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Las alas de Titika

¿Qué historia queremos contar? (el autocuidado, tercera de cuatro partes)

LAS ALAS DE TITIKA
21/11/2025 08:09

...esta historia está dedicada a las mujeres que emigran, que se convierten en madres y que crían a sus hijos lejos de sus propias familias...

Ahora, en tiempos modernos, la tía Juana diría: “hay que saber leer lo que te dicen cuando te dejan en visto, mijita”. Eso quería Ana, que sus hijas tuvieran la sabiduría y perspicacia de la tía Juana. Que supieran que el autocuidado, del que tanto se habla ahora como el gran descubrimiento, no es estético sino ancestral, que viene de algo más profundo. Que una tristeza grande no se cura con ir al spa ni con comprarse un bolso de marca ni con escuchar couches por internet ni con repetir palabras de moda, sino con un caldito de pollo, un atole, con sentarse a pelar elotes y asarlos en la lumbre y comerlos a la luz de la luna. Que siempre la conversación, y un hombro que sostenga y acompañe en momentos de dolor, es lo único que se necesita. Eso les había faltado a sus hijas, y a muchos que como ellos emigraron a un país que ahora, de nuevo, los despreciaba. Quería que sus hijas se recuperaran desde adentro, ese es el valor del verdadero autocuidado. Había que enorgullecerse de las buenas costumbres que aún quedaban en sus lugares, que retomaran el poder de los rituales y el valor de los remedios... no era tarde, sus hijas debían conocer quiénes eran en un sentido más amplio, que sólo así una se apropia del sentido de identidad cuando estamos perdiendo el rumbo.

Las terapias y medicamentos sólo funcionan si se tiene el alma tranquila y en paz. Eso lo había leído de una neurocientífica quién, a sus 90 años de edad, decidió escribir sus memorias —El devenir de Sara y las neurociencias— con seudónimo. Los hijos le dijeron que algunas facetas de su vida personal no habían sido precisamente ortodoxas y que temían que las buenas conciencias se escandalizaran por su conducta. Entendió el pudor de sus hijos y les dio razón; qué más daba, quienes la conocían sabían que había vivido su vida sin atender opiniones ajenas: “soy de una personalidad libre y progresista en todos los sentidos”, eso les había respondido la anciana de 90 años, nieta de campesinos y pescadores y primera de la familia en ir a la Universidad. Esa mujer de ciencia había cautivado a Ana por su brillantez y valor. Leyó ese libro y supo que participó en el desarrollo de los antidepresivos, los ansiolíticos, los efectos de las drogas y la adicción, los cambios del cerebro en la vejez. Toda ella la cautivó. Y lo que más llamó su atención fue esa parte donde describe la importancia de una hormona: la oxitocina: “una hormona importantísima que se libera, no con medicamentos, sino con algo tan sencillo como el contacto físico, un abrazo, un beso, caminar tomados de la mano...”

Esos son los valores que Ana quería que sus hijas siguieran transmitiendo a sus descendientes. Quería que si sus hijas recibían influencias fueran de personas lectoras de la vida, como la tía Juana o como esa reconocida neurocientífica quien, a sus 90 años, había declarado que aún le faltaba averiguar cuál es, o si existe, un conflicto ético en el cerebro de los delincuentes y narcotraficantes, eso le faltaba para entender estos ciclos de violencia que vivimos como humanidad; mas ahora que la violencia venía de todos los frentes. Necesitaba que sus hijas se impactaran con personajes como la tía Juana y la neurocientífica, modelos de esperanza y de amor para continuar provechosamente. Personas que, como ellas, sin importar la edad, continúan con un propósito en la vida.

Continuará...

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