y le pegan al marido si les da la gana.

La fortaleza las determina. No extraña, por ello, la entereza con que Amparo enfrentó a la muerte. La playa solitaria que eligió para su convalecencia, luego de estar internada en un sanatorio de medicina alternativa, recordaba algún sitio de la costa de Sinaloa, El Tambor o Altata, por ejemplo, donde el calor también es grande en el estío y sólo se ve gente en la Semana Santa.

 Cuando supo que estaban por llegar las últimas horas, decidió regresar a su tierra, de la que, de hecho, no se apartó jamás, Amparo jamás dejó de hablar sinaloense y de siempre dijo tortolita y no paloma, chanate y no cuervo, chuparrosa y no colibrí.

 Pájaro nativo del norte ella misma, emigró para cantarle al mundo pero volvió, irremediablemente, al nido, al origen, conservó su arraigo pese a todo y dijo adiós a la vida en el mismo sitio en que llegó a ella.

 Imposible recordarla con la cara de los que van a morir. Eran sus días finales y en Chelem, Yucatán, Amparo sonreía, reía, lanzaba sonoras carcajadas. “¡Qué aironazo, chingüentes!”. Hablaba con delirio de los avances de su tratamiento. Fortaleció su misticismo, y la muerte no era sino una posibilidad entre dos: se aferraba a la otra, a la vida. “Vieras qué milagrosa es esta virgencita, ay mijito, no sabes…”

Homenaje de cuerpo presente, en el edificio central de la UAS.

 Tampoco es posible imaginarla en estado de coma, ni en el momento de la última exhalación. “¿Qué se hace a la hora de morir?”, preguntó alguna vez Rosario Castellanos. Deveras tú, ¿qué se hace? ¿Qué haría la Amparito mentada, tan plantosa ella? ¡Huy la plebe, era bien vaquetona! ¡A la mejor se puso a cantar la condenada! ¡Inga tu roña! ¡Inga tu máquina! El vozarrón que le ha de haber salido del buche, ¿no?

 Una canción del folklore sinaloense la describe: Flor de capomo, de Francisco Aldaco. El capomo es una ninfácea silvestre que crece a lo largo de toda la zona costera de Sinaloa. Sus colores van del blanco al violeta y es empleada comúnmente en metáforas referentes a lo delicado, a lo amoroso, pero también a aquello que posee una fuerza indestructible: la vida que se impone contra todos los avatares del destino. El apodo de Amparo Ochoa en su familia era, por cierto, “Vida”.

 Cantares de la Memoria, René Villanueva, Editorial Planeta, Ciudad de México, diciembre de 1994.