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Desplazados

Abandonó su pueblo en la sierra de Concordia porque a sus sobrinos los hicieron ‘pedazos’; ahora busca rehacer su vida en Mazatlán

La señora Ana es una de las refugiadas de la violencia y la inseguridad que predomina en muchas zonas serranas de Sinaloa, donde las fuerzas de seguridad simplemente, no han podido tomar el control

Un día decidió irse con sus hijos y nietos. Decidió no voltear atrás. Decidió dejar las fotografías, los utensilios, las camas, las tumbas de sus muertos y su forma de ganarse la vida en los altos de Concordia.

A la señora Ana, la violencia la tenía encogida dentro del rancho La Guayanera, pero fue el asesinato de sus sobrinos lo que la orilló a abandonarlo todo y correr a Mazatlán.

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Se lleva las manos para cubrirse el rostro, llora, y desde ahí dice: “los hicieron pedazos”.

La señora Ana es una de las refugiadas de la violencia y la inseguridad que predomina en muchas zonas serranas de Sinaloa, donde las fuerzas de seguridad simplemente, no han podido tomar el control.

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Desde el año 2016 comenzó su perigrinar, viviendo en casas prestadas junto con seis familias más en la misma situación, comiendo donde se pudiera, tocando la puerta de los gobiernos, aprendiendo las costumbres de la ciudad.

“Nosotros no andamos aquí por gusto, andamos porque nos sacaron de allá”, dice sentada en una casa que, al parecer, será la suya en el Fraccionamiento Cvive, pues entró a un programa del Gobierno del Estado para los desplazados por la violencia.

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Muchas de estas familias “partidas” por la violencia, se metieron a las casas para habitarlas, cuando aún no contaban con los servicios públicos elementales, como agua y electricidad.

En su pueblo, la señora Ana trabajaba vendiendo comida a pie de carretera, producía ella misma sus alimentos, no como en la ciudad, donde “uno tiene que comprarse todo”. A veces sube al rancho, pero se anda con cuidado.

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Hubo un tiempo en que el “encargado” de la zona dio permiso para que entraran a recoger sus cosas, y en ese entonces no pudo conseguir quién le socorriera acarreando sus pertenencias, así que allá las dejó.

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Ahora está más tranquila viviendo en un fraccionamiento que se hizo para ellos, los desplazados de la sierra de Concordia, sabiendo que a sus más de 50 años debe empezar de nuevo, aunque con la tranquilidad de que sus hijos, sus nietos, están a salvo.

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