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Covid-19

Morir en pandemia

Noroeste documentó, con base en las actas de defunción solicitadas al Registro Civil de Sinaloa, que existe una subestimación del 43.89 por ciento en las muertes oficiales por Covid-19 al 31 de diciembre del 2020, es decir, hasta esa fecha murieron
08/02/2021

Noroeste / InnDaga

La pandemia de Covid-19 ha modificado la forma de vivir de los sinaloenses, pero no es lo único que ha cambiado: la forma en cómo está muriendo la gente por razones directas e indirectas al coronavirus, así como los lugares donde fallece, también están cambiando a raíz de la reconversión hospitalaria, provocando que las personas mueran en sus casas principalmente por enfermedades crónico-degenerativas y cardiopatías.

 

Karen Bravo / Belem Angulo / Adrián López Ortiz

 

 

El duelo: el dolor inconcluso y las consecuencias sicológicas para los deudos

La pandemia de Covid-19 cambió la vida tal y como la conocíamos hasta el año 2020. Con las recomendaciones emitidas por las autoridades de salud para prevenir la propagación del virus SARS-Cov2, las viejas costumbres ahora parecen descabelladas y escandalosas cuando se trata de la convivencia, la proximidad, el contacto humano.

Lo que anteriormente eran usos y costumbres cotidianos, como abrazar seres queridos o un simple saludo en momentos de solidaridad, es ahora impensable con la nueva normalidad debido al distanciamiento social.

En México el tributo a la muerte y el duelo, influido por cuestiones religiosas, se ha transformado para los dolientes que han perdido seres queridos por Covid-19 o a causa de otras enfermedades.

Los rituales funerarios dejaron a merced de la soledad a los dolientes durante la pandemia. Lo que anteriormente era un proceso de despedida de la persona fallecida, rodeada de flores, rezos y acompañamiento de sus familiares, hoy son salas semivacías y cronometradas en los velatorios, sobre todo para aquellos que fallecieron de Covid-19. A lo que se suma la estigmatización del difunto y su familia debido a la ignorancia y el temor de la gente.

Apenas comenzada la cuarentena en México y sin que la población previera qué esperar de la pandemia, llegó la primera estocada para las personas que perdieron seres queridos por coronavirus: el 16 de abril del 2020 la Comisión Estatal para la Protección contra Riesgos Sanitarios en Sinaloa ordenó la suspensión de los rituales fúnebres para las personas que fallecieron por Covid-19. La Coepriss dispuso la cremación de los cuerpos dentro de las primeras 12 horas después del diagnóstico de muerte del paciente, pero no fueron las únicas modificaciones. 

Aún después de muertos las personas que fallecieron por coronavirus no tuvieron la preparación que se hacía previo a la pandemia. Los familiares del difunto se sometieron a identificaciones y un último adiós a sus seres amados a través de cristales y protocolos de seguridad en los hospitales; porque después de ello el personal de salud y de las funerarias estaban obligados a trasladar el cuerpo en bolsas selladas herméticamente o envueltos en telas en caso de no contar con ese insumo; una vez cumplido este requisito, los restos podían ser colocados en un ataúd cerrado que debió ser desinfectado previamente.

Pegada al nuevo protocolo sanitario, la Coepriss cambió las tradiciones sobre la muerte en México con el objetivo de resguardar la seguridad de los deudos. 

Con los nuevos lineamientos de salud, no solo los hospitales y los dolientes resultaron afectados, sino también la forma de operar de las funerarias.

El aviso oficial de la Comisión fue en abril del 2020, pero en marzo el velatorio del Sistema DIF Sinaloa se anticipó a ello, explicó Lizbeth Castro Sánchez, Directora de Atención al Adulto Mayor e Integración Social.

“Antes de que la campaña de sana distancia empezara, nosotros platicando con la señora Rosy Fuentes de Ordaz y con la licenciada Conni Zazueta, nuestra Directora, acordamos que teníamos que hacer algo para poder implementar o adelantarnos a lo que se venía; enviamos unos oficios a la Secretaría de Salud y a Coepriss justamente para que nos fuera observando cómo estábamos llevando a cabo los protocolos de esta nueva normalidad que se iba a venir a sumar a nuestra vida”, detalló.

Para corroborar la operación de las capillas y el manejo de cuerpos, el DIF Sinaloa solicitó revisiones de la Coepriss, la cual observó que debían utilizar tapetes desinfectantes en las entradas, aplicación de gel alcoholado y toma de temperatura; a eso la institución le sumó la desinfección de las instalaciones y el otorgamiento de bombas para que los trabajadores también pudieran hacerlo en el inmueble.

Los empleados fueron equipados con overoles de protección, cubrebocas KN95, cubrebocas especiales con filtro, y otros insumos para operar bajo la normativa de prevención; lo cual elevó los costos de operación por el precio de los productos en el mercado, pero no incrementó la cuota de recuperación a los usuarios.

“Sí nos era difícil, más bien estaba muy elevado el precio, lo encontrabas pero lo encontrabas elevado pero de todas maneras el personal es una prioridad para nosotros, no solamente ofrecer el servicio sino que nuestro personal estuviera seguro”, detalló Castro Sánchez.

Como acción adicional desde marzo del 2020 la funeraria del DIF suspendió los servicios de cremación que otorgaban a velatorios privados para dedicarse exclusivamente a las familias que se acercaran a la institución, también detuvieron los funerales en capilla y en domicilios particulares.

“Ya en septiembre cuando vimos que había la necesidad primordial de dar estos servicios, porque la gente estaba velando más (...) en septiembre se decidió, lo platicamos con las jefas, se decidió abrir los servicios de velación tanto en domicilio como en capilla”, comentó la funcionaria.

Pero las labores se reactivaron conforme los protocolos sugeridos. Redujeron el aforo de 70 personas de capacidad por capilla, a solo 20 asistentes; la restricción también aplicó para los servicios otorgados en domicilio ya que el velatorio incluía nada más 30 sillas para el funeral. Previo a la pandemia los funerales eran generalmente de 24 a 72 horas, lo que se recortó a un periodo máximo de cinco horas. Después de llegar del hospital a la funeraria, y de no haber mucha demanda, los familiares reciben en cenizas a sus seres queridos muertos por coronavirus seis horas después aproximadamente.

El velatorio del DIF Sinaloa otorga servicios a familias en situación precaria. Para poder acceder a ellos son sometidos a un estudio socioeconómico y la institución cobra una cuota de recuperación, pero a veces eso no es suficiente ya que hay personas que no pueden rentar las capillas para darle el último adiós a sus seres queridos.

“Les damos la oportunidad de que velen las cenizas incluso hemos hasta prestado (la capilla) absorbiendo nosotros los costos de la sala de velación porque entendemos que tienes que pasar por este proceso de duelo, entonces van directamente al crematorio y les damos unos momentos para estar en la sala de velación para que se despidan”, detalló la funcionaria del DIF.

Creo que es bien importante darle su espacio, darle su lugar y darle ese momento de duelo que todos debemos de tener a final de cuentas”.

La situación de muerte sin despedida que viven los dolientes de quienes fallecieron por Covid-19 va más allá de una pena común porque no existe tiempo para asimilar, señaló la tanatóloga Verónica de León de Cuetos, de la institución de asistencia privada Déjalos Ir con Amor.

“El proceso de duelo en pandemia se ha definido como un proceso complicado porque han sido muertes inesperadas, muertes múltiples en muchas familias, y sobre todo sin ritual de despedida, sin funeral, sin poder decir adiós”, comentó.

La pena por la que pasan las personas que pierden un ser querido por coronavirus provoca en ellas síntomas como depresión, ansiedad, llanto repentino, convulsión por la comida o desgano por hacer algunas actividades.

“Esto contribuye a que las personas se encuentren enojadas con Dios. Se cree como una parte de castigo la muerte, no es un castigo, la muerte es una realidad solo que nos impactó muy fuerte porque no consideramos a la muerte como una realidad”, abundó de León de Cuetos.

A esta situación se agregan episodios de ansiedad, de miedo a enfermar o a morir porque junto con la pérdida de un ser querido se suman otras asociadas a la pandemia como la pérdida del trabajo, la salud, del poder adquisitivo.

“Y cuando han requerido hospitalización se han perdido los bienes que tenían disponibles porque la hospitalización está creando una crisis económica también a las familias”, explicó la especialista.

Existen dos tipos de duelo, continuó: el normal, que es cuando la persona puede identificar y aceptar el proceso como algo natural; y el complicado, que tiene que ver con el tipo de pérdida que sufre el individuo.

El acompañamiento que reciba cada persona debe considerar diferentes elementos particulares, tales como la personalidad del paciente, trastornos anteriores y el tipo de pérdida. El proceso es individual influido por el tipo de relación que tenían y cada quien lo vivirá de una forma diferente. Sin embargo, la comunicación será siempre el cimiento sobre el que se basa el cerrar ciclos afectivos y sobrellevar duelos.

“Una de las cosas generales que puedo decir es que no dejen de hablar de lo sucedido, pero con un enfoque propositivo: ¿qué fue lo que sucedió?, ¿qué aprendizaje les está dejando lo que están pasando?, y sacar la mejor versión de cada persona a partir de la pérdida”, comentó.

Cuando una persona acompaña a otra en su duelo debe considerar distintos aspectos para valorar si es necesaria la ayuda de un profesional. Si se trata de un infante tiene que poner atención en berrinches o accidentes al no controlar el esfínter; en el caso de los adolescentes, algunas señales de alerta son el aislamiento, consumo de drogas o llantos frecuentes; y en adultos puede ser si piensan dejar de trabajar, tienen pleitos familiares o ideas de suicidio, pero si el afectado puede identificar en sí mismo las señales de alerta, es momento de pedir ayuda cuando su vida está afectada con los otros dolientes debido a cambios de humor o depresión.

La opción principal es acudir con un especialista en salud mental, recomendó de León de Cuetos, pero líderes espirituales pueden constituir redes de apoyo sólidas que acompañen un tratamiento médico.

“Puede que vaya de la mano conjuntar todos los recursos de apoyo y la fe es una de las partes que puede hacerse un conducto para darle sentido a la pérdida”, sugirió. 

Desde el inicio de la crisis de salud aumentaron las atenciones en Déjalos Ir con Amor en un 80 por ciento aproximadamente. Las sesiones incrementaron para niños, jóvenes, adultos mayores y familias completas que tuvieron pérdidas repentinas. Pero esto no solo responde a los decesos, sino a la ruptura de lazos afectivos, aumento de ansiedad y daños materiales como consecuencia de la pandemia.

“Ha habido un aumento por la pérdida de familiares, de trabajo, de estados de angustia y depresión por confinamiento, por duelos no resueltos y que se han exacerbado ahora, por problemas de salud, por rompimientos de noviazgo”, explicó la tanatóloga.

 

 

Tres hermanos perdidos: las muertes directas por Covid-19

En Sinaloa han sido desintegradas más de 4 mil 600 familias, según cifras oficiales de la Secretaría de Salud actualizadas al 1 de febrero, pero cada núcleo ha sido golpeado más de una vez, incluso a algunos sin darles tregua para recuperarse.

El profesor Gabriel, de 66 años de edad, perdió en cuatro meses a tres de sus hermanos: Olivia, Jaime y Alma Rosa, estos dos últimos en el mes de diciembre y con una diferencia de 10 días entre cada deceso.

Originarios de Tamazula, Guasave, poblado ubicado a 16 kilómetros de la cabecera municipal rumbo a la playa Las Glorias, los ocho hermanos de Gabriel encontraron hogar en distintas ciudades y poblaciones pero eso no impedía que se frecuentaran.

Desde el 19 de marzo del 2020 el profesor labora desde su casa y se encuentra recluido como prevención para no contraer Covid-19 ya que es diabético, desde entonces no veía a sus hermanos… y nunca pudo volver a hacerlo.

Olivia, de 62 años de edad, era trabajadora administrativa de una secundaria general en Culiacán. Desde cuatro años antes de la pandemia era sometida a hemodiálisis tres veces por semana en el ISSSTE porque tenía problemas renales, incluso estaba en la lista de espera del Hospital General de Culiacán para un trasplante de riñón.

“A pesar de que ella se cuidaba mucho, no salía, vivía sola, nada más la visitaba una hija de vez en cuando; a pesar de que se cuidaba mucho agarró el bicho, el Covid-19”, lamentó el profesor Gabriel.

“Nosotros pensamos que fue probablemente ahí en el hospital en la misma máquina de hemodiálisis, quizá”.

Al día siguiente de presentar síntomas le realizaron una prueba a Olivia, la cual confirmó que se trataba de coronavirus. Permaneció por tres días en su casa al cuidado de una de sus hijas porque ya tenía medicamento pero se complicó su salud y pidió ser llevada al ISSSTE en Culiacán, ciudad donde residía.

“A partir de ahí ya la ingresaron al ISSSTE y empieza el calvario para todos porque ya no la puedes ver, ya no puedes estar en comunicación, ni ella con nosotros, ni nosotros con ella. Más o menos como a los tres o cuatro días de estar en el ISSSTE la intubaron, duró tres días intubada y falleció ahí en el ISSSTE”, recordó el profesor.

Olivia murió a las 20:00 horas aproximadamente del día 9 de agosto del 2020. El protocolo fue llamarle a la funeraria para que la llevara al crematorio, la familia de Olivia no tuvo la oportunidad de despedirla después de no haberla visto una semana por su aislamiento en el hospital.

Cuatro meses transcurrieron para que la familia del profesor Gabriel fuera nuevamente atacada por el Covid-19.

Su hermano Jaime, que vivía en retiro en Guasave, se mudó a Mexicali con sus hijos después de que una de sus hijas falleciera. Esto provocó una profunda depresión en él, lo que los motivó a llevárselo en carro hasta Baja California; sus hijos son médicos.

“Yo creo que no midieron bien las cosas porque se infectó de coronavirus, se supone o se presume, se piensa, que quizá se debió a ese contacto con sus hijos médicos, es lo que ellos piensan”, explicó Gabriel.

Estuvo más de un mes internado en el hospital del ISSSTE en Mexicali, entre 10 y 15 días permaneció intubado hasta que falleció el 13 de diciembre del 2020. A su muerte Jaime fue traslado por carretera de regreso hasta Guasave, donde descansan sus restos.

“Ahí sí permitieron que se trajera el cuerpo y se veló en Guasave y ahí fue sepultado”, comentó el profesor.

A diferencia de Olivia, Jaime estaba sano, no padecía enfermedades crónico-degenerativas, pero tenía más de 70 años de edad, explicó su hermano Gabriel.

Mientras Jaime luchaba por su vida, Alma Rosa, otra de sus hermanas, también lo hacía pero en el ISSSTE de Culiacán.

Ella tenía 63 años de edad, era diabética y presentaba leves manifestaciones de parkinson en una mano. En vida también trabajó como administrativa de una escuela secundaria general, pero ya estaba jubilada y se dedicaba a cuidar a uno de sus nietos.

Por la necesidad de su trabajo, recordó Gabriel, sus hijos entraban y salían constantemente de su casa.

“Se contagió, a los dos días le dieron la prueba positiva. La empezaron a medicar, una sobrina se la llevó a su casa para tenerla allá aislada y aguantó más o menos una semana en la casa hasta que ya en una ocasión, incluso teniendo buena oxigenación y de más, un día que la llevaron a hacer unos estudios la sobrina notó que andaba así como zombie”, detalló.

Por sus síntomas fue llevada al médico, quien les advirtió que llevaba la glucosa muy elevada y eso podría generarle un infarto o coma diabético, pero ella insistía en que no la llevaran al ISSSTE.

“‘No’, dijo, ‘ya sé que si me llevan para allá ya sé que me voy a morir’, pues no hubo de otra, se tuvo que llevar, se ingresó al ISSSTE y otra vez a perder contacto”, rememoró Gabriel.

Alma Rosa permaneció 20 días hospitalizada, siete de ellos intubada. Todos los días su familia recibía un reporte de salud a las 10:00 horas.

“Sobre todo los primeros días era esperanzador, no le bajaba demasiado la saturación, no se habían descontrolado otros órganos, pero igual llegó el momento en que perdió también la batalla”.

Finalmente el 23 de diciembre del 2020 el coronavirus le arrebató la vida.

“Esta enfermedad es tremenda porque el enfermo se muere solo con mucho dolor, con mucho sufrimiento, apartado de su familia, la familia también apartada”, lamentó el profe Gabriel.

 

 

Aunque la cifra de muertes oficiales de la Secretaría de Salud estatal actualizada al 1 de febrero del 2021 fue de 4 mil 645 vidas perdidas en Sinaloa durante la pandemia, el conteo sigue quedándose corto debido al subregistro que existe en este rubro.

 
 

De acuerdo con la base de datos de InnDaga construida a partir de actas de defunción obtenidas del Registro Civil estatal por acceso a la información, al 31 de diciembre del 2020 había un subestimación de muertes asociadas al Covid-19 del 43.89 por ciento, es decir, fallecieron hasta esa fecha mil 852 personas más que la cuenta que daban los registros oficiales.

 
En las muertes relacionadas al coronavirus hay cuatro tipos: los fallecimientos confirmados de Covid que al 31 de diciembre de 2020 fueron 2 mil 327; pero también hay diagnósticos de neumonía atípica, probable Covid y sospechoso Covid.

 
De neumonía atípica fallecieron 445 personas; de probable Covid (pacientes que presentaron síntomas de coronavirus) murieron mil 847; y de sospechoso Covid (enfermos a los que se les practicó una prueba pero perecieron antes de recibir los resultados) fueron registrados mil 453, es decir, en total son 6 mil 072 decesos asociados al coronavirus en todos los municipios de la entidad.

Mazatlán es la demarcación con mayor subregistro de muertes relacionadas al Covid-19 con 531 fallecimientos reales más de los que reportó la Secretaría de Salud estatal en el panorama epidemiológico actualizado al 1 de enero del 2021, en total mil 175 personas fallecieron por enfermedades asociadas al coronavirus mientras que la dependencia registró 644.

 

 

En Culiacán el número es similar. Salud Sinaloa informó mil 485, pero el análisis realizado por InnDaga arroja mil 944 decesos, 459 pacientes fallecidos más que los datos oficiales.

El tercer lugar de subregistro es Guasave con 277 decesos no reportados en las cifras oficiales para un total de 759 contra 482 informados por la dependencia; los municipios que le siguen son Ahome con 214 decesos de pacientes que no aparecen en la estadística oficial; y Navolato, con 153 enfermos no anotados en los datos de la Secretaría de Salud estatal.

Pero ahí no se detienen los hallazgos. Comparado con cifras basadas de Our World in Data, Sinaloa tiene uno de los índices de mortalidad por Covid-19 más altos del mundo, tanto si consideramos muertes oficiales reportadas por la Secretaría de Salud estatal como si se toman en cuenta los decesos reales.

Si comparamos a Sinaloa con otros países, los datos lo colocan por encima de Inglaterra, que tenía mil 084 muertos por cada millón de habitantes al 31 de diciembre pasado; incluso supera a Estados Unidos con mil 045 fallecimientos por cada millón de habitantes.

Sinaloa en cifras oficiales arrojó a la misma fecha mil 394 fallecimientos por cada millón de habitantes; pero si se compara con la cifra real de muertos expuesta en este análisis, ascendería a 2 mil 005 por cada millón de habitantes.

 
 

Beatriz: las otras muertes por la pandemia

Beatriz se dedicó en vida a atender la casa que compartía con su hijo Manuel, de 67 años de edad, y sus nietos Luis Donald y Robespierre, de 26 y 31 años respectivamente.

La cocina era uno de los pasatiempos de Beatriz, desde un desayuno rápido hasta un caldo de pescado muy elaborado representaban un ritual, una coreografía que sus manos realizaban en conjunto con las ollas e ingredientes.

El preparar los alimentos a la leña le daba un sabor especial, decía, pero esta costumbre tan arraigada le provocó complicaciones respiratorias graves debido al humo le dejó secuelas permanentes.

Desde hace trece años aproximadamente Beatriz padecía enfermedad pulmonar, incluso estuvo a punto de perder la vida a causa de ello, recordó su nieto Luis Donald.

En mayo de 2020 la señora de 84 años de edad fue hospitalizada por dificultades para respirar, tos leve que después se convirtió en fiebre, y luego en un diagnóstico de Covid-19 respaldado por las impresiones a primera vista del médico en turno.

Beatriz fue ingresada por disposición del personal de salud al área Covid del Hospital General Regional Número 1 del IMSS en Culiacán, aún sin haberle realizado una prueba para confirmar su diagnóstico.

“Cuando ingresa al hospital, le comentamos (al médico) del caso que ella tenía de problema pulmonar desde hace tiempo y que no creemos que sea por coronavirus, que aquí en la casa no ha habido ni un caso”, explicó Luis Donald.

“Les explico ese detalle allá a los doctores, y me dicen ‘Sí, pero todos los que vienen por problemas respiratorios se están ingresando a la misma área’”.

Fue ingresada al hospital el 14 de mayo del 2020, entonces había 96 pacientes con Covid-19 en el área especial, según datos de la Secretaría de Salud estatal.

La familia de Beatriz buscó la posibilidad de trasladarla a una clínica privada para evitar que tuviera contacto directo con el virus, pero no resultó posible por el costo de la hospitalización.

Los síntomas empezaron una semana antes de que fuera hospitalizada, presentó tos y posteriormente calenturas, por ello su familia la llevó a consulta con un médico de farmacia el cual le recetó medicamento para la gripe, ya que fue descartado el diagnóstico de coronavirus, pero Beatriz decayó.

“Nos la trajimos para la casa y se alivianó un día completo, al siguiente día cae otra vez con una respiración muy corta, muy sofocada. Empezamos a darle cosas así de caldos, y todo lo regresaba”, recordó su nieto.

“Ahí fue cuando de plano se fue a internar y ya no la volvimos a ver”, lamentó.

Beatriz estuvo hospitalizada por 15 días aproximadamente y el reporte de los médicos a su familia siempre fue que su salud estaba estable.

“Su paciente está estable, está estable, está estable… Yo me cansé de escuchar esa información y les dije : ‘Dígame la verdad, ¿estable para ustedes cuántas probabilidades de vida tiene y cuántas tiene de muerte?. Entonces me dice ‘tu abuela tiene un 99.3 por ciento de probabilidad de muerte’, y le pregunté yo: ‘¿eso es para ustedes estable?’, reclamó su nieto.

Beatriz murió a la edad de 84 años, y al ser el diagnóstico oficial Covid-19, sus familiares no pudieron despedirse de ella. Solamente Luis Donald pudo ingresar para identificar el cuerpo pero las dudas persistieron después del fallecimiento.

“En realidad no querían que pasáramos nadie pero era la duda del momento. Nos dijeron que tal persona ya falleció pero cómo voy a saber yo que es la persona que falleció, la duda de nosotros era ver si mi abuela había fallecido”, exclamó.

Aunque oficialmente el deceso fue provocado por complicaciones de coronavirus, la duda natural de no contar con una prueba continúa acompañando a Luis Donald y su familia.

“El detalle es que nosotros no sabíamos si ella ingresó con Covid, terminó saliendo con coronavirus”, cuestionó.

Pese al diagnóstico positivo a coronavirus, Beatriz pudo ser velada en su casa por su familia cercana cumpliendo con los protocolos sanitarios marcados por las autoridades, entre los asistentes estaba su hijo Manuel que vivió con ella toda la vida.

“En cuanto falleció mi abuela yo le aclaro el punto de manera tranquila a todos los familiares junto con él; él prácticamente decayó. Pasaron los días del entierro y el novenario, que en todo eso él estuvo mal”, recordó Luis Donald.

En el último novenario Manuel sufrió un infarto. Tras ser reanimado unos minutos por su familia, murió a los 67 años de edad de camino al hospital, el diagnóstico fue Covid-19, sin embargo, Luis Donald no cree en ese dictamen médico porque su tío no presentó ningún síntoma de la enfermedad.

Con él sí era algo claro que no era coronavirus, con él sí vimos que es lo que pasó”, subrayó el joven.

Con Manuel tampoco hubo prueba para respaldar el diagnóstico, fue velado a ataúd cerrado al igual que su madre.

“Sin el cuerpo, sin poder verlo nuevamente pero a fin de cuentas me sirvió no verlos de esa manera porque me hubiera afectado más”, admitió.

“De tantos amigos, de tantos familiares con los que compartimos momentos bonitos, se tuvo que reducir a 10, 15 personas rezando. Sentía muy feo”, expresó Luis Donald.

 

 

Aunado a los fallecimientos no reportados oficialmente que abonan al subregistro, también existe un exceso de decesos en el estado, esto significa que en 2020 murieron más personas comparado con 2019 pero esto no necesariamente significa que estén asociadas directamente al coronavirus. En ellos se incluyen aumento de muertes en hospitales como el caso de Beatriz, y en sus hogares como le ocurrió a su hijo Manuel.

En general el estado registra un 39.51 por ciento de exceso de muertes. En 2019 fallecieron 16 mil 036 sinaloenses, mientras que en 2020 el número incrementó a 22 mil 372, la diferencia es de 6 mil 336 decesos más entre un año y otro.

Los cuatro municipios con mayor población en el estado son los que concentran el mayor incremento de fallecimientos que ocurrió en 2020. A diferencia del subregistro de fallecimientos atribuibles a Covid, el exceso de decesos es encabezado por Culiacán con mil 727 muertes más; le sigue Mazatlán con mil 409; de ahí la cifra bajó significativamente en Ahome, que presentó 983 muertes más que en 2019, número similar al de Guasave que fue de 936. Angostura se colocó en quinto lugar con el incremento de 314 personas fallecidas con respecto al año antepasado.

 
 

La pandemia también impactó en el número de personas que fallecieron en sus hogares. En 2019 la cifra se colocó en 6 mil 303 decesos en hogares, pero para el 2020 el número incrementó a 9 mil 086 para un 44.2 por ciento de aumento.

Este fenómeno puede ser atribuido a que desde el mes de abril del año pasado los principales hospitales del estado fueron reconvertidos para atender a pacientes con Covid-19. Con esa transformación, la atención hospitalaria se centraba en que hubiera camas suficientes disponibles para los enfermos de coronavirus, pero manteniendo la atención de urgencias en triages no respiratorios y para otro tipo de padecimientos; sin embargo, el temor de los ciudadanos a adquirir el virus en hospitales por cumplir con alguna cita o emergencia pudo desalentar las atenciones de diversas enfermedades, entre ellas las crónico-degenerativas, que pudieron derivar en el fallecimiento del paciente en su hogar.

Los hospitales tampoco quedaron exentos de incrementar la cifra de decesos en sus instalaciones. En 2019 fallecieron 7 mil 686 personas en algún nosocomio, pero para el 2020 aumentó a 11 mil 171, la diferencia entre un año y otro es de 3 mil 485 pacientes muertos, creció el 45.3 por ciento.

 
 

Esto puede explicarse con la atención de enfermos de coronavirus, pero sin dejar de lado a pacientes con otro tipo de enfermedades que pudieron llegar en condiciones más delicadas de salud.

 

 

El rebrote

 
 

Mientras los números oficiales subestiman el tamaño de la desgracia y la gente muere en sus hogares por falta de atención médica, hay otro escenario preocupante: con 530 muertes atribuibles a Covid en diciembre de 2020 contra las 480 registradas el mes anterior, la mortalidad de la epidemia en Sinaloa revirtió su ritmo descendente y amenaza con volver a crecer y dejar más muertes en 2021.

A esa amenaza hay que agregar el rebrote de contagios ya aceptado por la Secretaría de Salud Estatal durante el mes de enero de 2021, el mes más mortal de la epidemia a nivel nacional con más de 32 mil decesos oficiales y en la víspera del arranque masivo del programa nacional de vacunación.

 

*Para la realización de este reportaje, InnDaga solicitó reiteradamente entrevista con el Secretario de Salud estatal Efrén Encinas Torres, sin embargo, al cierre de la edición no atendió a este medio.

 

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